PASAR EL RATO
Messi encadenado
El fútbol es una actualización muy bien pagada de la esclavitud, y el astro argentino es el esclavo mejor pagado del mundo
Como deporte, el fútbol es un espectáculo ameno y entretenido. Como ideal, le falta ropaje. Es un ideal en calzoncillos. Periodistas y aficionados poco exigentes han hecho creer a los futbolistas que los pies sirven para todo. Esa es la explicación de que tantos futbolistas piensen con los pies. Un ejemplo siempre celebrado es el de Piqué, que juega muy bien a la independencia en el Barcelona. Sus observaciones sobre el nacionalismo catalán las vienen reproduciendo y comentando periódicos y televisiones , cuando, en rigor, deberían quedar reservadas a la consulta del podólogo. Eso sin detenernos a considerar que el nacionalismo no es una ideología, sino una rabieta. Alguna gente, y no es la mejor, cree que por haber triunfado en lo suyo, el mundo le debe algo y está obligado a soportar también simplezas de aprendiz. El fútbol es una empresa, y los productos que fabrica se llaman jugadores, que se compran y se venden por dinero. El lenguaje del fútbol se desenvuelve con sorprendente naturalidad en la compraventa de seres humanos. Es una actualización muy bien pagada de la esclavitud . Por eso se educa a muchos niños para ser esclavos. El esclavo mejor pagado del fútbol mundial se llama Messi.
Escribimos Messi y no hay que añadir más. A los españoles, Messi nos resulta tan familiar como Cervantes o Kant . Messi quiere irse del Barcelona, el club donde ha alcanzado la gloria, y no le dejan. Messi encadenado por orden de Bartomeu , el jefe de los dioses. Como en la tragedia de Esquilo . Para ser «Prometeo encadenado» , a Messi le falta estatura. Pero tiene tanto dinero que no se nota la diferencia de tamaño. En el campo, no sería exagerado referirse a él con palabras de un soliloquio de su igual, el dios N: «Éter divino y brisa de alas rápidas». En la calle no es lo mismo, experiencia que no tuvo Prometeo. El aficionado sabe, aunque no lo agradece, que Messi es hombre de pocas palabras. Y esas pocas palabras las dice con la boca semicerrada. Para que no entren en ella las moscas vulgares de Piqué, que tantos indignos cantores tienen. Al parecer, el pequeño dios quiere irse por tristeza.
«Tristeza dulce del campo». Le apena perder. Y en el último partido sufrió ocho goles, que ni Prometeo encadenado a la portería. El drama de Messi es el drama de los más grandes: no sabe perder. Eso significa que tampoco sabe ganar, que gana sin comedimiento, sin sentido de la proporción artística. En el fútbol, como en la política, resulta profesional que las derrotas se vendan como triunfos. Y al contrario, en el caso de las victorias del enemigo. Messi es un ejemplo de trivialidad informativa. Los datos sobre su peripecia futbolística se acumulan, pero no se interpretan, no se reflexiona sobre ellos. En eso consiste hoy la información: en estar al día sobre la vacuidad intelectual de Messi, del padre de Messi y del presidente de la sociedad anónima donde juega Messi. El futbolista es un entretenimiento con fecha de caducidad. Elevarlo a la categoría de mito para excitar la admiración del pueblo, es despreciar la sensibilidad del pueblo. En este momento de la historia de España, Messi debería ser mucho menos importante para los españoles que el último investigador de una vacuna contra el coronavirus.
Messi, Pablo Iglesias y los sumisos empresarios del Ibex 35 . Almas poéticas igualadas por una humillación común: el dinero. «Madre, yo al oro me humillo». La igualdad por arriba y la libertad por abajo. Libertad , ¿para qué? Para votar en una democracia de porcentajes.
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