Mangueras contra el turismo incívico en Florencia

Los servicios de limpieza regarán los accesos a los principales monumentos para disuadir a los visitantes que acampen para comer o descansar

Un operario municipal limpia la escalinata de la basílica de Santa Croce en Florencia EFE

ÁNGEL GÓMEZ FUENTES

Una suerte de guerra con agua y jabón se ha desatado en Florencia contra los turistas que invaden la capital Toscana, joya del Renacimiento italiano. El Ayuntamiento y muchos vecinos se han hartado de ver a visitantes que hacen pícnic en plena calle o al pie de los más bellos lugares de la ciudad: comen bocadillos, helados y beben cervezas, vino o refrescos, despreocupándose de la limpieza y el decoro. Para disuadir a los turistas a realizar esa especie de acampada, sobre todo en las horas de la comida, el alcalde, Dario Nardella, del Partido Democrático (centro izquierda), decidió utilizar a los barrenderos para que bañaran con sus mangueras las entradas y escalinatas de dos iglesias de Florencia: Santa Croce y Santo Spirito. El regidor espera que, al quedar el suelo mojado, la gente evite sentarse . Dario Nardella cree que es un modo amable para frenar el vandalismo: «Pasaremos con las mangueras en las horas de comida, tanto en las escalinatas de las iglesias como por las aceras de las calles donde hay más tiendas de comida. El centro histórico de Florencia es un patrimonio de la humanidad, un museo a cielo abierto y no es un lugar para indeseados pícnic», subrayó el alcalde florentino.

El experimento se inició en un lugar especialmente simbólico: la basílica de la Santa Croce, donde están sepultados personajes ilustres como Miguel Ángel, Galileo, Maquiavelo y Rossini, entre otros. Aquí nació el llamado síndrome de Stendhal, en referencia al escritor francés, obnubilado por tanta belleza. Eran otros tiempos. Hoy Stendhal se habría quedado horrorizado al ver el espectáculo que ofrece la plaza de la Santa Croce, llena de suciedad. Según el alcalde Nardella «estos sitios no son restaurantes. Son iglesias, lugares de culto y de arte que se deben defender. La gente no quiere ver botellas vacías y escaleras de las iglesias manchadas. Si nos ganamos fama de ser una ciudad llena de basura, perderemos los turistas de calidad. En lugar de imponer multas, esta medida es más elegante».

Preservar la belleza y recibir un turismo masificado es el gran desafío al que se enfrentan las ciudades de arte italianas, que se ven desbordas por visitantes que a menudo no respetan el decoro que exige su historia y su rico patrimonio artístico. La combinación de vuelos baratos y alojamientos muy asequibles ayudan a batir el récord de turistas en Italia: 56 millones en el último año. Solo en Florencia, 12 millones. Son urbes frágiles. Cuando se construyeron, nadie podía imaginar este asalto de masas dispuestas a todo para hacerse un selfie. Los alcaldes ensayan fórmulas para preservar el saber estar: en Venecia se multa a quien come en la plaza de San Marcos. Igual castigo se impone a quien se baña en las fuentes de Roma.

El experimento de Florencia ha sido acogido con división de opiniones: unos aplauden, otros consideran que es inútil y exigen que el agua se emplee para regar los jardines.

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