Medina Azahara, la más brillante joya del califato
El espectacular yacimiento cordobés, recién declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, nos recuerda el esplendor de al-Ándalus
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Desde el altozano donde se inicia la visita al mayor yacimiento arqueológico de España -113 hectáreas de superficie amurallada- es preceptivo un ejercicio de imaginación con la ayuda de los bellos vestigios que se esparcen a nuestros pies. En el piedemonte de Sierra Morena se encuentran los restos de Madinat al-Zahra , la «ciudad brillante» que mandó construir el poderoso Abderramán III , el primer califa omeya de Córdoba, cuyo reinado duró medio siglo. Fundó esta fastuosa ciudad palatina hacia el año 936 para exhibir músculo frente a sus grandes enemigos, los fatimíes del norte de África, aunque la tradición popular ha preferido una versión más romántica: la urbe fue edificada como homenaje a la mujer favorita del califa, Azahara.
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Dice una cita cinematográfica ya clásica que «la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo», y así le ocurrió a este conjunto monumental, que se apagó con poco más de un siglo de vida, destruido y saqueado en 1010 como consecuencia de la guerra civil que puso fin al Califato de Córdoba . Aquellos sucesos nos privaron de un prodigio probablemente único, la ciudad más bella de Occidente en su tiempo, el Versalles de la Edad Media , pero las ruinas de los pórticos, salones y casas que han llegado hasta nosotros tienen valor suficiente para que Medina Azahara reciba más de 1.300.000 visitantes cada año y haya sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Urbanismo califal

Utilizada durante siglos como cantera artificial para la construcción de otras edificaciones posteriores en el casco histórico de Córdoba -la capital se encuentra a ocho kilómetros-, el hecho de que cayera en el olvido hasta que fuera declarada Monumento Nacional en 1923 propició que no hubiera asentamientos posteriores que acabaran por destruir el urbanismo de tipo califal y la originalidad de sus materiales.
La ciudad palatina fue distribuida en tres terrazas que se adaptaron a la topografía del terreno, y adoptó un trazado rectangular, en claro contraste con el laberinto característico de la planificación musulmana. El palacio se situó en la parte más alta; desde allí Abderramán III contemplaba la gloria de su poder . La primera terraza albergó la zona residencial del califa; más abajo, la zona oficial (Casa de los Visires, cuerpo de guardia, Salón Rico , dependencias administrativas, jardines...), y, por fin, la ciudad propiamente dicha, con las tiendas de artesanos, las viviendas y la Mezquita Aljama , fuera del recinto amurallado.
El espacio más valioso entre todos los conservados es, sin duda, el Salón Rico -así llamado por su espectacular decoración- y su jardín adyacente. Allí se celebraban las recepciones políticas y las fiestas religiosas , con el califa en la cabecera y los dignatarios y funcionarios a ambos lados, situados en orden jerárquico. A Abderramán III le gustaba presumir de boato delante de las visitas. El salón fue construido en tiempo récord, entre los años 953 y 957, como prueban las inscripciones epigráficas de sus basas y pilastras. Podremos admirar los arcos de herradura califal con policromía bicolor que nos recordarán a los de la mezquita-catedral de Córdoba .