Dónde probar los mejores gofres del mundo
Visita a «Max», la cafetería de Gante (Flandes) donde se inventó el gofre
En Flandes hay muchas veces que huele a gofre. También podría decirse lo mismo de la cerveza, las patatas fritas o el chocolate , pero el aroma dulce del gofre llega más lejos, como una nube invisible. Las bandejas llenas de esas galletas de masa crujiente, en forma de rejilla, se asoman a las calles como una bendición o como una provocación, según se mire.
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No todos los gofres son iguales. En los puestos callejeros los encontraremos al «estilo de Bruselas» , preparados con una masa de levadura, ligeros, gruesos y crujientes, y «al estilo de Leija» , mucho más pequeños, dulces y densos, como una bomba calórica. Se sirven calientes, espolvoreados con azúcar glaseada y, casi siempre, con crema chantillí para acompañar. En algunos casos, se añaden frutas o chocolate.
Los «gofres de Bruselas» se inventaron en realidad en Gante . Y quizá sea esa una de las razones por las que en ningún sitio saben como en esta ciudad encantada de casas medievales, canales, puentes y tranvías. Una joya flamenca que siempre provoca un debate amable: ¿ Brujas o Gante? La pregunta recuerda otro dilema familiar: «¿A quién quieres más, a papá o a mamá?» Pues bien, no siempre hay que elegir. Lo más fácil es visitar las dos: están cerca (a menos de media hora en tren), de forma que hasta es posible organizarse en un solo día. La mañana en Brujas, la tarde en Gante.
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Una de las razones para visitar Gante puede ser conocer «Max» , la cafetería en la que se inventó este dulce en 1839. Desde entonces. seis generaciones han sido capaces de conservar la receta original (harina, sal, azúcar, leche, huevos y mantequilla), y de hacer crecer su prestigio. «El mejor gofre del mundo» , según dicen los que lo prueban, los que conocen su historia. Max y su familia fueron feriantes en Lieja, Utrecht y Amberes, hasta que se instalaron en Gante con un invento destinado a cambiar la historia gastronómica de este rincón de Europa.
El gofre de Max es crujiente y ligero. Un rectángulo de veinte cuadraditos -exactamente veinte, cinco por cuatro- con azúcar glaseada, acompañado en su versión clásica de deliciosa nata (crema chantillí), que aquí se sirve en un pequeño cuenco y no directamente sobre el dulce. Hay otra versiones de gofre, con helado de vainilla, frutas... El precio, a partir de ocho euros. La merienda-capricho, con un café, se va rápidamente a los doce o quince euros, pero la experiencia merece la pena.