WELLNESS
Gran Canaria, la isla española donde Agatha Christie descubrió el clima perfecto
Gran Canaria mima y sana al visitante con unas condiciones naturales que se complementan con la mejor infraestructura en el área del bienestar y la medicina
Arribó a Gran Canaria junto a su hija Rosalind, fruto de su matrimonio con el Coronel Archibald, su secretaria personal, Charlotte Fisher, y su máquina de escribir. Venía dispuesta, no obstante, a entregarse al abrazo de los aires atlánticos y hacerle así un obsequio a su propia salud. El mismo motivo en realidad que ya por aquel entonces, en los años veinte y treinta del siglo XX, arrastraba a miles de ingleses a la isla. Con el matiz en este caso de que hablamos de Agatha Christie . La escritora, alojada en el antiguo Hotel Metropole de Las Palmas de Gran Canaria, no tardó en revelar el misterio insular. En su autobiografía alabó la temperatura perfecta de una ciudad en la que terminó varios de los capítulos de su libro «El misterio del tren azul» .
Gran Canaria mima, acaricia y cura, como bien sabían aquellos avezados viajeros europeos que llegaron a la isla a partir de la segunda mitad del siglo XIX para tomar baños de aguas medicinales en los balnearios de Azuaje y Los Berrazales , al norte de la isla, y disfrutar de un clima que huye de los extremos.
Aquí, de algún modo, todo parece estar dispuesto para sanar: los masajeantes paseos de oro sobre la arena, la yodada brisa marina, la cromoterapia de una luz natural que se reinventa sin cesar, la terapia de sonido del arrullo del mar y del silbo del aire entre las ramas de los pinares o los enigmáticos bosques de laurisilva, los baños en aguas de cristal, una de las variedades más puras del bondadoso aloe vera y una naturaleza envuelta en una temperatura media anual de 24 grados, tan bella y delicada que casi la mitad de su territorio está protegido y que ha propiciado la declaración como Reserva Mundial de la Biosfera de una parte importante del mismo.
Esta sinfonía natural ha inspirado el modelo de turismo de salud de Gran Canaria, que complementa las condiciones intrínsecas de la isla con una infraestructura de centros para el descanso y el cuidado de la mente y el cuerpo a orillas del Atlántico. Un italiano visionario, Eduardo Filiputti, puso una de las primeras piedras de este camino con la apertura en los años sesenta de un centro helioterápico para explotar los efectos terapéuticos combinados del sol y la arena, precisamente donde las dunas se mueven lentas, sigilosas pero seguras, como manos expertas al dar un masaje.
La roca y la calma
Incluso el volcán es capaz de acariciar en Gran Canaria. Lo hace a través de piedras volcánicas que se aplican sobre el cuerpo y que hacen sentir el eco de los tiempos lejanos en los que la tierra y los mares se abrieron, rugieron y lanzaron fuego. Ahora sólo queda el recuerdo, la roca y la calma. En efecto, el sugerente catálogo de tratamientos de salud que se puede encontrar en los centros especializados de Gran Canaria también se nutre del entorno. Por eso también es posible envolverse en el jugo del aloe vera que crece distinto y feliz, en lodos, marinos, sales y algas, como si se desplegara y cobrara vida ante nosotros el emblemático Poema del Atlántico, la serie de cuadros del pintor simbolista local Néstor de la Torre, quizás el más virtuoso de los pintores insulares y sin duda el que mejor retrató el alma de las profundidades.
Gran Canaria, además, deja a cualquiera sin excusas para no seguir el consejo que invita a convertir el deporte activo y en plena naturaleza en uno de las piedras angulares de la salud. Su variedad de paisajes, con una paleta que abarca desde las quebradas y llanuras desérticas a los pinares o la gran caldera volcánica de la cumbre que hizo exclamar a Unamuno que se encontraba ante una verdadera «tempestad petrificada» , suponen una tentación constante a dejar una huella en sus senderos o una estela de espuma al sumergirse en un océano convertido en el escenario de un ritual de renovación.
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