El Santo Grial y otros nueve «secretos» poco conocidos de León
Historias insólitas y poco conocidas que puedes descubrir si visitas la Capital Española de la Gastronomía 2018
León, elegida Capital Española de la Gastronomía 2018 , tiene muchos atractivos para el turista. Además de su fantástica cocina, su patrimonio cultural y sus paisajes, la ciudad tiene rincones con historias sorprendentes y poco conocidas
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El vampiro de la catedral
La catedral, a la que algunos llaman la «Pulchra Leonina» (Bella Leonesa), es una joya del gótico universal. Por ella pasan todos los visitantes de la ciudad, pero lo que muy pocos saben es que junto a la capilla de la Virgen Blanca , a la que se accede más rápidamente por la fachada occidental del templo, se encuentra la tumba de Ordoño II . Cuentan que su fantasma se levanta muchas noches y vaga sin rumbo fijo. En 1991, hace nada, un asaltante anónimo se coló en la catedral rompiendo algunas de sus vidrieras con la intención de clavar una estaca en el pecho de un vampiro que, según él, se pasea cada noche por el templo.
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El Santo Grial
La Colegiata de San Isidoro, que no desmerece en méritos a la catedral, está considerada como la Capilla Sixtina del Románico . Entre los muchos tesoros que guarda desde el siglo XI está el Cáliz de Doña Urraca, la Temeraria, copa que se cree que fue la usada por Jesucristo en la Última Cena y a la que se atribuyen poderes sobrenaturales.
El recipiente está formado por dos mitades de cerámica de tipo Qumran, utilizada en Palestina en tiempos de Jesús, unidas en el centro por una bola de oro que mandó fabricar Doña Urraca, quien aportó sus joyas para embellecerlo.
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El gallo persa
Otro tesoro de la Colegiata de San Isidoro es la figura de un gallo de cobre dorado que durante muchos años pasó desapercibido. Coronaba a modo de veleta la torre de la iglesia y dice la leyenda que con sus quiquiriquíes advertía de la llegada de los soldados de Almanzor . En unas obras de restauración de la torre en 2001, la pieza se sometió a la prueba del carbono 14 que determinó que fue fabricada en el s.VI por orfebres persas. Esto encaja con algunas crónicas bizantinas en las que se dice que el rey persa Kosroes II , contemporáneo de Mahoma y conquistador de Jerusalén , hizo que todas las cruces de los tejados de las iglesias fueran sustituidas por gallos dorados.
Ha perdido las piedras preciosas incrustadas en sus ojos, pero no una enigmática inscripción en su interior que todavía no ha podido ser descifrada.
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Las Cabezadas
Frente a la portada de San Isidoro hay una estatua de bronce negro sobre un pedestal de piedra de base cuadrada. Representa al abad de la colegiata y al alcalde de la ciudad y conmemora un hecho que tuvo lugar en 1158. Desesperados tras una pertinaz sequía, sacaron los restos de San Isidoro en procesión y llovió abundantemente «en los campos de León y su alfoz (periferia)», según se dice en el «Chronicon Mundi» de Lucas de Tuy. Desde entonces, todos los años el Concejo de la ciudad ofrece en agradecimiento un cirio de una arroba y dos hachas de cera al Cabildo, momento que recoge el monumento. Al parecer, la primera vez hubo una cierta discrepancia entre el síndico, que sostenía que se trataba de una ofrenda voluntaria, mientras que el clérigo aseguraba que se trataba de un foro, es decir de una obligación.
La discusión se saldó con tres reverencias con inclinaciones de cabeza por ambas partes, «Las Cabezadas» que se repiten teatralizadas el último domingo del mes de abril.
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El banco de Gaudí (o no)
La Casa Botines es una de las tres únicas obras que realizo Gaudí fuera de Cataluña (las otras dos son El Palacio Episcopal de Astorga y El Capricho de Comillas en Cantabria).
Es un edificio modernista que se utilizó como almacén de tejidos y residencia privada. Hoy alberga un museo dedicado al genial arquitecto catalán.
Frente a este edificio hay un banco en el que se encuentra la estatua de Gaudí sentado tomando notas en un cuaderno y junto a una paloma. El lugar se llama popularmente la Plaza de las Palomas , aunque su nombre oficial sea Plaza de San Marcelo.
El conjunto artístico, obra de José Luis Fernández, fue fundido en 1998 y funciona como un auténtico imán para que los turistas se tomen fotos con el autor de la Sagrada Familia . Pero en León muchas cosas no son lo que parecen y hay quien asegura que ese hombre con barba y sombrero no es Gaudí sino el escritor zamorano Leopoldo Alas, «Clarín».
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«Mucho yerro»
A un lado de la Casa Botines destaca un edificio renacentista, el Palacio de los Guzmanes , construido en el s.XVI por orden del obispo de Calahorra Juan de Quiñones y Guzmán, hijo del que fuera líder comunero Ramiro Núñez de Guzmán.
Edificio sobrio y monumental, hoy sede de la Diputación Provincial. En su fachada aparece el misterioso escudo de los Guzmanes , un caldero del que salen seis serpientes. «Aquellos primeros Guzmanes traían por armas un escudo azul con dos calderas xaqueladas de amarillo y colorado, y en las asas unas cabezas de sierpes con una orla blanca á la redonda del escudo con armiños negros». Motivos más que suficientes para que surgieran las más variopintas leyendas. Una de ellas dice que Felipe II , enemigo acérrimo de los Comuneros, asombrado ante el despliegue de herrerías dispuestas en los ventanales del Palacio, comentó en un tono jocoso que no era habitual en el «Rey Prudente»: «Mucho yerro me parece para un obispo».
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El Cristo del Carrizo
A nadie que visite el Museo Arqueológico de León le pasa inadvertida una talla de marfil de 33 cm. conocida como El Cristo del Carrizo. Su sobriedad estética, obra maestra del románico leonés, y unas pupilas hechas con azabache sobre hilo de oro le otorgan un halo de misterio.
Llegó al museo en 1874 procedente del monasterio cisterciense de Carrizo de la Ribera , donde lo custodiaban las monjas contemplativas que se vieron obligadas a venderlo para sufragar los gastos de salud de una de las religiosas.
Se cree que fue creado a finales del s.XI, pero no se sabe mucho más de él. Otro de los misterios de León.
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Las moscas de Arroyo
En 2011, Ecologistas en Acción presentó en el Ayuntamiento 1.500 firmas pidiendo la retirada de una escultura conocida como Las Moscas, de Eduardo Arroyo (Madrid, 1937), instalada en la plaza Puerta Castillo. Culminaba así una polémica sobre lo que algunos calificaron como «insulto a la historia y la cultura de León», y de la que el artista dijo: «Que sea León quien las juzgue... Yo ya he olvidado todas las maldades y mentiras».
De entre todas las moscas de acero, cuya realización costó 800.000 euros, destaca una de 260 kilos de peso colocada en la fachada de la iglesia de los Descalzos, utilizada por el Archivo Histórico Provincial . Es de un llamativo color amarillo y ha sido catalogada como Bien de Interés Cultural, por lo que goza de «la máxima protección legal».
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El Arco del Viajero
Como un hito del Camino de Santiago , el Arco del Viajero, de la escultora holandesa Corinne van Bergen (Utrecht, 1961), se levanta en la Plaza de las Torres de Omaña desde 2001. Aquí volvió a saltar la polémica cuando El Diario de León publicó en 2003 una foto en la que se veía otra escultura del artista murciano Máximo Riol (Murcia, 1948), ubicada en el Paseo Marítimo de las Palmas de Gran Canaria, bajo el título «Como dos gotas de agua», añadiendo que la del murciano era anterior.
Esta vez fue la asociación Ciudadanos en Defensa del Patrimonio la que remitió un escrito al Ayuntamiento para que retirara la obra de Van Bergen, que costó 82.000 euros.
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Figura sentada con pájaro muerto
Y terminamos esta serie de aspectos curiosos y desconocidos de León con otra escultura urbana polémica, la titulada «Figura sentada con pájaro muerto» del artista Amancio González (Villahibiera de Rueda, León, 1965), situada en la Calle del Cid del Barrio Romántico.
Se trata de una peculiar figura de bronce subida a una columna que parece mirar entristecido a la gente que ocupa las mesas al aire libre de un bar cercano. Al margen de cuestiones estéticas, siempre discutibles, los viandantes de la zona suelen argüir que esta obra, como el Arco del Viajero, se encuentra en medio de una popular y festiva zona de tapeo y fiesta, lo que hace que no sea un lugar ideal para una escultura triste.