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Música para el cambio
Actualizado: 14:10

la banda sonora de una era

Música para el cambio

El año en que Kennedy fue asesinado constituye también un punto de inflexión en el que el rock se adueñó del factor transformador de la sociedad

14.11.13 - 14:10 -
Los Beatles posan delante de una bandera estadounidense durante su visita a Nueva York. / Reuters

Aquella mañana de noviembre millones de estadounidenses se afanaban en desayunar y acicalarse para emprender rápidamente los quehaceres de un viernes cualquiera. Inmersos en la rutina, nadie advertía que la historia estaba a punto de experimentar un golpe traumático. Aunque algo empezaba a cambiar.

Más de un honorable ciudadano debió atragantarse entre sorbos de café al ver que el 'CBS News Morning', el noticiero matinal más seguido del país, mostraba a cuatro ingleses algo desgreñados que habían desatado al otro lado del charco un delirio colectivo dibujado por el locutor como algo indeseable para la 'Tierra de la libertad'. Su efecto fue, no obstante, contrario al deseado. Estaban contribuyendo, sin advertirlo, a sentar las bases de lo que se conocería como 'Invasión británica'. Aunque la avanzadilla de aquellos 'melenudos' hubo de aplazarse algunas semanas. El desconcertante reportaje debía volver a emitirse horas después pero la programación habitual se interrumpió. Habían matado al presidente.

El incipiente fenómeno que aguardaba desde las islas británicas desembarcó en suelo americano a principios de 1964. El despliegue de la recién bautizada 'Beatlemanía' en Estados Unidos constituye la vanguardia de un tiempo nuevo en el que los grises más vetustos y ajados son reemplazados por una amplia gama de colores. El asesinato de John Fitzgerald Kennedy aquel viernes de otoño sepultó súbitamente los anhelos de una forma de entender la realidad inconcebible para muchos, pero no impidió que una generación de jóvenes nacidos bajo el signo de última gran guerra tomara la iniciativa y transformara el mundo para siempre. Y lo haría al ritmo de la música.

Síntomas del cambio

Aquel 1963 quedó inmortalizado en los manuales de historia como el año en el que un 'lobo solitario', como concluyó la controvertida Comisión Warren, ejecutó sumariamente al primer católico que dormía en la Casa Blanca. Pero si levantamos la mirada de la plaza Dealey de Dallas y reparamos en algo en apariencia accesorio como la música podemos intuir la semilla de la profunda transformación social que se avecinaba.

Hasta entonces Estados Unidos había centralizado la vanguardia de la música popular. En este sentido los cincuenta habían constituido la década más fructífera. Junto a los exponentes más acomodaticios y clásicos de la tradición local emergió un nuevo género que terminaría encarnando toda una filosofía de vida: el rock and roll. Los ingredientes no eran desconocidos pero el resultado era explosivo. De la osadía de aunar estilos tradicionalmente 'blancos' como el country con otros asociados a la población negra como el góspel o el rhythm and blues no podía salir nada admisible. Pero nadie lo pudo parar.

Una sociedad intensamente lastrada por la segregación racial veía como, de la noche a la mañana, un puñado de insensatos veinteañeros borraban de un plumazo todos los prejuicios al ritmo de vertiginosas melodías que, por supuesto, eran acompañadas unos bailes no menos irreverentes. Lo que más inquietaba a los biempensantes era, pese a todo, que los seguidores de estos ritmos infernales disfrutaban meneando sus caderas junto a aquellos que tenían otro color de piel. Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis y, sobre todo, un idolatrado Elvis Presley impulsaron, guitarra en mano, un cambio más profundo que cualquier iniciativa política pudiera siquiera vislumbrar.

El cierre de aquella década dejó un panorama poco alentador. El trágico accidente aéreo que apagó para siempre las voces de tres astros del momento como Ritchie Valens, Buddy Holly y 'The Big Bopper' llevó a algunos a vaticinar con alivio el final de aquellos sonidos anárquicos. Con suerte se equivocaron. Elvis nunca volvió a ser el mismo tras pasar por el servicio militar. Little Richard cambió su maltrecho piano por el Evangelio. Chuck Berry y Jerry Lee Lewis pagaron con dureza sus dudosas conductas sentimentales. Pero su legado ya había hundido su huella en toda una generación de muchachos para quienes las únicas reglas respetables eran las de la métrica musical.

'Invasión británica'

Entre ellos estaban aquellos cuatro imberbes crecidos en la ribera del Mersey. Los sonidos negros reverberaban a miles de kilómetros, cuenta la leyenda, gracias a los discos que los soldados estadounidenses que eran enviados a ciudades como Manchester, Londres o el propio Liverpool, prestaban a los jóvenes locales.

La influencia de los sonidos afroamericanos fue determinante para el nacimiento de una generación de músicos que recogieron el testigo para transformar la música popular y, con ello, desplazar hacia los más jóvenes el epicentro de la discordia social. El rock and roll comenzó incomodando al desvanecer los prejuicios raciales. Lo que llegó después alcanzó una repercusión insospechada. Y es que de la mano de la nueva música popular llegaron los movimientos contestatarios que marcaron el devenir de la década.

John, Paul, George y Ringo tuvieron una entrada triunfal en Estados Unidos gracias al reportaje que abre estas líneas. La muerte de Kennedy sirvió como pretexto a Walter Cronkite, icono del periodismo en aquellos lares, para, ya en diciembre y a fin de aliviar la aflicción general, inyectar una dosis de la energía de los de Liverpool reprogramando la pieza en horario de máxima audiencia. Ante la creciente demanda, el sello Capitol, hasta entonces escéptico del éxito de aquel grupo en suelo estadounidense, decidió comercializar el single 'I want to hold your hand'. Alcanzó el número uno y motivó la multitudinaria visita los 'big four' al paradigmático show musical de Ed Sullivan en una edición que rompió las audiencias. El resto ya es historia.

Pero más allá de la 'invasión británica', con los Beatles como vanguardia y gestada en aquel otoño de 1963, las figuras que sirvieron como referente a la nueva generación continuaban escribiendo su leyenda. Aquel año también fue el del desembarco de los emblemas del rock and roll en Europa. Little Richard, Roy Orbison o los Everly Brothers compartieron escenario con sus jóvenes legatarios, entre ellos, Cliff Richard -que fracasó al otro lado del charco meses antes de los Beatles- o unos bisoños Rolling Stones que publicaban en aquel noviembre imborrable su primer single, 'I wanna be your man' compuesto, precisamente, por el dueto Lennon-McCartney. El detalle no sorprende si recordamos que la Decca lanzó al cuarteto comandado por Mick Jagger como una antítesis 'salvaje' de la corriente 'merseybeat', entre los que se contaban junto a The Beatles, bandas como Gerry and the Pacemakers o The Zombies.

La música como acicate social

Muy cerca de estos 'invasores' ingleses se encontraba un Bob Dylan que apenas superaba la veintena. El de Minessota ha reconocido en sobradas ocasiones que, pese a cierta reserva inicial, la propuesta de aquellos muchachos le sirvió de inspiración en su evolución artística. No en vano, el propio Dylan generó suspicacias entre los más puristas cuando comenzó a introducir instrumentos eléctricos en sus composiciones. El abanderado del folk de los sesenta fue el artífice de una pieza que, desde aquel 1963, se erigió en himno de los movimientos antirracistas y pacifistas de aquella década: 'Blowin in the wind'. Tres meses antes de que Kennedy se desangrara en los brazos de Jacqueline, una marcha multitudinaria recorrió las calles de Washington en defensa de las libertades civiles y los derechos laborales. Bob Dylan ofreció un histórico concierto junto a su entonces inseparable Joan Baez. En diciembre desconcertó al jurado que le hacía entrega de un galardón por su activismo social afirmando que todos los hombres -incluido él mismo- tenían algo de Lee Harvey Oswald.

La defensa de los derechos de las minorías también sirve como acicate para que Johnny Cash se convierta en valedor de los proscritos. El country al más puro estilo Nashville que practica en sus primeros años se va tiñendo de negro, estética y artísticamente, y flirtea a menudo con el folk, el góspel o el blues. Acostumbra a ofrecer recitales entre los muros de las cárceles junto a quienes le sirven de inspiración, hombres desterrados de la realidad. Su canción más recordada, 'Ring of fire', vio la luz en marzo de 1963.

El rock y el rhythm and blues predicaban por el final de los guetos raciales y sociológicos, algo que impregnaba de lleno a sus composiciones. Ni tan siquiera campos tan vinculados a las tradiciones más conservadoras quedaron excluidos. Ray Charles removió conciencias cuando decidió grabar, en 1962, un álbum que actualizaba 'estándares' del country con un barniz de soul y pop. Levantó ampollas pero, una vez más sentó las bases de lo que en años posteriores cultivarían, sin ir más lejos, en la venerada Motown que, desde Detroit constituyó el núcleo de la música negra durante décadas y que por aquellos días cosechaba sus primeros éxitos bajo la batuta de Smokey Robinson.

El tinte emancipador que pigmentaba todas las notas que sonaban en aquellos primeros sesenta alcanzaba incluso a los menos sospechosos de rebeldía social. Era el caso de 'The Rat Pack', un colectivo artístico cuyo origen se atribuye a una melopea mal digerida por un grupo de amigos. "Parecéis una pandilla de ratas", espetó la mujer de uno de ellos. Era Lauren Bacall. Los amigos eran casualmente, estrellas de la escena. Humphrey Bogart, Dean Martin, Frank Sinatra o Sammy Davis, Jr. formaron una cuadrilla que recorrió los teatros del país con un espectáculo que alternaba números musicales y cómicos.

Uno de los miembros de esta camarilla de celebridades era el actor Peter Lawford, quien años atrás se había casado con Patricia Kennedy, una de las hermanas menores del presidente. Pero el vínculo no ayudó a las 'ratas'. Los lazos de Sinatra, que tomó el testigo del malogrado Bogart como cabecilla, con la mafia impidieron que el grupo entrara en el círculo de influencia de la poderosa familia. Sí tuvieron mayor acierto en negarse a actuar, como hicieran los pioneros del rock años atrás, en aquellas salas en los que el público afroamericano era relegado a las peores bancadas, separados de la audiencia blanca. Las balas truncaron la vida de un hombre que deslizaba promesas ambiciosas, pero no frenaron el triunfo de un clamor social proyectado micrófono en mano.

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