'Cáceres, ciudad colgada de las nubes'

El libro de cuentos ilustrados recoge veinte relatos que ofrecen una mirada inédita sobre la capital, Patrimonio de la Humanidad

Ilustración recreada del mirador de San Marquino que aparece en la obra RAFAEL FATUARTE GARCÍA

Eladio Pascual Pedreño

En el libro 'Las ciudades invisibles', Italo Calvino imagina ciudades fantásticas: En Ersilia, las relaciones humanas se materializan en hilos de colores que acaban saturando la ciudad. En Eufemia, en cada solsticio y cada equinoccio intercambiamos nuestros recuerdos. En Valdrada, existen dos ciudades: una directa sobre el lago y una de reflejo, invertida. Leonia se rehace a sí misma todos los días… Bien podría haber imaginado el autor la ciudad de Cáceres, sucesión en el tiempo de dos ciudades diferentes: una antigua, amurallada, situada en el centro, en la que se paró el tiempo, y que contiene su historia escrita en cada piedra; otra moderna, que la rodea y la abraza, consciente de proteger uno de los cascos antiguos más bonitos del mundo, donde se pueden escuchar los ecos suaves de la memoria. Quizá por eso el tren llega a Cáceres traqueteando como si viniera de otro siglo, con su gemido cansado, aún en blanco y negro, para ir preparando al visitante para un tiempo ya pasado.

El cronista árabe Al-Umari se refirió a Cáceres, a principios del siglo XIV, como «ciudad colgada de las nubes». Y es que hay algo en su casco antiguo que impide contarlo , como ocurre con los sueños. Por ello, me dispongo a visitarlo y que sea él el que me cuente su historia, a recorrerlo como si de las páginas de un libro se tratara. Lo hago dispuesto a percibir y dejarme percibir, a ir más allá de los sentidos. Como decía Goethe viajando por Roma, hay que viajar como una botella abierta bajo el agua y rellenada por el fluir de las cosas.

Ya me encuentro frente al conjunto monumental, pero aún no me muestra su secreto, sino que se protege con su largo cerco amurallado, que la envuelve como un dorado papel de regalo. Tiene su origen en el muro defensivo construido por los romanos en el siglo I a base de sillares graníticos, sobre los cuales construyeron los almohades en el siglo XII nuevos lienzos de tapial y nuevas torres. Murallas que parecen calles adoquinadas que se elevaran verticalmente (Orhan Pamuk). Murallas embriagadas de misterio, desde las que se pueden vislumbrar tanto la ciudad antigua como la ciudad nueva. Simplemente lanzando la mirada hacia delante o hacia atrás, estarás jugando con el tiempo, con siglos de historia. Pura magia.

Entro por su puerta principal, el arco de la Estrella . Me recibe con su original forma oblicua, que se me antoja un guiño de complicidad. Atraso mi reloj en cinco siglos, con la misma emoción que lo retraso en una hora al entrar en la adorable Portugal. Y me relata el cuento de las cuatro puertas. Una primera puerta romana, a la que sustituye una segunda portezuela pequeña y poco transitada. Esta se transformó en la Puerta Nueva cuando en el siglo XV la plaza Mayor se convirtió en el centro del área económica de la ciudad, que a su vez se convirtió en el actual arco de la Estrella en el año 1726 por obra de Churriguera, convirtiéndose en uno de los arcos más célebres del mundo. 

Ya en el interior, me dejo llevar, soy abducido y llevado en volandas a esa ciudad imposible, de intensas emociones . Enseguida creo entenderlo todo. Estoy entre piedras que encierran todas las historias, todas las novelas, todas las leyendas, todos los cuentos. Siento el encantamiento extraño de la literatura, y ya sabemos que la vida imita a la literatura. Atravieso puertas y calles que tienen voz y me hablan de épocas y vidas. Lo hacen sin grandilocuencia, con naturalidad. Y somos criaturas sedientas de historias, las necesitamos tanto como respirar. Incluso hay quien piensa que no estamos hechos de átomos, sino de historias (Eduardo Galeano). Como la historia de los almohades, que en el siglo XII, además de construir la muralla sobre los viejos sillares romanos, construyeron el alcázar con su mágico aljibe que surtía de agua a sus habitantes, y que hoy podemos visitar. Un aljibe del que me gusta fantasear que se trata de una mezquita sumergida. Sin duda, la poesía del aljibe se impone sobre la prosa de la vida. 

Intento abrir bien los ojos y los sentimientos . Observo muy despacio, los detalles son infinitos, seducen continuamente la mirada, y ya se sabe, los detalles lo son todo. En algunas de las piedras se puede apreciar la marca del cantero, a modo de tatuaje sobre su piel. Precisamente en las fachadas es donde los canteros se esmeraban al máximo, donde se jugaban su prestigio. Mientras, la ciudad monumental, también llamada la 'villa de los mil y un escudos', me cuenta la historia que se encuentra detrás de cada uno de los bellísimos escudos, repletos de detalles que despiertan nuestra curiosidad, y que son sustento de la propia vida grabada en piedra. Tampoco podemos olvidar el recorrido visual por las enigmáticas gárgolas, que desde arriba nos vigilan sigilosas. No hay duda, la ciudad monumental es literatura, cercana al realismo mágico.

Continúo el paseo. Creo que se ha convertido en un paseo sobre mí mismo. Sabemos que las palabras enamoran y nos impiden estar solos. Por eso encontramos palabras esculpidas en las piedras. Así, en el palacio de los Golfines de Abajo encontramos el transcendente «Aquí esperan los golfines el día del juicio». En el escudo de los Sánchez Paredes está la inscripción latina cuya traducción es: «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura». En el palacio de los Ovando destaca el lema cuya traducción es « La memoria de los justos es eterna ». O en el palacio de la Isla, a cuya familia se le impidió su acceso a la nobleza, las piedras se lamentan: «Vanidad de vanidades y siempre vanidad». Sin duda, constituyen una antología del microrrelato. 

Sigo andando sin rumbo fijo . Estoy en el centro de la ciudad monumental, aunque algo me dice que no tiene centro ni fin. Mientras creo cruzarme con trovadores y juglares, redescubro rincones olvidados de una belleza irracional y misteriosa. Es lugar para perderse, laberinto de personas y épocas diferentes, de pasiones. Se suceden con armonía casi musical palacios, casas solariegas, conventos y grandes iglesias. La mayoría de los edificios responden a los gustos del Renacimiento hispano de los siglos XV y XVI, estilo orgulloso de su sobriedad. Sin embargo, se aprecia la huella posterior de la Conquista del Nuevo Mundo, con construcciones más fastuosas. 

Hago un descanso en el camino. Frente a la Iglesia de San Mateo se encuentra el templo de San Pablo, que hoy es la comunidad de religiosas de clausura de la Orden de Santa Clara. A través de su torno adquiero dulces elaborados por las manos divinas de las religiosas y los degusto sentado en el banco de piedra que rodea a la Iglesia de San Mateo, mientras admiro la belleza del lugar. Es como tocar el cielo. Ese cielo irreal salpicado de cigüeñas empeñadas en dibujar notas musicales con su vuelo. 

La lluvia de historias ya ha calado en mí. Escucho la de la reina Isabel la Católica , que se alojó en el Palacio de los Golfines de Abajo en 1477 y 1479, y su estrecha relación con la ciudad. Puedo oír leyendas tan apasionantes como la de la mora encantada, tan épica como la de San Jorge y el Dragón, o tan curiosa como la del origen del apellido de los Solís. Sin olvidar a Tecuixpo Itlaxochitl, Copo de Algodón, hija de Moctezuma II, después llamada Isabel de Moctezuma, y conocida por los historiadores como La Novia de Extremadura. O el precioso barrio de la Judería, conocido como el barrio de San Antonio de la Quebrada, con la disposición de las calles típica del periodo islámico y judío, me recuerda que me encuentro en un lugar que ha sido ejemplo de confluencia de las culturas judía, árabe y cristiana, lo que hace de Cáceres una ciudad abierta, donde cualquier diferencia entre las personas multiplica la vida. Y entre divagaciones, paso a sumergirme en la desconocida Cáceres Secreta, que guarda numerosos aljibes, pozos, estancias y pasadizos subterráneos escondidos bajo la ciudad monumental, empeñados en transmitir misterios. 

Se aproxima el atardecer. Cáceres nunca es la misma, se va transformando al compás de su luz de terciopelo. Esa luz limpia que adorna la ciudad de sombras y luces, que pinta los palacios de texturas inventadas. Es la belleza de la fugacidad, que es lo que permanece, como diría Quevedo. Y qué decir cuando cae la noche, cuando el cielo no está y deja ver otras profundidades, y la luna te tiende una alfombra de plata sobre las calles. Se amplifican los sonidos, incluso se puede escuchar su latido. Imposible decir cuándo se muestra más misteriosa, más seductora, más bella. Cáceres emociona y sobrecoge. Hay veces en que al leer la última línea de un libro te quedas abrazado a la historia para siempre. Del mismo modo, Cáceres quedará prendida en su memoria , se meterá en su piel y nunca le dejará ir. 

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