Kennedy y España no son dos palabras que se relacionen en exceso. El presidente más carismático de todos los tiempos, mito entre los mitos, apenas tuvo contacto con nuestro país, fundamentalmente porque trató de mantener las distancias con el régimen de Francisco Franco, al que no tenía gran simpatía y con el que se cruzó varios telegramas y cartas meramente protocolarias.
Su primera toma de contacto con España fue en su juventud, cuando visitó el país en dos ocasiones: la primera, con apenas 19 años, viajó a Madrid, y dos años más tarde recaló en Barcelona. Su primer viaje lo hizo, al igual que su hermano mayor Joseph, impulsado por la curiosidad de su padre de recabar todos los datos sobre la guerra civil que aquí tenía lugar. Así, desde la capital envió a su progenitor un minucioso estudio sobre las repercusiones que tendría para Inglaterra (entonces su padre era embajador en Londres y ambos hermanos estudiaban en Harvard) una victoria republicana y plasmaba una fuerte crítica sobre la ignorancia del pueblo americano sobre lo que ocurría en España. En estas misivas ya se veía que el joven JFK se decantaba por el bando republicano: "(…) al principio era el Gobierno (republicano) quien tenía moralmente razón", escribió.
Kennedy volvió a España, esta vez a Barcelona, en junio de 1938, cuando ya la victoria de Franco estaba muy cerca. Esta visita pasó desapercibida y quedó eclipsada por la presencia en la Ciudad Condal del presidente indio Jawaharlal Nehru, acompañado de su única hija Indira. De este encuentro queda constancia en una foto.
Poco podía imaginar aquel curioso e inquieto joven que dos décadas después, lejana ya la Guerra Civil española y con Franco en el poder, iba a mantener correspondencia con el dictador. Las relaciones entre ambos mandatarios puede decirse que estuvieron marcadas por la frialdad e, incluso, la descortesía. El 'generalísimo' sufrió una decepción cuando JFK llegó a la Casa Blanca y el joven presidente tenía muy pocas simpatías hacia este régimen, pero en su mente estaba la prórroga del convenio militar con Estados Unidos, que vencía el 26 de septiembre de 1963 y que era "esencial para la seguridad” americana. Por eso le interesaba mantener las formas.
'Spain'
La eficiente secretaria de Kennedy, Evelyn Lincoln, recopiló toda la información relativa a España durante su mandato en una carpeta con un nombre: 'Spain'. En ella guardaba todo lo relativo a Franco, los príncipes y varios embajadores españoles en Washington, muy especialmente Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, que mantuvo una estrechísima relación con el clan Kennedy.
Otro de los papeles que figuran es una extensa carta enviada por la oposición franquista -fechada el 24 de junio de 1961- en la que una serie de partidos políticos y sindicatos denuncian la falta de libertades que existe en España y se comprometen a establecer unas buenas relaciones con Estados Unidos cuando finalizara la dictadura.
Esa carpeta atesora también todo el epistolario mantenido entre Franco y Kennedy y que son un claro ejemplo de una relación diplomática pero nada 'amistosa'. La primera de ellas es un telegrama del 5 de marzo de 1962 en la que JFK da su sincero pésame "por la profunda pérdida que ambos países han sufrido" con la muerte del embajador español en EE UU, Mariano de Yturralde y Orbegozo. Franco contestó tres días más tarde con una larga carta en la que agradecía al presidente su "profunda gratitud por el conmovedor gesto de amistad y simpatía que ha tenido hacia España al hacer trasladar a Madrid, en un avión de su servicio presidencial, los restos del fallecido Embajador".
El dictador también envió telegramas a la Casa Blanca coincidiendo con la celebración del 4 de julio en 1962, así como en abril de 1963, con motivo de la tragedia sufrida por el submarino 'Thresher', desaparecido en un accidente. También se mandaron misivas con ocasión de las trágicas inundaciones que padeció Cataluña en el otoño de 1962, aunque solo se conserva la respuesta del 'caudillo', que acaba con la firma de "Vuestro y Buen Amigo F. Franco".
Los príncipes, en la Casa Blanca
Mucho más efusivo se mostró John con los príncipes de España, cuando en plena luna de miel visitaron Estados Unidos (previamente les había hecho llegar un regalo de boda: una caja dorada). A su llegada a Los Ángeles les obsequió con unas flores de bienvenida que Don Juan Carlos y Doña Sofía agradecieron con un telegrama. Pocos días después, el 30 de agosto de 1962, el propio JFK les recibió en la Casa Blanca y mantuvo con ellos un encuentro formal de una media hora.
En esta audiencia se encontraba también el embajador Antonio Garrigues, el principal nexo de unión de Kennedy con España. La amistad que ambos trabaron fue tal, que era de las pocas personas que podía entrar en la Casa Blanca prácticamente a cualquier hora. Tras la trágica muerte del presidente, esta estrecha relación perduró con su viuda, hasta tal punto que se rumoreó si existía entre ellos algo más. El hijo del diplomático, el abogado Antonio Garrigues Walker, la calificó de "'amistad amorosa', un concepto francés que implica algo más que amistad, un entendimiento recíproco, gustos afines, placeres y actividades conjuntas".
Cuando Jackie aterrizó en Sevilla invitada personalmente por la duquesa de Alba, en abril de 1966, Garrigues le acompañó durante toda su estancia. Incluso tuvo que dar la cara en una rueda de prensa ante los rumores de enemistad entre la 'viuda de América' y Grace Kelly, huésped también -junto a su marido el príncipe Rainiero- de Cayetana Fitz-James: "No hay rivalidad entre ellas". Pero lo cierto es que tampoco había conexión, no se sabe si por la supuesta relación que la actriz norteamericana mantuvo con JFK o porque los príncipes de Mónaco, cuando el atentado del presidente, no abandonaron la fiesta en la que se encontraban, precisamente invitados por los Kennedy en su residencia de Hyannis Port, en señal de duelo.
Poco más se puede contar de los Kennedy y España, salvo que el presidente guardaba en su despacho oval una espada hecha en Toledo y que el pueblo le había regalado, tal y como él mismo mostró en 1963 al entonces ministro de Asuntos Exteriores Castiella durante un encuentro en la Casa Blanca. Un trozo de la antigua capital de España guardado en el despacho del primer presidente católico del país más poderoso del mundo.