A la hora de las comparaciones, los mitos siempre juegan con ventaja. En el caso de John F. Kennedy, cincuenta años y nueve presidentes después, esta norma no escrita se cumple también al establecer un paralelismo con el actual inquilino de la Casa Blanca. Sin embargo, en uno y en otro faltan elementos de juicio. En el caso de Kennedy por la trágica interrupción de su presidencia en Dallas y en cuanto al segundo porque su mandato no ha concluido todavía. Aun así, desde el principio de su carrera, ha habido un halo kennedysiano en torno Obama y su reto transformador e ilusionante, aunque con el paso del tiempo y el ejercicio del poder haya ido perdiendo brillo.
Durante la campaña de las presidenciales de 2008, el clan Kennedy con el entonces patriarca Ted a la cabeza ya vio en Obama al heredero natural del presidente desaparecido. Su hija, Caroline Kennedy, le dedicó un artículo con el inequívoco título de 'Un presidente como mi padre'.
A Kennedy y a Obama les une el hecho de haber sido los presidentes electos más jóvenes de los Estados Unidos (47 y 43 años), aunque con más de diez años a sus espaldas de trabajo en el Congreso y el Senado. Ambos impulsaban vientos de cambio y eran portadores de un mensaje de renovación en momentos de transición e incertidumbre. También rompieron viejos dogmas políticos y se convirtieron en los primeros mandatarios católico y afroamericano respectivamente. Los dos poseían un potente carisma al que unían una atractiva imagen con una oratoria impecable y distinta. Contaban además con dos primeras damas (Jackie y Michelle) que aportaban su propio valor personal y un gran impacto mediático.
Un arranque presidencial con muchos paralelismos que se rompen con el asesinato que contribuyó a crear un mito. Una muerte prematura que permitió pensar en todo lo que habría podido hacer, las cosas que podría haber cambiado. Al fin y al cabo una quimera que no tuvo soportar el desgaste del cargo. De Obama se pensó con fuerza en la posibilidad de un magnicidio, pero afortunadamente no se ha producido y lo que puede minimizar su legado es un legislativo implacable en el bloqueo de todos sus planes de reforma, una situación con la que chocó también JFK y que pudo superar en gran parte su sucesor Lyndon B. Johnson.
El éxito más citado de Kennedy es la resolución del conflicto con la URSS tras la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. La reacción del presidente, alternando la amenaza con la negociación, consiguió desactivar la crisis más grave del mundo moderno. Atrás había quedado la chapuza de la operación de bahía de Cochinos para derribar a Fidel Castro, una iniciativa heredada de la anterior presidencia de Eisenhower. En el reciente caso de Siria y aunque no se trataba de una posible guerra nuclear, Obama también marcó una línea roja y aprovechó la propuesta de Rusia para ganar tiempo, preservar la credibilidad de EE UU y evitar un conflicto en el que, además de la pérdida de vidas, la rentabilidad para los intereses norteamericanos en la zona era más que dudosa.
La cara más negra de la presidencia de Kennedy y que no recibió de la Administración anterior fue Vietnam, un conflicto que inició y que supondría uno de los mayores traumas del país con la muerte de casi 60.000 norteamericanos. Existe una polémica entre los historiadores sobre si JFK, de haber sido asesinado, hubiera optado por la escalada bélica, como hizo su sucesor, o habría decidido una retirada. La realidad es que la presidencia de Johnson quedó marcada por Vietnam, pero cosechó los triunfos más visibles sembrados por Kennedy, como las leyes de los derechos civiles, que acabaron con la segregación racial en el sur de Estados Unidos, y los programas de protección social. Lo que no pudo hacer en su momento JFK, lo hizo su sucesor texano construyendo mayorías favorables en el Congreso.
Unas mayorías que tampoco ha sabido o ha podido forjar Obama. Su programa estrella de cobertura universal de salud (Obamacare) salió adelante tras muchas concesiones y aun así sigue centrando el pulso con los republicanos que no cejan en acabar con él, cómo se vio con la reciente paralización de la Administración. Entre los puntos negros del mandato figuran ya la promesa incumplidas de cerrar la prisión de Guantánamo y la acción de los drones (los aviones teledirigidos no tripulados) que han causado decenas de víctimas, no solo de terroristas sino también entre la población civil. A cambio, Obama ha retirado a EE UU del avispero de Afganistán y ha logrado mantener la economía a flote pese al abultado déficit fiscal y el fuerte endeudamiento público. Queda pendiente la reforma migratoria encallada de momento en la Cámara de Representantes. En el haber del actual presidente hay que apuntar también una vida familiar modélica y un comportamiento personal ejemplar frente al lado más oscuro de Kennedy con relaciones extramatrimoniales casi diarias y un apetito sexual incontenible.
Hoy día nos falta perspectiva histórica para confrontar las presidencias de Kennedy y Obama, aunque parece evidente que cincuenta años después el peso del mito JFK es abrumador. Su figura escapa a cualquier comparación porque va más allá de su legado político para insertarse en un imaginario colectivo en el que predominan en distintas dosis su carisma, la ilusión de un mundo mejor, el glamour, lo que imaginamos que fue y su trágico final.