Todo es según se mire, pero hay cosas que no podemos echarnos a la cara sin sonrojarnos por cuenta ajena. Lo peor que le puede pasar al señor que ha alcanzado el más alto puesto en su nación es que la gente se pregunte por qué no había nacido en otra parte. Es dramático y odioso que el máximo dirigente de un país inspire el miedo, pero más grave aún es que inspire lástima. El reconocimiento de la realidad, que es una de las cosas más respetables del mundo, está siendo tardío en España y ha llegado el momento de enfrentarse con ella. Una señora pesadísima a la que debemos sostener la mirada. Nuestra única defensa es la variedad de los puntos de vista, ya que entre el mirar y el ver siempre se interpone el viento.
Congreso y Senado han abierto la puerta a que se conozcan los bienes de los señores parlamentarios y tanto el PSOE como el PP se oponen a la limitación de los salarios vitalicios. La predicada austeridad debe ser delegada a las clase populares, que siguen teniendo como misión única la de dar buen ejemplo. Quienes pronunciaron elocuentes parrafadas merecen seguir cobrando por ellas, aunque se haya extinguido su eco. Ahí están de acuerdo todos los oradores, sean del partido que sean. Entre sastres no se cobran las hechuras. Los señores diputados se disponen a mostrar su patrimonio y renta para «acabar con los privilegios». A muchos de ellos les será fácil ya que jamás les han quitado la vista de encima.
El presidente Zapatero, casi dimisionario en opinión de los expertos, ha confirmado algo que ya sabíamos todos, que «va a ser difícil bajar el paro». Más arduo será hacerlo subir sin que explote la convivencia española. La virtud de los jóvenes jamás ha sido la paciencia y además de dejarles sin fumar en locales cerrados quieren dejarse sin comer al aire libre.
