Se ha dicho que, con frecuencia, los magnicidios favorecen a quienes los sufren porque el público tiende a expresar su solidaridad con quien, si vale decirlo así, muere en su puesto público o, más calurosamente expresado, "al timón…". John F. Kennedy no es una excepción: encantador, rupturista en el modo de 'hacer política', graduado en Harvard, joven -43 años- rico, atractivo e inteligente, ganó por solo un punto del voto popular (directo) a Richard Nixon, su antítesis, en la presidencial de 1960. Su vil asesinato tres años después casi día por día le canonizó.
Su presidencia, sin embargo, no es un catálogo de aciertos en lo que, fuera de los Estados Unidos en particular, importa más: la política exterior y de seguridad. Por temperamento, educación y convicción, él era un hijo, intelectual y políticamente, del consenso imperante en Washington tras la victoria rusa en la II Guerra Mundial y la consolidación allí del régimen soviético: los Estados Unidos debían liderar al mundo occidental y asegurar la victoria del modelo liberal sobre el comunista.
Su gobierno se encontró con la operación secreta -y de la CIA, no del Pentágono- para derribar a Fidel Castro y debió asumir el desastre en que terminó en abril de 1961 en Bahía Cochinos. Se limitó a cesar al intocable director de la Agencia, Allen Dulles. El grupo de grandes cabezas en torno al presidente, McGeorge Bundy, Robert McNamara y su hermano Robert Kennedy, se resignó. Pero no pudieron hacer lo propio con Vietnam, un asunto que, en cambio, no había motivado al presidente Eisenhower.
El camino al desastre
De hecho, la Administración republicana había dado pruebas de total autonomía de criterio en relación con Vietnam: Eisenhower, sencillamente, se negó a salvar con medios aéreos a la guarnición francesa que, sitiada, perdió la atroz batalla de Dien Bien Fu frente a los vietnamitas en mayo de 1954. Que el régimen vietnamita fuera técnicamente comunista no fue suficiente para alterar la decisión de la Casa Blanca, que vio con claridad la condición colonial como clave del conflicto. Washington -la única gran potencia del siglo XX sin colonias y ella misma una colonia que debió ganar su libertad con las armas- teñía su política exterior con ese tono y, de hecho, Kennedy, siendo senador, irritó a Francia por sus comentarios comprensivos para el combate de la rebelión argelina contra Francia… que terminaría con la independencia en 1962.
Por razones que son todavía un misterio, Kennedy no aplicó el mismo módulo a la guerra vietnamita. Ho Chin-minh era comunista, ciertamente, pero ante todo y sobre todo, era el reunificador del país, partido provisionalmente en dos por los acuerdos de Ginebra de 1955, utilizados en el Sur para crear un gobierno revanchista… con el indispensable respaldo norteamericano. Al contrario que en el asunto cubano, aquí Kennedy pidió el aval castrense y recibió informes constantes de las posibilidades militares en caso de escalada. El hombre clave en este proceso fue el general Maxwell Taylor, quien pasó de bestia negra del Estado Mayor inter-armas, por su carácter, a mandarlo en 1962 cuando llegó al punto más alto la estima que el presidente y, más aún, su hermano y ministro de Justicia, Robert, le profesaban.
Taylor vaciló al principio y tras una detenida evaluación consideró inicialmente que era "la gente de Vietnam y su Gobierno es la que debe decidir sobre su independencia y su porvenir", pero cambió lentamente de criterio, se dice que estimulado por los hermanos Kennedy, que deseaban una victoria militar para el país. Taylor acabó por recomendar el envío de ocho mil soldados, descritos como 'instructores'…, se dice que contra la opinión de colegas militares y la del propio secretario de Defensa, Robert McNamara, y ese fue, en realidad, el principio del desastre.
El resto es conocido: casi sesenta mil soldados americanos murieron allí, la derrota fue total y la matanza entre la población civil solo equiparable al de las guerras mundiales. El presidente Kennedy, y todavía hoy es difícil de creer, no entendió lo fácil: que la insurgencia era nacionalista y patriótica y la guerra una extensión inesperada de un conflicto colonial. Es el gran borrón de una presidencia dominada por la gran personalidad de su jefe y recordada por su asesinato hoy hace cincuenta años…