Turismo

De paseo por la Sevilla de Cernuda

Esta ruta camina por los lugares vinculados a la biografía del poeta; aquellos espacios que sirvieron de estímulo poético al escritor y que encarnan la sensibilidad cernudiana

Calle Aire de Sevilla, donde vivió el poeta Luis Cernuda J. M. Serrano

Nereida Domínguez

Sevilla es un lugar excelente para encontrar la inspiración. Una ciudad pensada para vivirla con los cinco sentidos donde lo que vemos, olemos, saboreamos, oímos y tocamos va generando un poso en nuestro interior que nos sugiere ideas e incentiva nuestro lado más creativo. Tiene un halo invisible que muchos han coincidido en denominar como «duende». Cuando caminas por sus calles entiendes cómo la capital hispalense ha inspirado a lo largo de la historia a miles de escritores y es cuna de reconocidos artistas.

Muchos rincones de Sevilla los vemos reflejados en la poesía de Bécquer o de Antonio Machado, así como en la del poeta sevillano, perteneciente a la generación del 27, Luis Cernuda. Nuestros pasos nos llevan en este recorrido a deambular de la mano del escritor por una Sevilla recogida, íntima, moldeada por su luz y el sonido del agua y llena de aromas primaverales .

Este paseo camina por los lugares vinculados a la biografía del poeta; aquellos espacios que sirvieron de estímulo poético al escritor y que encarnan la sensibilidad cernudiana.

Casa natal en la calle Acetres Raúl Doblado

Casa natal en Acetres

Nuestro punto de partida arranca en la casa natal del poeta sevillano, situada en el número seis de la céntrica calle Acetres, muy cerca de la calle Cuna. Un 21 de septiembre de 1902 nació Luis Cernuda en esta casa donde vivió su niñez y juventud. Así lo rememoraba el poeta:

«Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo».

Ocnos, «El tiempo»

Si avanzamos solo un poco en dirección a la calle Buiza y Mensaque, a la vuelta, una placa nos recuerda que allí vivió Joaquín Turina, cuyas notas de su piano serían las que escucharía Cernuda desde su casa como lo reflejó en estas líneas:

«En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música».

Ocnos, «La poesía»

Iglesia de la Anunciación Kako Rangel

Las tiendas de la Plaza del Pan

Volvemos sobre nuestros pasos por la calle Acetres para salir a la calle Cuna y desde allí, nos encaminamos hacia la Plaza del Salvador . En su iglesia se bautizó el poeta. Por la calle Córdoba llegamos a la conocida como Plaza del Pan, y denominada por el callejero como Plaza Jesús de la Pasión, donde bajo el título Las Tiendas, Cernuda describe cómo eran estos establecimientos a principios del siglo XX . Como curiosidad, en una de ellas, tuvo una droguería su abuelo.

«Estaban aquellas tiendecillas en la plaza del Pan, a espaldas de la iglesia del Salvador, sobre cuya acera se estacionaban los gallegos, sentados en el suelo o recostados contra la pared, su costal vacío al hombro y el manojo de sogas en la mano, esperando baúl o mueble que transportar. Eran unas covachas abiertas en el muro de la iglesia, a veces defendidas por una pequeña cristalera, otras de par en par sobre la plaza el postigo, que sólo a la noche se cerraba».

Ocnos, «Las tiendas»

Plaza de la Encarnación e Iglesia de la Anunciación

Saliendo de la plaza por la calle Lineros hacia Puente y Pellón, desembocamos en la plaza de la Encarnación donde se encuentra el mercado de abastos bajo las Setas . Así lo recordaba el poeta:

«Cuánta gracia tenían formas y colores en aquella atmósfera, que los esfumaba y suavizaba, quitándoles a unas dureza y a otros estridencia. Ya era el puesto de frutas (brevas, damascos, ciruelas), sobre las que imperaba la rotundidad verde oscuro de la sandía, abierta a veces mostrando adentro la frescura roja y blanca. O el puesto de cacharros de barro (búcaros, tallas, botellas), con tonos rosa o anaranjado en panzas y cuellos. O el de los dulces (dátiles, alfajores, yemas, turrones), que difundían un olor almendrado y meloso de relente oriental».

Ocnos, «Mañanas de verano»

Sigue nuestra ruta por la calle Laraña para detener nuestros pasos en la Iglesia de la Anunciación junto a la actual Facultad de Bellas Artes. En la época de Cernuda, la Universidad de Sevilla se situaba en lo que hoy es la Facultad y allí fue donde el poeta comenzó a estudiar Derecho en el otoño de 1919 y donde conoció al joven poeta y profesor Pedro Salinas. Su relación tuvo una gran transcendencia en la trayectoria de Cernuda ya que Salinas comenzó a invitarlo a tertulias literarias, a influir en sus lecturas y se ofreció a comentarle sus escritos. En septiembre de 1925, le presentó a Juan Ramón Jiménez. Así, se publican una selección de sus poemas en Revista de Occidente y los directores de la malagueña imprenta Sur, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, editan su primer libro de poesía, Perfil del aire, aunque sin mucho éxito entre la crítica.

Muchos serían los paseos que daría Cernuda en estos patios universitarios como lo refleja en Ocnos «El destino». Durante su estancia en la universidad, en 1913, llegan a Sevilla los restos de Gustavo Adolfo Bécquer para reposar en el Panteón de Sevillanos Ilustres de la capilla universitaria, actual Iglesia de la Anunciación.

«Años más tarde, capaz ya claramente, para su desdicha, de admiración, de amor y de poesía, entró muchas veces Albanio en la capilla de la universidad, parándose en un rincón, donde bajo dosel de piedra un ángel sostiene en su mano un libro mientras lleva la otra a los labios, alzado un dedo, imponiendo silencio».

Ocnos, «El poeta»

Al final de esta calle Laraña, en la esquina de Villasís con Martín Villa se encontraba el hoy desaparecido colegio de Los Jesuitas , donde cursó sus primeros estudios el poeta y del que guardaba un buen recuerdo de su tutor como recoge en estas líneas:

«Lo mío fue la clase de retórica, y era bajo, rechoncho, con gafas idénticas a las que lleva Schubert en sus retratos, avanzando por los claustros a un paso corto y pausado, breviario en mano o descansada ésta en los bolsillos del manteo, el bonete derribado bien atrás sobre la cabeza grande, de pelo gris y fuerte.»

Ocnos, «El maestro»

Convento de San Leandro

Convento de San Leandro

Volvemos nuestro caminar hacia la plaza de la Encarnación para llegar hasta la de Cristo de Burgos. Si callejeamos por la calle Dormitorio alcanzaremos la tranquila pila del Pato en la plaza de San Leandro , junto al convento del que el lugar recibe su nombre. Su puerta de entrada la encontraremos a la vuelta, en la Plaza de San Ildefonso donde aún hoy podemos disfrutar de las populares yemas de huevo que elaboran sus monjas y de las que da buena cuenta el escritor:

«Por la galería, tras llamar discretamente al torno del convento, sonaba una voz femenina, cascada como una esquila vieja: “Deo gratias”, decía. “A Dios sean dadas”, respondíamos. Y las yemas de huevo hilado, los polvorones de cidra o de batata, obra de anónimas abejas de toca y monjil, aparecían en blanca cajilla desde la misteriosa penumbra conventual, para regalo del paladar profano.»

Ocnos, «Un compás»

Calle Aire

Por Boteros y tras Corral del Rey, dirigimos nuestros pasos hasta la estrecha calle Aire donde un azulejo nos recuerda que allí vivió el poeta durante sus últimos días de estancia en Sevilla . También lo describe así en Ocnos:

«Alguna vez, a la madrugada, me despertaba el rasguear quejoso de una guitarra. Eran unos mozos que cruzaban la calleja, caminando impulsados quizá por el afán noctámbulo, lo templado de la noche o la inquietud bulliciosa de su juventud.»

Ocnos, «La música y la noche»

La Judería, donde se encontraba el magnolio

Judería, Reales Alcázares y Catedral

Desde la calle Aire, seguimos paseando por pleno barrio de Santa Cruz hasta llegar a la calle Judería por Vida. En este espacio tan idílico y bucólico se encontraba el magnolio como recuerda una placa en este lugar:

«En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores. Aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida.»

Ocnos, «El magnolio»

Siguiendo las murallas de los Reales Alcázares llegamos hasta el patio de Banderas para adentrarnos en los jardines del Alcázar. En ellos vemos esa Sevilla más íntima, alejada del bullicio, donde el sonido protagonista es el del agua cayendo de sus fuentes . Así lo expresa el poeta:

«En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua fingía como unos pasos que se alejaran.»

Ocnos, «Jardín antiguo»

Y salimos a la plaza del Triunfo para darnos de bruces con la imponente Catedral. Así recordaba Cernuda, desde la distancia, el repicar de las campanas de La Giralda:

«El oírlas, tiempo atrás, no te producía emoción, al menos ninguna entonces consciente; mas la magia con que resuenen hoy en tu espíritu, libre y distinta de toda motivación, parece revivir un júbilo de festividad solemne y familiar, insignificante para todos excepto para ti.»

Ocnos, «Las campanas»

Un recorrido que llega a su fin en este punto y que bien podría seguir si en nuestro paseo nos quisiéramos alejar de las céntricas calles sevillanas, pues Cernuda también transitó por su río Guadalquivir como evidencia en la prosa poética de Ocnos en «La ciudad a distancia» o «La Catedral y el río»; por los desaparecidos jardines del Eslava, en la actual calle San Fernando, como refleja en «El enamorado o por el parque de María Luisa que recuerda en «El placer», «Primavera» y «El parque». Un lugar este último que recorrió asiduamente mientras vivió en el cuartel de la Borbolla de los 13 a los 16 años.

Unos recuerdos de la ciudad que el poeta recreó desde la distancia pues la primera edición de Ocnos, la que se compone de los poemas en torno a la infancia y adolescencia del escritor en Sevilla, fue publicada en Londres en 1942. Una ciudad que le vio nacer, marcó sus primeros años y la mantuvo en su memoria hasta el final de sus días en el exilio mexicano.

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