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La fiebre conspiratoria
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La fiebre de la conspiración

13.11.13 - 19:32 -
La fiebre de la conspiración
La caravana presidencial, durante el tiroteo. / Archivo

John F. Kennedy, trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, fue asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. El reloj marcaba las 12.30 horas cuando una bala penetraba en el occipital derecho de la cabeza del presidente. Era el segundo proyectil que impactaba en el cuerpo del mandatario. Apenas unos segundos antes, otro había hecho lo propio en su garganta. Media hora después, los médicos que le atendieron en el hospital Parkland certificaban su muerte. Pasadas las 13.30 horas, el secretario de Prensa adjunto, Malcolm Kilduff, confirmaba la trágica noticia que ya estaba dando la vuelta al mundo. Tras llevar el féretro al aeropuerto Love Field de Dallas, Lyndon B. Johnson juraba el cargo en presencia de la desolada viuda de su predecesor mientras el país especulaba acerca de qué ocurriría a continuación. El 25 de noviembre, Kennedy era enterrado en el cementerio nacional de Arlington después de que su hijo pequeño realizase un saludo militar al paso del ataúd que conmovería a América.

Hasta ahí, el puro relato de los hechos sobre los que no cabe duda alguna. En cuanto al resto, se han vertido y se seguirán vertiendo ríos de tinta con el fin de arrojar luz sobre la pregunta que hoy, 50 años después del magnicidio, sigue sin respuesta satisfactoria para quienes ponen en tela de juicio las conclusiones de la Comisión Warren. ¿Quién mató a JFK y por qué? Existen teorías para todos los gustos y todas ellas tienen grietas, lo que permite seguir alimentando el impresionante negocio tejido en torno al magnicidio del siglo. Estas son las que cuentan con más adeptos.

La versión de la Comisión Warren

Establecida por el presidente Lyndon B. Johnson con el fin de acallar las especulaciones sobre el asesinato una semana después del mismo, estaba integrada por dos congresistas demócratas y otros dos republicanos, igual número de senadores de ambos partidos más el expresidente del Banco Mundial John J. McCloy y el exdirector de la CIA Allen Dulles. La encabezaba el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, el mismo que tres años atrás había tomado juramento a Kennedy. Sus conclusiones, recogidas en un extenso informe publicado en septiembre de 1964 que se completaba con 26 volúmenes de pruebas y testimonios, sirvieron como versión oficial del crimen hasta que en 1979 el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos (HSCA) presentó las suyas.

De acuerdo con la Comisión Warren, el asesinato fue obra de un único individuo, Lee Harvey Oswald, que habría disparado tres veces contra la caravana presidencial en poco más de ocho segundos. La primera de las balas habría errado el blanco, arañando a un espectador, James Tague, en el lado derecho de su rostro. La segunda habría alcanzado a Kennedy en la garganta y también habría causado heridas en el pecho, la muñeca y el muslo del gobernador John Connally. Era la denominada 'bala mágica'. La tercera fue la que impactó en la cabeza del presidente, causándole la muerte.

El presunto homicida habría actuado parapetado tras las cajas de cartón colocadas junto a una ventana de la sexta planta del Texas School Book Depository, edificio en el que llevaba unas semanas trabajando. Habría empleado un Mannlicher Carcano de 6,5 mm con mira telescópica que fue localizado poco después del crimen por la policía de Dallas.

Tras salir del Depósito de Libros, Oswald fue localizado en una calle de Dallas por el policía J. D. Tippit, que le habría dado el alto, momento en el cual el magnicida le disparó con una pistola, acabando con su vida. Refugiado en un cine próximo, fue detenido por agentes del FBI y trasladado a la cárcel para ser interrogado. Dos días más tarde, mientras le sacaban del calabozo para llevarle a un lugar más seguro, el dueño de un club local, Jack Ruby, se adelantó a los reporteros que cubrían la noticia y le disparó a bocajarro en el estómago. Horas después, Oswald fallecía en el hospital. Su versión quedaba silenciada para siempre.

El informe de la HSCA

La controversia sobre las conclusiones de la Comisión Warren se desató apenas publicado el informe. Un elevado porcentaje de estadounidenses se resistía a creer que un antiguo marine cuya pericia con las armas fue más bien mediocre mientras servía hubiese sido capaz de acertar dos veces sobre un blanco en movimiento situado a más de 80 metros de distancia en menos de ocho segundos. Su historial estaba plagado, además, de claroscuros. Y existía otro factor que contribuía a alimentar las dudas: la película Zapruder, rodada por un sastre de Texas, que secuenciaba al milímetro el crimen. Espoleada por las recientes revelaciones sobre los sucios tejemanejes del Gobierno, la Cámara de Representantes abrió en 1976 una nueva investigación de los asesinatos de John F. Kennedy, su hermano Robert y Martin Luther King. En 1979 exponía su teoría.

Los investigadores mantenían a Oswald como autor, pero concluían, guiados por las grabaciones sonoras disponibles de lo ocurrido aquel día y los testimonios de diversos testigos, que había existido un cuarto disparo y, en consecuencia, dado que era imposible que cuatro balas en apenas ocho segundos procediesen del Mannlicher Carcano, un segundo tirador. Admitieron así la posible existencia de una conspiración, para alborozo de quienes abogaban por las diversas teorías expuestas en este sentido. Sobre quién era ese otro conspirador, posiblemente apostado en el montículo de hierba de la plaza Dealy ubicado a la derecha del lugar por donde pasó el Lincoln Continental en el que viajaba JFK, seguía persistiendo el misterio.

La alianza Mafia-CIA

Una de las hipótesis sobre el asesinato de Kennedy que cuenta con más adeptos es la que explica el magnicidio como la venganza del crimen organizado contra un presidente a cuyo ascenso había contribuido y que, una vez instalado en la Casa Blanca, se revolvió contra sus antiguos aliados echándoles encima al fiscal general, un Robert F. Kennedy que había labrado su carrera arremetiendo contra los hampones. Capos como Santo Trafficante, Carlos Marcello, Sam Giancana o Meyer Lansky habrían dicho basta y enviado sicarios a Dallas para matar al presidente. El hecho de que Oswald fuese a su vez asesinado por un hombre de negocios con conexiones con la Mafia da munición a quienes profesan esta teoría. Y también le dan pábulo las brutales eliminaciones de Sam Giancana y Johnny Rosselli -el mediador entre la CIA y la Mafia- poco antes de que testificasen ante el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos (HSCA).

Una variante, con más defensores aún, es la que escarba en la asociación entre la CIA y el crimen organizado para deshacerse de Fidel Castro. Enfurecidos por la actuación de Kennedy en el asunto de Bahía de Cochinos, que provocó la expulsión de las tres principales cabezas rectoras de la Agencia Central de Inteligencia -Allen Dulles, Richard Bissell y Charles P. Cabell- y encolerizados con el fiscal general, cuya bota mantenía apresada a la comunidad de inteligencia por expreso deseo de su hermano, un sector de la misma se habría aliado con los capos para desembarazarse del mandatario. Surgen así nombres como los de E. Howard Hunt o Frank Sturgis, quienes habían trabajado para la CIA y que acabarían involucrados en el 'escándalo Watergate'. Sus rostros guardaban un gran parecido con los de dos sujetos que fueron detenidos aquel día en Dallas y puestos posteriormente en libertad arguyendo que se trataba de vagabundos que se refugiaban en los vagones del ferrocarril próximo a la plaza Dealy.

La participación de miembros de la comunidad de inteligencia explicaría buena parte de las omisiones cometidas durante la investigación del magnicidio y la presencia de la Mafia aclararía, aducen los defensores de esta hipótesis, las negligencias por parte de un FBI poco amigo de perseguir al crimen organizado en tiempos de Hoover, otro nombre que aparece frecuentemente señalado dada su tensa coexistencia con los Kennedy.

La CIA en connivencia con los exiliados anticastristas

El 1 de enero de 1959, Fidel Castro entraba triunfante en La Habana al frente de su batallón de barbudos. Terminaba la era Batista y los mafiosos se veían obligados a hacer las maletas, diciendo adiós al dinero de los casinos. El revolucionario no tardaba en echarse en brazos del comunismo y Washington reaccionaba elaborando planes para derrocarle. Sicarios de la Mafia, agentes de la CIA, exiliados, mercenarios... Cualquiera que profesase odio a Castro era válido para la causa. El proyecto más importante, la invasión de Bahía de Cochinos, fracasaba cuando las tropas de Castro, alertadas de lo que se venía preparando desde meses atrás, se abalanzaban sobre la fuerza que había desembarcado en Playa Girón.

Sintiéndose traicionados por Kennedy, quien se habría comprometido a prestar apoyo aéreo en caso de problemas, dando marcha atrás una vez precipitados los acontecimientos, un grupo de anticastristas se habría unido al sector de la CIA encargado del asunto cubano con el fin de matar al presidente o bien simular una intentona de la que culpabilizar a Castro para revivir las operaciones contra su Gobierno aparentemente enterradas en virtud del acuerdo entre Kennedy y Kruschev que puso fin a la crisis de los misiles.

Fidel Castro

La Comisión Warren presentó a Lee Harvey Oswald como un comunista que había decidido acabar con la vida de John F. Kennedy en respuesta a los planes auspiciados o tolerados por el mandatario para desembarazarse de Fidel Castro, proyectos que iban desde el desembarco de exiliados cubanos a otros más refinados como el envío de puros envenenados o bellas amantes que en el momento preciso debían apretar el gatillo contra el carismático revolucionario. El líder cubano habría optado por contraatacar mandando sus propios agentes para acabar con su adversario. Adquiere así una especial relevancia la supuesta visita de Oswald a la Embajada de Cuba en México, poco antes del magnicidio, con el pretendido fin de lograr un visado que le permitiese entrar de nuevo en la Unión Soviética, país en el que había residido durante más de dos años tras abandonar los marines.

Una variante de esta hipótesis es la que apunta al KGB como inductor del crimen. Oswald podría ser un agente enviado por Moscú para ejecutar al presidente. Una teoría que, sin embargo, apenas se sostiene. En primer lugar, por las repercusiones que habría en caso de que se constatase la mano de los servicios secretos rusos en el magnicidio. Y en segundo término, porque la caída de JFK podría haber llevado a la Casa Blanca a un líder mucho más beligerante con la URSS.

Lyndon B. Johnson

Quizás la más alarmante de cuantas teorías sobre el crimen se han elaborado es la que sitúa al sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, en el epicentro de la conspiración. Que ambos apenas se toleraban no era ningún secreto. La decisión de JFK de confiarle el segundo puesto al texano había provocado gran desazón en la guardia pretoriana del por entonces candidato demócrata. Johnson, por su parte, odiaba verse como segundo de a bordo de quien consideraba poco menos que un mocoso a quien su padre le había comprado el cargo. Tremendamente ambicioso, el viejo zorro temía que completados los dos mandatos a que podía optar, Kennedy diese el relevo a su hermano, objeto de un odio aún más furibundo por parte del vicepresidente. Así, habría decidido cortar por lo sano eliminando al hombre que se interponía entre él y el Despacho Oval.

Quienes dan crédito a esta hipótesis suelen apoyarse en los testimonios de cuatro personas que aseguran que el 21 de noviembre se celebró en la casa de Clint Murchison Jr., un magnate texano, una reunión a la que habrían asistido tanto el vicepresidente como Richard Nixon, J. Edgar Hoover y otros acaudalados hombres de negocios para ultimar la ejecución de JFK.

Otros, como Billy Sol Estes, antiguo asociado de quien fuera líder de la mayoría demócrata en el Senado, van más allá dando el nombre de un mercenario, Mac Wallace, que ya había hecho otros trabajos para el vicepresidente y que habría disparado contra Kennedy desde el Texas School Book Depository, como probaría una huella encontrada en el quinto piso del edificio. Su libro 'JFK. El último testigo', vino a alimentar aún más la inquina que profesan los partidarios de Kennedy hacia quien hubo de completar su legado.

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