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Cuando se cumplen cincuenta años de su asesinato en Dallas, John F. Kennedy sigue siendo uno de los presidentes más valorados de Estados Unidos. Dispuso de muy poco tiempo para dejar una huella tan profunda en la conciencia americana. Sin embargo, la combinación de idealismo, juventud e inteligencia que representó fue suficiente para crear un gran legado. Jack, como era conocido, había destacado como estudiante de historia y relaciones internacionales en Harvard y como oficial de marina en la guerra del Pacífico. En sus años de congresista primero y de senador después no hizo nada especial, más allá de representar los intereses de Massachussets, luchar contra sus graves problemas de salud, que estuvieron a punto de apartarlo para siempre de la vida activa, y, algo que conviene recordar, apoyar los esfuerzos de España por ingresar en Naciones Unidas en 1955. Tras el doble mandato del venerable general Eisenhower, Kennedy decidió intentar sucederlo. En el otoño de 1960, con cuarenta y tres años, el desconocido senador superó por un estrecho margen al vicepresidente republicano Richard Nixon, en parte gracias a su buena imagen en televisión. Las ilusionantes palabras de su discurso inaugural, "la antorcha ha pasado a una nueva generación de americanos…pagaremos cualquier precio para asegurar el éxito de la libertad…preguntaros qué podéis hacer por vuestro país", fueron el comienzo de un momento mágico. Se rodeó de las mejores cabezas, apodados 'egg-heads', algunos venidos de las mejores universidades; otros eran los discípulos aventajados de los mejores colaboradores que habían tenido F. D. Roosevelt y Truman. Junto a su mujer, Jackie Bouvier, abrió las puertas de la Casa Blanca al arte y la cultura.
John Kennedy fue un símbolo de la capacidad de inspirar desde la política -un "mercader de esperanzas", en expresión de uno de sus amigos españoles.
Creó un estilo nuevo de comunicarse, basado en emociones, que conectaba con los jóvenes. Gracias a la fuerza estética y a la visión utópica de su presidencia, nos seguimos acordando más de sus luces que de sus sombras. Bobby Kennedy, su sucesor político, predijo en un discurso en 1968 que, a pesar de las tensiones raciales en su país, "en los próximos cuarenta años un ciudadano de raza negra podrá ser presidente". Cuando se cumplían esos cuarenta años, en enero de 2008, Caroline Kennedy dio su apoyo a Barack Obama a través de un artículo titulado 'Un presidente como mi padre', subrayando la capacidad transformadora de ambas figuras: el primer americano, de origen irlandés y católico, elegido presidente y el primer afroamericano que tenía la posibilidad de serlo.