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opinión

Dobleces

Día 7/08/2015 - 12.31h

Sabemos de la calidad plástica que adquieren los argumentos en boca de los políticos. La habilidad no es nueva. La practicaban ya en la antigua Grecia aquellos sofistas que sabían defender hoy una idea y mañana justo la contraria sin el menor asomo de rubor.

(Re) escucho con crecido interés las declaraciones del anterior alcalde de Medina en la emisora 'amiga' de Cadena Ser La Janda con respecto a la sentencia exculpatoria en la causa por prevaricación abierta contra él en noviembre de 2013. Por un lado, el antiguo regidor argumenta que se esperaba dicha sentencia porque mal puede condenar la Justicia a quien no ha cometido ninguna irregularidad y, por otro, que todo se debió a una maniobra política orquestada tanto por IU (denunciante) como por el PP (acusación particular), que se las arreglaron para dilatar la causa hasta las últimas elecciones con la imputación del candidato del PSOE, que no era otro que su misma persona.

A mi entender, al tiempo que escenifica su confianza en la Justicia, denuncia el hecho de que esta misma institución sea manipulada con fines puramente (o mejor, espuriamente) políticos. Hasta el más versado de los sofistas habría tenido dificultades para manejarse en la doblez del argumento. Pero vemos cómo los actuales frutos de la clase política, madurados en nuestra pervertida democracia, se encuentran cómodos practicando estos ejercicios de contorsionismo dialéctico que los lleva, por ejemplo, a defender los resultados de las encuestas cuando soplan favorables y a despreciarlos cuando se tornan contrarios.

Del mismo modo, el anterior primer edil del Ayuntamiento, como diestro funámbulo, camina confiado por el alambre del análisis llevando en sus manos esa barra de equilibrio que oscila entre la confianza en aquella parte de la Justicia que lo exculpa y la denuncia contra aquella otra que es, en su opinión, objeto de mangoneo. Finalmente acomete el triple salto de audacia que supone declarar que él jamás 'utilizaría la judicialización de la política' porque esto (cualquier cosa que esto signifique) 'crea desconfianza en las instituciones y aleja aún más a la ciudadanía de la política'.

Para mí resulta gratamente satisfactoria la sentencia exculpatoria por lo que pueda significar con respecto a la pulcritud de la gestión pública, pero la declaración me suena a déjà vu, en tanto este doble rasero a la hora de medir la acción de la Justicia (desde que Pacheco abriera el fuego tildándola de 'cachondeo') es moneda diaria en boca de nuestros políticos, quienes confían ciegamente en ella hasta que, sintiéndose agraviados, comienzan a torpedearla.

No descubrimos nada nuevo si decimos que España la Justicia anda hecha unos zorros no sólo por la falta de medios materiales sino teniendo que combatir a diario contra enemigos sin escrúpulos, los más poderosos aquellos que más se deberían esforzar en protegerla. Todas estas declaraciones que ponen en duda la imparcialidad de la institución por parte precisamente de los únicos que tienen en su mano la capacidad de adulterarla, no hacen sino menoscabar la firmeza de este pilar básico en el edificio erigido por Montesquieu, lo que redunda negativamente, como bien intuye el exculpado, en el equilibrio de los otros dos poderes del Estado democrático, por lo que debería ser él el primero en aplicarse el cuento.

De no ser así todos acabaremos creyendo en esta doble Justicia que se levanta la venda de ecuanimidad de uno de sus ojos para observar la refriega política y atender al interés particular de alguno de los combatientes.

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