Reportaje

Año 45 a.C., cuando Astérix visitó Córdoba

El dibujante Uderzo, recientemente fallecido, situó una de las aventuras del héroe galo en algún lugar cerca de Montilla

Viñeta en la que se muestra Córdoba ABC

Rafael Verdú

En el año 50 antes de Cristo, como todo el mundo sabe, la Galia —casi— entera se hallaba ocupada por las legiones de Julio César . Y cinco años después también lo estaba toda Hispania. ¿Toda? ¡No! Una aldea íbera, similar a aquel pueblecito sin nombre que habitaban Astérix, Obélix y los galos locos, aún resistía al invasor. Y resulta que ese pueblo de la piel de toro, según lo imaginó el guionista René Goscinny (fallecido en 1977) y lo dibujó Albert Uderzo ( muerto la semana pasada ), debió de estar en algún punto del sur de Córdoba. Cerca de Montilla, a no más de una jornada a caballo.

La historia se cuenta en «Astérix en Hispania» , el álbum número 14 de la colección publicado en 1969. Arranca en la mañana del 17 de marzo del año 45 a.C., fecha de la batalla de Munda, en la que César venció a los Pompeyos y dio la puntilla a la guerra civil. Aunque hoy existe un amplio debate sobre la ubicación exacta del enfrentamiento, Goscinny y Uderzo lo tenían claro a finales de los 60: Munda era Montilla. Y así aparece en una de las primeras viñetas del cómic, cuando César saluda a sus legionarios vencedores.

Viñeta en la que se identifica Munda con Montilla ABC

Cerca de aquella Munda-Montilla , un poblado íbero se negaba a someterse a los romanos. Para vencer a los «irreductibles cordobeses», César secuestra al hijo del jefe de la tribu, un giro muy parecido al de la leyenda de Guzmán el Bueno , y lo envía a un campamento romano cerca de la aldea gala. Allí lo encuentran Astérix y Obélix, que lo traen de vuelta a la Campiña. En su periplo pasan por otras tierras hispanas como Pompaelo (Pamplona), Cauca (Coca, en Segovia), Helmantica (Salamanca), la mismísima Corduba e Hispalis (Sevilla).

El recorrido le sirvió a Uderzo para dibujar una España de finales de los sesenta en la que están presentes todos los tópicos. Las posadas están llenas de godos (alemanes), galos (franceses) y bretones (ingleses), que venían aquí hace 2.000 años por el mismo motivo que ahora: «El c ambio del sestercio resulta ventajoso y estamos seguros de que encontraremos sol... Claro está que han aumentado los precios, desde el año pasado. ¡Nos han visto venir!», dice un turista de Burdigala (Burdeos). Las carreteras —eso no ha cambiado en dos milenios— se encuentran siempre en obras y aquí todos nos saludamos diciendo «¡Olé!». El flamenco y la fiesta suceden durante toda la noche. Hay toros, bandoleros y la comida es excelente, aunque Obélix siempre preferirá un buen jabalí asado.

Pepe Sopalajo de Arriérez y Torrezno

Goscinny y Uderzo gustaban de incluir guiños a personajes, reales o no, en todas sus historietas. En «Astérix en Hispania», por ejemplo, aparecen Don Quijote y Sancho fuera del tiempo y también del lugar, pues los molinos están cerca de Pamplona. El nombre del chico que procede del poblado cordobés no podía ser más español: Pepe, un diminutivo que deriva de Pericles y no de José. Su apellido es otra cuestión. En el original francés es Soupalognon et Crouton, o sea, «sopa de cebolla y picatostes». En español los traductores hilaron fino para buscar una referencia gastronómica más castiza y optaron por un sonoro y muy acertado Sopalajo de Arriérez y Torrezno .

Los autores del cómic, el único que se desarrolla en Hispania —aunque Pepe vuelve a aparecer en otro álbum—, fueron deliberadamente imprecisos a la hora de situar el pueblecito hispano. Aparte de su ubicación «no muy lejos» de Munda, poco más se dice sobre su ubicación ni su nombre. El caprichoso Pepe tampoco da muchas más pistas. Así se lo explica al jefe Abraracurcix : «No se dónde está, pero es el pueblo más bonito del mundo y mi casa es la más bonita del pueblo y seguís teniendo una narizota». Podría ser cualquier pueblo cordobés, salvo aquellos que presumen de un relumbrante pasado romano, como Monturque con sus cisternas, Baena y Castro con Torreparedones o Puente Genil con Fuente Álamo. En ninguno de ellos se escucharía jamás aquello de «¡están locos estos romanos!».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación