Cuando un magistrado afronta un juicio como el del 11-M, sabe que él también va a ser juzgado. Javier Gómez Bermúdez -un «profesional de la presión», según esa descripción que él mismo aplicaba a los demás compañeros de la Audiencia Nacional- supo superar el trance con una actitud decidida y tajante que caló en la opinión pública. Gómez Bermúdez, severo y un punto impaciente, no dudaba en cortar a los letrados, reprender a los traductores o incluso exigir a un acusado que se callase «de una puñetera vez». Hasta fue objeto de parodias televisivas, que lo presentaban como un calvo 'terminator' de los tribunales.
El togado malagueño había llegado a la presidencia de la Sala de lo Penal en julio de 2004, cuatro meses después de los atentados, y en 2005 ya le tocó encabezar el tribunal que condenó a la célula española de Al-Qaida, una especie de aperitivo mediático de lo que vendría después: el juicio por los atentados de Madrid, celebrado en 2007, tenía un sumario de 100.000 folios y una infernal superestructura de presiones e intereses. Transformado ya en el 'juez del 11-M', pese a su dilatada experiencia anterior, concluyó aquel año con otro momento delicado: su esposa, la periodista Elisa Beni, publicó el libro 'La soledad del juzgador', un perfil de su entonces marido que rompía los cánones distantes de la Justicia española.
En 2009, Gómez Bermúdez presidió el juicio por las identificaciones del accidente del Yak-42, pero en los últimos tiempos está más apartado del candelero: en 2012, tras retirarle su apoyo los vocales conservadores del CGPJ, pasó la presidencia de lo Penal a Grande-Marlaska. Desde el juzgado de instrucción número 3 de la Audiencia Nacional, su destino actual, se ha peleado sin éxito por otro de esos casos que complican la vida: los papeles de Bárcenas.
