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Toledo ante el siglo XXI

Frente a lo que se pretendía en origen, el Plan Especial del Conjunto Histórico (PCHT) está consiguiendo modernizar la ciudad a costa de transformar irreversiblemente su naturaleza

Toledo ante el siglo XXI

por arturo ruiz taboada

Armonizar pasado y presente debiera ser sencillo en una urbe que siempre ha tenido a gala saber convivir con lo diferente o nuevo, aunque la realidad fuera otra. Las primeras actuaciones en esa línea durante la segunda mitad del XIX fueron bastante desafortunadas y, como consecuencia, hoy nos lamentamos de la pérdida de arquitecturas emblemáticas como el patio de armas del puente de Alcántara y sus puertas, el arco de Zocodover, el artificio de Juanelo o iglesias como la de San Martín o San Isidoro, en pro de la modernización de la ciudad.

La apertura al turismo a inicios del siglo XX trajo consigo un interés repentino por recobrar muchos monumentos en ruinas u ocultos bajo arquitecturas más mod ernas. Así, las restauraciones de la Puerta Antigua de Bisagra y del Cristo de la Luz, junto con la creación del museo de El Greco o la recuperación de las casas y lugares donde habitaron personajes ilustres, pretendía devolver a la ciudad el protagonismo de antaño. Este prometedor inicio, se inspiraba en las corrientes que venían de Europa y que apostaban por combinar la modernización de servicios e infraestructuras en ciudades históricas, con la conservación de su esencia.

Frente a este planteamiento sostenible, en donde se empezaba a concertar lo viejo con lo nuevo y lo estético con lo funcional, las décadas siguientes cayeron como una losa en Toledo . Las dos grandes guerras y la guerra civil mermaron recursos, inversiones e ilusión, e hicieron que muchos de los proyectos de revitalización gestados a inicios del siglo XX, cayeran de nuevo en el olvido. Con todo, la ciudad contaría con una segunda oportunidad para levantarse, esta vez de la mano de los primeros ayuntamientos de la democracia, que poco a poco fueron consiguiendo atraer inversiones y proyectos.

De este modo, Toledo experimenta un gran desarrollo durante la década de los 80 del siglo pasado, con la ejecución de importantes obras en pleno centro histórico como el edificio de Chueca Goitia (antiguo Colegio Maristas) o la Consejería de Agricultura. Se inicia así una imparable carrera por ver quién construye más grande y estentóreo. Y en esa línea, los 90 aportan infraestructuras como el aparcamiento del Corralillo de San Miguel o la ampliación de las Cortes, mientras que los 2000, proyectos faraónicos como el Museo del Ejército y el Palacio de Congresos de Moneo, el primer remonte mecánico o el intento fallido de urbanizar Vega Baja (aún de actualidad, con ocurrencias como plantar un museo, un parque arqueológico o, lo último, un proyecto arqueológico más, es decir, huir hacia adelante).

En esta segunda oportunidad, parece que tampoco conseguimos ese equilibrio que si encontraron otras ciudades europeas. Cada día se alzan más voces que apuntan al Plan Especial del Conjunto Histórico de Toledo (1997) como el principal causante de todos estos desajustes. Frente a lo que se pretendía en origen, el PECHT está consiguiendo modernizar la ciudad a costa de transformar irreversiblemente su naturaleza. Carente de toda sensibilidad histórica, siempre ha antepuesto la experimentación urbanística a la conservación del patrimonio. Al amparo de este plan, proliferan los denominados proyectos estrella, cuya filosofía excluyente, está favoreciendo la balcanización tanto de los espacios públicos como privados, con la proliferación de suelos heterogéneos en calles y plazas, o de viviendas nuevas o rehabilitadas, cuyos acabados parecen competir con el resto de arquitecturas. Si a esto le sumamos que el plan ha promovido la creación de infraestructuras y servicios que implicaron grandes vaciados arqueológicos, incrementado la volumetría de las casas y favorecido su segregación vertical, no es de extrañar que, a inicios del siglo XXI, el panorama sea del todo desolador.

La última ocurrencia para validar este tipo de actuaciones es concebir la ciudad como un gran falso histórico para así justificar demoliciones y trabajos poco ortodoxos en sus arquitecturas. Así, Vega Baja o la zona de cigarrales, se erigen como la verdadera esencia de Toledo , reducto genuino de una ciudad que ya no existe. La realidad es que la ciudad sigue viva pese a sus heridas y al empeño de algunos por banalizarla, y ambos lugares cuentan con los mismos aciertos y despropósitos que el resto, fruto de la gestión que venimos describiendo. Cuando racionalicemos las intervenciones en el casco, antiguo o nuevo, fundamentales para una ciudad en constante crecimiento, entonces y sólo entonces, seremos capaces de invertir esta tendencia.

Con todo, en la mano de los recién estrenados equipos de gobierno a nivel local y regional está, una vez más, cambiar las cosas. No vendría mal crear de una vez por todas una oficina que aglutinara a todos los actores implicados, eso si, independiente y ajena a los cambios que se producen cada cuatro años. A la tercera puede ir a la vencida, o no.

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