Les juro que he visto sábanas del hospital de Puerto Real en un modesto hospital en los alrededores de Dakar. El trabajo que desde hace años desarrollan en la provincia organizaciones como la red Acoge o la Pastoral de Migraciones del Obispado de Cádiz no se reduce a la atención de los inmigrantes llegados a las costas de la provincia, sino a la cooperación activa con sus países de origen.
En el caso de la Iglesia Católica gaditana, asumen especial protagonismo un sinfín de curas, de monjas y seglares que no suelen aparecer por cautela y por voluntad propia en los medios de comunicación, pero que se arriesgaron a albergar en sus instalaciones a personas perseguidas por las fuerzas y cuerpos de seguridad para su deportación, obedeciendo nuevamente a aquella primera declaración de los derechos humanos, que fueron las bienaventuranzas, antes que en leyes empeñadas en ponerle inútilmente puertas al campo.
En las últimas semanas, Gabriel Delgado ha traído hasta Cádiz a dos secretarias de Estado, la de Cooperación –Soraya Rodríguez– y la de Inmigración y Emigración –Anna Terrón–. Ambas visitaron el centro Tierra de Todos en la capital gaditana, aunque a esta última le quedan todavía otros encuentros previstos en la provincia, como la visita a los barrios de Algeciras incluidos en un programa piloto de la Junta de Andalucía, para zonas donde conviven los currantes de antes y de ahora, sin que importe tanto el color de la piel, el acento de su lengua o si disponen de papeles en regla.
A lo largo de los últimos veinticinco años, Cádiz ha aprendido en primera persona el concepto Extranjería. A pesar de las altas tasas de paro, esta provincia ha demostrado sobradamente su instinto solidario aunque quizá sea –malpensados como somos—porque dadas esas mismas tasas, la mayoría de los inmigrantes no se han quedado aquí.
Hoy, las reglas del juego han cambiado: «Por primera vez, en 2010, ha descendido el número de inmigrantes en un 1,4%», aseguró en Cádiz Anna Terrón. Cinco millones según el censo de 2010, aunque en su mayoría sean comunitarios. Pero quizá tengamos que preguntarnos si es bueno que desciendan, porque aquí no faltan trabajadores que logren que crezca la pirámide invertida de la Seguridad Social, sino empleos que logren salarios para hoy y pensiones para mañana.
El Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) blinda las costas de Andalucí. El Frontex acordona las costas africanas desde Senegal al Sáhara. Se supone que estas medidas iban a defender el paraíso y el estado del bienestar. ¿Qué paraíso y qué estado de bienestar nos van quedando? Si no pasan por allí, los desesperados alcanzan la isla de Siracusa, la de Orlando Furioso, al sur de Sicilia, como un puente desde Túnez o Libia, en donde el sangriento coronel Gadafi asegura que hay millones de africanos queriendo cruzar a la orilla norte del Mediterráneo.
Según la secretaria de Estado, se trata de un «acuerdo en materia socio-laboral que consolida un modelo de inmigración regular vinculado al mercado de trabajo, que es fruto del esfuerzo y la responsabilidad de todos y que va a permitir una gestión, día a día, de los asuntos de Extranjería mucho mejor que hasta ahora». La pregunta sigue siendo qué hace con el millón de inmigrantes irregulares que pueden estar residiendo en España todavía, o con los ocho millones que restan en la Unión Europea. ¿Los devolvemos a todos? ¿Cuánto costaría hacerlo? ¿Cómo les sustituiríamos en los trabajos que seguramente hacen? Las autoridades e incluso algunas ONGs suelen hablar de inmigración regular, pero nadie se plantea que a veces resulta sencillamente imposible emigrar con todas las de la ley, no sólo por culpa de los tiranos locales sino por causa de nuestra propia burocracia.
¿Y la cooperación con los países que exportan emigrantes? ¿Y el codesarrollo, ese término que inventó Sami Nair, quien también nos visitaré junto a Susan George a finales de mes? Tenemos un ejemplo cercano en el norte de Marruecos, donde ahora el Rey anuncia reformas democráticas que no sabemos si satisfarán las demandas de los manifestantes del 20 de febrero. La Junta de Andalucía y otros órganos del Estado colaboraron en las infraestructuras de Tánger Med, el puerto que ahora hace la competencia al tráfico de contenedores en Algeciras. ¿Tiene la culpa Marruecos o la tiene Andalucía, no por ese necesario y estratégico ejercicio de responsabilidad sino porque hemos sido incapaces de dotar al puerto algecireño de un hinterland que le hubiera permitido ganarle por goleada a los nuevos muelles tangerinos y no verse convertido en un simple competidor en el salario a la baja de sus estibadores?
Son muchas las ONGs andaluzas que cooperan con Marruecos, con Senegal, con Mali, con Mauritania o con Camerún. Y lo hacen, en unos momentos difíciles, cuando el Consejo de Ministros aprobó recientemente el Plan Anual de Cooperación Internacional para 2011, con 1.031 millones de euros menos con respecto a la partida del año anterior. Y esa fue una de las razones por las que Gabriel Delgado quiso traer hasta Cádiz a la secretaria de Estado Soraya Rodríguez. Hay hospitales pendientes de nuestra ayuda, conducciones de agua y escuelas. Son pequeños oasis contra la desesperación, pero algo son. El cura Gabriel, aunque inexplicablemente siga creyendo en la multiplicación de los panes y los peces, parece confiar más en las buenas artes de la vieja diplomacia vaticana.