Creo que fue durante el otoño de 1960 cuando regresó sigilosamente a Madrid Luis Lacasa después de un penoso exilio, ese pequeño gran hombre cuya obra ya figuraba en todos los manuales de arquitectura contemporánea. El luminoso azul sobre la ladera del Guadarrama y la alfombra ocre de hojas secas quebraban el gris de la posguerra. Cinco años antes Rafael Alberti en su soneto 'A Luis Lacasa' escribía: «España sin morir espera. Pronto, arquitecto, sobre su aire puro, podrás tranquilo y con tu sabia mano levantarle otra nueva primavera». Pero él regresaba muy enfermo y solo quería morir en su patria y junto a su familia. Nacido en Ribadesella en 1899 pertenece al grupo de arquitectos de la llamada generación del 25 como Sánchez Arcas, Gutiérrez Soto o Feduchi que introduce en Madrid la arquitectura racionalista del Movimiento Moderno. Había pasado por la Residencia de Estudiantes donde se hace muy amigo de Federico, Rafael y Pablo Neruda. En 1931 García Lorca publica en la revista Occidente un bello poema surrealista titulado 'Vaca' dedicado expresamente a Luis Lacasa. Entre su excelente obra arquitectónica destacan el Hospital Provincial de Toledo (1926-1931) y el Edificio Rockefeller en la Ciudad Universitaria de Madrid (1927-1931), pero sobre todo el Pabellón de la República Española en la Exposición Universal de Paris de 1937 que levanta junto a Josep Lluis Sert. El propio edificio y las espléndidas obras que contiene es considerado por muchos críticos como un grito de socorro: las esculturas de Alberto y de Calder, las pinturas de Miró y sobre todo el gran lienzo de Picasso que recoge el inmenso dolor del pueblo de Guernica.
Junto a la enorme valía profesional e intelectual de Luis Lacasa destacaba la sabia humildad del hombre bueno que ya solo planeaba disfrutar con sosiego sus últimos días. Un grupo de jóvenes arquitectos que recuperaron en España la modernidad que él había iniciado tuvieron noticia de su regreso y decidieron organizar un homenaje. Paco Oíza, José Luis Romany, Carlos Ferrán, Luis Miquel y Pedro Casariego se ocuparon de los detalles y solicitan a la Dirección General de Arquitectura ayuda económica no solo para el acto sino para la propia atención al insigne personaje. El director general García Lomas quien luego fue alcalde de Madrid, respondió conminando a Luis Lacasa para que abandonara España en un plazo de veinticuatro horas. Como sostenía Eduardo Mangada cuando me relató tan triste suceso, la guerra no había terminado, al menos para Luis Lacasa obligado a morir lejos de España. Pablo Neruda en su Elegía de 1971 escribe: «Allí en Moscú bajo la nieve, yace el duro esqueleto de mi buen compañero, compañero». Oriol Bohigas en sus dos libros sobre la Arquitectura de la Segunda República cita los nombres de más de cien arquitectos exilados después de la guerra. Según el autor catalán entre ellos figuraba lo mejor de la vanguardia española y la suerte de esta diáspora fue muy diversa. Josep Lluis Sert diseñó el plan de ordenación de La Habana y en Estados Unidos alcanzó un gran prestigio de manera que en los años setenta regresa a España donde también construye obras importantes como la Fundación Miró de Barcelona. Desde México, Félix Candela proyecta por todo el mundo sus livianas láminas de hormigón. Manuel Sánchez Arcas llegó a representar a Polonia ante las Naciones Unidas, atractivo personaje amigo y colaborador de Luis Lacasa, inspira la novela de Antonio Muñoz Molina 'La noche del los tiempos'.