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El triunfo que forjó el mito
Actualizado: 6:59

carrera hacia la casa blanca

El triunfo electoral que forjó el mito JFK

Kennedy dio esperanza al país y transmitió una enorme pasión por empujarlo hacia un porvenir de grandeza

15.11.13 - 06:59 -
El triunfo electoral que forjó el mito JFK
John F. Kennedy pronuncia su primer discurso como presidente de los Estados Unidos./ Archivo

El discurso con el que un joven John F. Kennedy sedujo a Estados Unidos a su llegada a la Casa Blanca sigue resonando, 52 años después, en las paredes del Despacho Oval y en los oídos del que muchos creen su heredero político: Barack Obama. "No os preguntéis lo que Estados Unidos puede hacer por vosotros. Preguntaros qué podéis hacer vosotros por Estados Unidos", dijo el que fuera senador de Massachusetts, al lado de sus dos hijos pequeños y su flamante esposa, Jacqueline aquella gélida mañana del 20 de enero de 1961.

A sus 43 años, Kennedy iba a convertirse en el segundo presidente más joven de la historia del país, tras una trepidante campaña electoral que se vivió por primera vez ante las pantallas y se cerró con un estrecho margen de ventaja sobre su oponente, el entonces vicepresidente Richard Nixon. La mezcla de ilusión y determinación del joven senador había conquistado a un país que comenzaba a ver al general Dwight D. Eisenhower como el abuelo de las clásicas ilustraciones de Norman Rockwell, y que buscaba una mirada fresca para remontar la Guerra Fría e impulsar la economía nacional. Kennedy simbolizaba una generación joven que había luchado en la Segunda Guerra Mundial por un futuro mejor. Y para eso bien sabía que se necesitaba acción. Durante la contienda electoral insistió en que Estados Unidos estaba estancado por culpa de los republicanos y que su Gobierno traería dinamismo y cambio.

Kennedy dio esperanza al país y transmitió una enorme pasión por empujarlo hacia un porvenir de grandeza. "Nuevas ideas nos llevarán necesariamente a nuevas soluciones", afirmaba. En resumen, un "nuevo pacto interno y mundial", una ‘Nueva Frontera’. Las ideas de Kennedy llamaban la atención sobre una renovación de ese liderazgo estadounidense, en donde el resurgimiento interior era el fundamento necesario para asumir la dirección de los acontecimientos mundiales. Los estadounidenses lo escuchaban y creían que, con él, todo era posible.

Pese a todo su encanto, John no arrasó en las elecciones. De hecho, las ganó por poco. Se especula que su padre, Joseph, compró los votos de algunos estados importantes para asegurar la victoria de su hijo. El progenitor estaba obsesionado con la carrera política de Jack, como lo llamaba su familia. Su plan inicial era que su primogénito, Joe Jr., llegara a ser presidente, pero murió en la guerra. Traspasó entonces sus esperanzas a su segundo hijo y le financió su carrera política desde que se lanzó al Congreso. El patriarca era uno de los hombres más ricos de Estados Unidos -entre otras cosas, la leyenda dice que se lucró con la prohibición del alcohol-y utilizó su dinero y sus conexiones sin pudor para ayudar a su hijo.

El nacimiento del mito

En las últimas semanas antes de las elecciones, los sondeos mostraban un claro equilibrio entre ambos candidatos. La experiencia de Nixon como hombre de confianza de Eisenhower y como gestor eficiente, además de los apoyos que había logrado reunir en la mayoría de los estados del oeste y del sur, hubieran sido más que suficientes para vencer a cualquier otro candidato. Pero la campaña innovadora de Kennedy y los últimos debates televisados hicieron inclinar la balanza a favor de los demócratas.

En la madrugada del 8 de noviembre de 1960, mientras Kennedy seguía con inquietud el escrutinio electoral en la finca familiar de Hyannis Port, un ataque de cansancio, dolor y ansiedad -a consecuencia de una larga campaña y de los numerosos fármacos para paliar sus dolencias óseas crónicas-, le obligó a irse a la cama antes de conocer el desenlace electoral. En ese momento, el recuento no podía estar más reñido: Pensilvania, Misuri, Illinois, Minnesota y California estaban en una disputa cerrada entre ambos candidatos. Cuando a la mañana siguiente lo despertó su hermano Bobby, era presidente. Finalmente, había ganado a Nixon en todos estos Estados exceptuando California, y la diferencia en todo el país fue tan solo de 118.000 votos. Esta escasa diferencia y el reparto de los mandatos de los electores que no habían votado por ninguno de los dos candidatos se transmontaron en 303 mandatos para el demócrata y en 209 para el republicano.

Un análisis más fino del Colegio Electoral muestra que no habría faltado nada para que Nixon sucediera a Dwight Eisenhower en la Casa Blanca. JFK obtuvo entonces 34.226.731 votos mientras que su contrincante reunió 34.108.157. Entonces, según el conteo efectuado en Washington por el diario francés 'Le Monde' habría bastado que 13.000 personas votaran de otra manera en cinco de los cincuenta estados norteamericanos para dar vuelta el triunfo de Kennedy. A Nixon le faltaban 5.000 votos en Illinois y Misouri, 1.300 en Nevada, 1.200 en Nuevo México y apenas 200 en Háwai.

Fue un ajustado triunfo electoral que propició el nacimiento de un mito: el presidente más querido por el pueblo americano -como recuerda Obama en sus discursos-, el que más ha influido en su proceso político; con toda probabilidad, uno de los mayores emblemas de la modernidad en ese país. Los mil días que duró su presidencia fueron suficientes para marcar profundamente la memoria colectiva de un pueblo y de toda una generación mundial que encontró en Kennedy lo que ardientemente necesitaba encontrar: un cambio del sistema de valores tradicionales, una nueva forma de ver y entender la vida.

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