Viena: por qué merece la pena conocer sus palacios... y sus cloacas
Este año, la Ópera de Viena cumple 150 años y la película «El tercer hombre», 70. Dos caras muy distintas de la ciudad imperial
Este año, Viena celebra dos versiones contrapuestas de sí misma. Por un lado, la Weiner Staatsoper, la Ópera Estatal de Viena , cumple 150 años (se inauguró el 25 de mayo de 1869 con una representación del «Don Giovanni» de Mozart a la que acudieron el emperador Francisco José y Sissi) como un símbolo de la Viena elegante y culta, de palacetes suntuosos y amplias avenidas, de cafés y tertulias de intelectuales. Por otro, es el 70 aniversario de «El tercer hombre» , la película de Carol Reed que retrataba de forma excepcional la Viena de posguerra, destrozada por los bombardeos y por la que pululaban personajes a quienes sería demasiado caritativo describir como de moral dudosa. Un periodo al que los vieneses dieron la espalda durante mucho tiempo (la película fue un fracaso en Austria, donde solo estuvo cinco semanas en cartelera), pero que ahora algunos reexaminan tomando esta cinta como excusa.
Empecemos por la Viena monumental . Curiosamente, la Ópera tampoco fue popular en su momento. El proyecto de este edificio neorrenacentista recibió un sinnúmero de críticas durante su construcción y ninguno de los dos arquitectos que la diseñaron llegó a verla acabada: Eduard van der Nüll se suicidó en 1868 y August Sicard von Sicardsburg murió poco después de tuberculosis. Pero esos comienzos polémicos no impidieron que se convirtiese en uno de los grandes templos mundiales de la ópera, por donde han pasado todos los grandes intérpretes y que ha tenido directores del renombre de Gustav Mahler, Richard Strauss o Herbert von Karajan . Hoy en día tiene una temporada que dura diez meses y durante la que se representan cincuenta óperas (con cinco o seis estrenos por temporada) y quince ballets.
Merece la pena hacer una de las visitas por la Ópera (disponibles con guía en español) para ver salas tan exclusivas como el salón privado de Francisco José –que hoy en día puede alquilarse para el entreacto por 500 euros–, conocer la historia del edificio, admirar los mármoles y los tapices que lo decoran y –en los días que no hay ensayo, generalmente los domingos y en verano– ver la impresionante tramoya: 1.500 metros cuadrados de bastidores por los que se mueven durante las funciones equipos de 250 tramoyistas. Pese a la elegancia de la Ópera, está abierta a todo el mundo y las localidades más baratas (de pie) pueden llegar a costar tan solo 3 euros.
Una de las curiosidades que se aprenden durante la visita es que el 80 por ciento del edificio hubo de ser reconstruido tras la Segunda Guerra Mundial debido a los daños causados por los bombardeos. Esto nos pone en situación para meternos en la Viena de «El tercer hombre»: blanco y negro, ruinas, música de cítara de Anton Karas (a quien el equipo de la película descubrió durante el rodaje cuando tocaba en una taberna cualquiera) y Orson Welles levantando la ceja de modo fascinante en el portal del número 8 de la Schreyvogelgasse, en el que la puerta impide hoy en día que uno pueda recrear el gesto escondiéndose en las sombras del dintel.
Hay otros escenarios que siguen siendo muy reconocibles: el Palais Pallavicini, en la Josefs Platz , donde vivía Harry Lime y a donde llega Holly Martins al comienzo de la película; el Café Mozart , al que la cinta cambiaba de ubicación; la Maria am Gestade , iglesia gótica del siglo XV delante de la que pasa la persecución del final de la película; y, cómo no, la noria del Prater , uno de los rincones más conocidos de Viena y donde a uno le cuesta no dar rienda suelta a los impulsos de villano para soltar un discursito cínico sobre los Borgia y los relojes de cuco suizos. Hasta es posible bajar a las alcantarillas , cosa que no hizo Orson Welles, que tenía demasiado caché como para mancharse los zapatos y prefirió rodar esas escenas en un estudio de Londres, dejando que fuese un extra quien aguantase el mal olor. Las visitas –en alemán o en inglés– resultan algo pesadas, pero tiene gracia ver las escenas del clímax de la película proyectadas en los muros de hormigón de los canales (junto a joyas del audiovisual austriaco que también rodaron allí, como capítulos de «Rex: un policía diferente» o algún videoclip de Falco).
Pero la visita imprescindible para los amantes de esta película (o para quienes tengan curiosidad por la Viena de posguerra) es el Museo de «El tercer hombre» , un proyecto personal de una pareja enamorada del cine y de la Historia: Gerhard Strassgschwandtner y Karin Höfler. Entre los dos han reunido cientos de elementos relacionados con la cinta: carteles,piezas del vestuario, guiones con notas de los actores, cámaras, fotografías y hasta la cítara original de Anton Karas. Además, parte del museo proporciona el contexto histórico de la ciudad, tanto en la política como en la vida cotidiana, entre los años 30 y los 50.
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