Lo tenía todo. Joven, apuesto, simpático, con clase, brillante, idealista. Kennedy era la encarnación del sueño americano y un líder inspirador para toda una generación, en su país y fuera de él, como pocos gobernantes lo han sido antes o después (o al menos esa era la visión generalizada en el momento, porque el balance de los tres años escasos que duró su mandato sería mucho más crítico si lo hiciéramos hoy).
Y, de repente, el 22 de noviembre de 1963 recibió dos balazos provocados por disparos de fusil que le provocaron la muerte casi instantánea. Según la tesis oficial del Informe Warren, el asesino fue Lee Harvey Oswald, un joven inadaptado y vulgar que, sin ayuda ni influencia de nadie más y con un móvil no muy claro, decidió matarlo sólo dos días antes, cuando se enteró de que la comitiva iba a circular justo por delante del edificio en el que trabajaba y desde el que realizaría luego los disparos.
Se comprende que desde el primer momento hubiera críticas a la versión oficial, porque ¿cómo un hombre como Kennedy había podido morir a manos de un hombre como Oswald? Eso no podía ser. La mayoría de la población estadounidense pensaba entonces y sigue pensando hoy (aunque la cifra se va reduciendo año a año) que Kennedy fue víctima de una conspiración surgida en el seno de algún grupo poderoso y más o menos turbio, oficial (el complejo militar-industrial, la CIA, el FBI…) o no (la Mafia, el KGB, los anticastristas, los castristas…). Y los escándalos que periódicamente hacen perder a los americanos la confianza en la honradez intrínseca de sus gobernantes (desde Watergate a Wikileaks) no hacen sino añadir leña al fuego de la sospecha.
Y, sin embargo, parece que Oswald fue el único asesino. Cuantos más datos aparecen, más confirmada resulta la tesis oficial, y desde la aparición de los libros 'Case Closed', de Gerald Posner (Random House, 1993) y 'Reclaiming History', de Vincent Bugliosi (Norton, 2007), que aconsejo a quien todavía no lo vea claro, hoy ya no quedan historiadores serios e informados que tengan dudas.
¿Es ésta una conclusión alegre o triste? Francamente, a mí me tranquiliza saber que la élite del poder americano no se dedica a asesinar a sus propios presidentes cuando no le gustan (y Kennedy tampoco le disgustaba tanto). Pero, al parecer, para la mayoría es una conclusión triste. En cierto modo, el mito de Kennedy es el de que "Otro poder es posible". Si "el sistema" tuvo que matarle es porque realmente iba a cambiar las cosas, y de hecho muchos americanos creen que todo lo que ha ido mal en Estados Unidos desde entonces, desde Vietnam a los brotes de violencia racial a la crisis, es consecuencia derivada de su asesinato y se habría evitado sin él. Parece que una muerte vulgar a manos de un asesino vulgar tira por tierra todo eso. Pero mucho me temo que el único implicado fue Oswald, y que sin la muerte de Kennedy nada habría cambiado demasiado, porque ni él era tan distinto de los otros, ni quizá nadie pueda cambiar realmente las cosas. Y eso sí que es triste.