Nutrición

«Pensamos que comer de forma emocional es negativo, pero no es verdad»

La dietista-nutricionista Julia Jiménez explica en su obra 'Otra nutrición es posible' cómo sentar las bases para generar hábitos sanos y duraderos

Julia Jiménez, dietista-nutricionista
Raquel Alcolea

Raquel Alcolea

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En una sociedad en la que se rinde culto a la delgadez parece difícil hacer entender que estar delgado no es sinónimo de estar sano si para mantener ese aspecto es necesario vivir restringiendo la alimentación, el ocio y la felicidad. Esta es, al menos, la premisa de la que parte la dietista-nutricionista Julia Jiménez en su libro 'Otra nutrición es posible' (Zenith). Especializada en Nutrigenética, Nutrigenómica, Mindfulness y Gestión emocional (además de nutrición clínica, deportiva y vegetariana), la experta invita en su obra a abandonar la cruzada contra la comida y la imagen personal a través de un trabajo centrado en el amor propio y la aceptación.

No se trata, por tanto, de comer bien, sino de ir más allá para aprender a nutrirse y encontrar el equilibrio entre la mente y el cuerpo llevando una alimentación más pausada y consciente. Desgranamos con ella algunas de las claves de su visión holística sobre el concepto de la nutrición.

Vivimos en una sociedad agotada en la que el cansancio es algo normal y frecuente, ¿qué es lo que más nos quita la energía?

Ese problema es multifactorial. Se puede abordar tanto desde el punto de vista de la salud mental como desde la alimentación. Por un lado, la energía se disipa cuando estamos en modo multitarea y bajo un constante estado de estrés. Esa forma de vivir, en la que vemos peligro en todos los frentes, eleva el cortisol por las nubes y propicia una regulación hormonal propia de una situación de huida ante una amenaza. Pero en realidad nuestro 'modus operandi' no es trabajar bajo ese estrés. Por eso vivir constantemente desde ahí perjudica la salud y baja la energía. Se ralentiza la digestión, la liberación de toxinas y otros procesos del organismo porque en realidad éste está primando la supervivencia.

Y por otro lado, también estamos agotados porque llevamos una alimentación en la que predominan los ultraprocesados, bajos en nutrientes, altos en azúcares, sal, potenciadores del sabor y grasas saturadas. Eso nos lleva a que no prioricemos los alimentos ricos en nutrientes esenciales como vitaminas, minerales, aminoácidos y grasas saludables, que son los que el cuerpo necesita para activar los mecanismos adecuados que le ayudan a obtener energía. Una cosa es comer suficientes calorías y otra cosa muy distinta es tener todos los neurotransmisores, las hormonas y las enzimas funcionando correctamente. Y para eso necesitamos nutrientes.

Este mix entre la falta de salud mental (se da poca importancia a la gestión emocional, el autoconocimiento y la atención plena) unido a la escasa conciencia de la necesidad de nutrirse adecuadamente es lo que más quita la energía. Y también influye la falta de actividad física, que es la mejor forma de regular el equilibrio hormonal. El movimiento, la alimentación y la salud mental son las tres patas necesarias para sentirse con energía.

¿Cómo puedo saber si estoy nutriéndome correctamente para tener energía?

La forma más sencilla y adecuada para saber si nos estamos nutriendo correctamente es hacer una analítica. Pero no es necesario llegar a este punto si basamos nuestra alimentación en materia prima mayoritariamente de origen vegetal como verduras, hortalizas, frutas, legumbres, cereales integrales, frutos secos, semillas, hongos, setas... Y, si la persona las consume, también las materias primas de origen animal como las carnes, los pescados y los lácteos y sus derivados son beneficiosos. De lo que se trata es de basar nuestra alimentación en estas materias primas, no de consumirlas junto a un montón de ultraprocesados. No estoy queriendo decir con esto que tengamos que prohibirlos. Lo que tenemos que hacer es consumirlos de forma ocasional desde el conocimiento y la información (sabiendo que no son lo más adecuado para la salud), pero no desde la prohibición.

En su libro 'Otra nutrición es posible' asegura que para usted es inconcebible hablar de nutrición sin primar el bienestar emocional, ¿por qué?

Como profesionales de la salud solemos pecar, en general, de algo que es creer que si el paciente sigue nuestras pautas a la perfección podremos garantizar que todo irá bien con su salud, pero si el psicólogo piensa así y el nutricionista piensa así y el entrenador piensa así... al final, lo que estaremos haciendo será marcar unas exigencias elevadísimas en el paciente que, probablemente, se contradigan en algún momento. Y a esto se suma que ninguna pata de la mesa (salud mental, alimentación, entrenamiento...) cubre la salud completa de una persona. Por tanto, mi papel como nutricionista no es pautar la mejor dieta o el mejor plan de alimentación a un paciente, sino intentar que esa persona mejore su salud global a través de pautas de alimentación. Si con esas pautas no lo consigo (o porque esté perjudicando la salud mental, o la actividad física, o la vida social o el descanso...) no estaré actuando bien como nutricionista. El objetivo es que esa persona sea más sana, tenga un mayor bienestar y un mayor equilibrio a través de la alimentación. Y eso a veces se produce con unas pautas de alimentación que, aunque estén lejos de ser perfectas, son llevaderas, realistas y mejoran lo que ya estaba haciendo antes esa persona.

Algunos profesionales de la salud y nutricionistas llegan a empeorar el perfil del paciente, a pesar de lograr que sus analíticas sean mejores, dando lugar con algunas pautas poco acertadas a crear en ellos miedos, obsesiones o estrés. Si la persona pierde en calidad de vida, en autoestima o en su capacidad de disfrutar o socializar, esas pautas no son adecuadas.

«Las rutinas o los rituales de autocuidado no deben vivirse como un privilegio o como un premio, sino como un compromiso o una responsabilidad»

Nos invita a conectar con nuestros propios motivos para elegir cuidarnos, pero lo habitual es que actuemos cuando sufrimos algún problema de salud.

Todo acontecimiento nos enseña algo. Si hemos tenido que llegar a un punto tan drástico (como es sufrir un infarto, un ictus, o padecer diabetes...) para cuidarnos, en realidad lo que tendríamos que hacer es intentar no vivirlo desde el miedo o desde el «me cuido para que no me vuelva a pasar», sino desde la conciencia de que el cuerpo ha dado una señal para informarnos de que hemos pasado mucho tiempo sin priorizar nuestra salud. Así, una vez que entendemos la necesidad de cuidarse, es mejor que lo hagamos desde el amor propio, el autocuidado y la consciencia. Las rutinas o los rituales de autocuidado no deben vivirse como un privilegio o como un premio, sino como un compromiso o una responsabilidad.

Es importante entender que el cuerpo siempre tiende a la homeóstasis, al equilibrio. Por tanto, cuando hay una temperatura que no es adecuada, el cuerpo activa mecanismos como el sudor o la tiritera para resolverlo o cuando hay un exceso de electrolitos el cuerpo orina... Siempre hay mecanismos para regularse. Y lo mismo sucede a nivel emocional. Cuando hay un exceso de emociones desbordantes que nos llevan al estrés el cuerpo busca la forma de alcanzar el equilibrio, seamos o no conscientes. Por tanto, si no elegimos conscientemente y libremente una rutina de autocuidado para volver a nuestro estado de calma, será el cuerpo el que busque, igualmente de manera inconsciente, ese posible bienestar mediante prácticas sin consciencia ni presencia (comida, alcohol, apegos...).

¿Considera que estamos inmersos en la 'cultura de la dieta'?

Sí, pero quiero que se entienda que no somos culpables ni tontos por estar inmersos en la cultura de la dieta, pues hemos crecido en este entorno cultural desde niños. Tenemos normalizados muchos hábitos que constantemente justificamos desde el pretexto de la salud pero que en realidad esconden una necesidad de aprobación, aceptación y de encajar en la sociedad. Probablemente estos hábitos tengan forma de autocuidado, o bien porque hacen que comamos más sano o porque llevan a practicar más deporte, pero la intención que subyace en esos hábitos no es saludable porque la preocupación no es estar sano sino el miedo a no ser aceptado y a no encajar.

En esa cultura de la dieta encontramos cosas como pensar que tenemos que hacer la operación bikini sí o sí, comprar ropa de una talla ajustada para obligarse a adelgazar, hacer ejercicio de forma compulsiva, premiar con halagos a las personas que han perdido peso o compartir a través de las redes sociales esas imágenes del antes y el después del aspecto físico de una persona. Siempre digo que si realmente esas fotos del antes y el después tuvieran que ver con la salud en realidad deberían corresponder a una comparativa entre las analíticas de sangre y no a una del aspecto físico.

En la sociedad existe una tendencia a hacer juicios de valor sobre si una persona está sana o no en función de su imagen o de su aspecto físico.

El aspecto físico no aporta información ni sobre la forma de comer de esa persona, ni sobre su entrenamiento, ni sobre su salud física y mucho menos sobre su salud mental.

¿Qué opina de ese mantra que tenemos tan interiorizado y que dice que «somos lo que comemos»?

Es una frase controvertida. Muchos nutricionistas la han defendido, pero es importante cuestionarla. Cuando decimos eso de «somos lo que comemos» entiendo que se dice desde un sentido fisiológico que hace referencia a que si nos alimentamos con unos determinados nutrientes son ellos los que formarán parte de nuestro organismo pues alimentarán a nuestras células. Pero hay un problema con esta afirmación y es el hecho de que está considerando que solo somos nuestro cuerpo, es decir, estamos afirmando que solo somos un conjunto de células, tejidos y órganos. Pero sabemos que no es así, somos mucho más que un cuerpo. Y por eso los psicólogos se echan las manos a la cabeza porque estamos poniendo el valor de todo lo que somos como persona en nuestro cuerpo. Y si al final comemos comida menos interesante a nivel nutricional o 'comida basura', esto nos llevaría a pensar que si somos lo que comemos, seríamos 'comida basura'. Y eso me lleva a pensar que no me puedo permitir ni un día de comer de forma menos saludable.

Es importante dejar de utilizar estas frases como un mantra y, en el caso de que las usemos, tengamos claro que nos estamos refiriendo a un sentido meramente fisiológico, pues somos mucho más que un cuerpo y nuestra valía o nuestra identidad no viene determinada por nuestras decisiones alimentarias.

Los atracones de comida no siempre son emocionales, según explica en su libro...

Comer de forma emocional no es negativo, aunque creamos que sí. Quizá en vez de hablar de si es algo emocional o no, deberíamos hacer referencia a si es algo adaptativo o desadaptativo o si lo hacemos con presencia (con libertad, voluntad y consciencia) o, por el contrario, se hace sin consciencia, sin plena voluntad o de forma ausente y compulsiva. Podemos comer de manera emocional porque siempre experimentamos emociones con la comida y podemos hacerlo de manera consciente y sin tener una hambre fisiológica. Pongamos un ejemplo. Puedo ir a la cocina a por una onza de chocolate porque me apetece tomar algo dulce y dejar de trabajar en el ordenador para disfrutar el chocolate de forma consciente. Esto puede ser algo saludable. No tenemos que luchar contra eso porque no está mal. De hecho esto, descrito así, sería hacer una práctica de 'mindful eating', es decir, que significaría estar plenamente consciente de todas las emociones que se experimentan en el momento de comer. Ahora bien, si solo soy capaz de gestionar emociones desagradables o de sobrellevar determinadas situaciones de mi vida a través de la alimentación como herramienta única o preferida para calmarme o sentirme mejor, entonces lo que estoy sufriendo no es hambre emocional sino un apego emocional a la comida . Aquí no habría libertad, ni elección consciente, sino necesidad y apego.

Cuando sucede este apego emocional a la comida podemos estar hablando de un comer compulsivo o de un atracón. Lo que distingue a ambos es que el atracón implica ingerir una gran cantidad de comida en un corto espacio de tiempo. Ambas son prácticas disfuncionales porque, aunque aparentemente ayuden a gestionar un estado ansioso, no suponen la mejor manera de hacerlo.

Siempre insisto en aclarar, no obstante, que el problema no es la comida, sino que la comida es la solución. La idea será poder trabajar para saber qué es lo que me está llevando a tener esa necesidad de comer para calmarme.

También puede darse un atracón o un comer de forma compulsiva sin necesidad de que haya una emoción detrás pues, como ya hemos apuntado, el cuerpo tiende siempre al equilibrio y si el cuerpo que vive en un entorno de prohibición o de restricción puede suceder que en algún momento 'necesite' esos alimentos. En definitiva, cuando dejamos de vivir la alimentación como algo mental o de esta forma tan estricta en la que se divide entre lo apto y lo no apto, desaparecen los atracones.

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