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El «martes» toledano, un mercado que cumple 550 años
Fue creado por un privilegio de Enrique IV
«Zocodover sólo es Zoco de verdad el martes. Es su día triunfal: cuando recobra la moruna gracia de los tiempos felices de Alí Mamun o Samuel Leví. Con el alba, la plaza pierde su sosiego. Brotan los tenderetes plantados sobre cuatro estacas, los mostradores humildes y aún las tiendas de campaña con honores de palio. Junto a ellos se acumulan fardos, pilas de ropas hechas, cajas, cestos, serones. Traen los pañeros baúles enormes, y los quincalleros, pequeños maletines, de los que van extrayendo nuevas baratijas a medida que aumenta la demanda. Zocodover, que acogió sumiso tanta cigarra forastera el domingo, se regocija el martes ante el hormiguero comerciante, que madruga para coger buen sitio». Así describía Félix Urabayen el ambiente que se respiraba a principios del siglo XX en el popular mercadillo que desde tiempos medievales se celebra en Toledo . En estos días se han cumplido 550 años de la concesión por el rey Enrique IV del privilegio para que la ciudad tuviese, «para siempre jamás», un mercado franco los martes de cada semana.
La etimología del nombre de Zocodover, «suq al-dawabb» (zoco de las bestias), evidencia que desde tiempos remotos en este céntrico espacio toledano se celebraban mercados. Menciones de 1176 relatan que en su entorno existían quince mesones y numerosos documentos mozárabes lo citan como uno de los lugares destacados de la ciudad. En aquellos siglos, las actividades comerciales se desarrollaban en diferentes emplazamientos toledanos, fundamentalmente entre dicha plaza y el Alcaná, ubicado en donde hoy se alza el claustro de la catedral primada. El 21 de abril de 1465, el rey Enrique IV, en consideración a diferentes servicios prestados por la ciudad, mandó que los martes de cada semana se celebrase un mercado franco y libre de toda alcabala y portazgo. Este privilegio fue confirmado diez años después por los Reyes Católicos, mediante una Real Cédula dada en Olmedo el 3 de marzo de 1475. Junto a Toledo , Enrique IV concedió mercados semanales a otras muchas ciudades españolas, entre las que destacan Madrid –también los martes-, Cuenca, Lorca, Tordesillas, Pontevedra, Ledesma, Trujillo o Jaén.
La celebración de este mercado fue un revulsivo para la ciudad, no sólo por la posibilidad que se abría a sus vecinos de poder adquirir variados productos a menor precio, sino también por el incentivo a otros negocios, como mesones o posadas, que comenzaron a tener gran demanda para acoger a cuantas personas que llegaban para participar en el «martes». Los mercaderes, por ejemplo, tenían autorizado descargar todos sus productos desde el día anterior, bajo la condición de que no vendiesen nada salvo públicamente en los lugares fijados y a precio normal, sin beneficiar a los compradores de las exenciones tributarias amparadas por el privilegio de Enrique IV.
A lo largo de los siglos, Zocodover ha sido el emplazamiento donde durante más tiempo se han desplegado los puestos del «martes». La imagen gráfica de sus tenderetes, muy similar a la descrita por Urabayen, ha quedado reflejada en numerosos grabados y fotografías. Singulares, por su evocadora composición, son las imágenes captadas por Pedro Román, quien divulgó este popular zoco toledano en diferentes revistas nacionales del primer tercio del siglo XX, como La Hormiga de Oro, a cuyas portadas llevó los inconfundibles puestos extendidos en el suelo de Zocodover. Las cámaras de los Rodríguez también enfocaron sus objetivos hacia el popular mercado, como lo hizo el Conde de Manila, con cuyas fotografías ilustró Santiago Camarasa un conocido artículo literario publicado en las páginas de Blanco y Negro en 1925.
Tampoco se resistió a hablar de este mercado Ortega y Gasset, quien en su obra Teoría de Andalucía y otros ensayos, dedica unas páginas a la capital regional diciendo: «Al cruzar Zocodover vemos que sólo se venden cosas ardientes: nueces, higos, piñones, alimentos para almohades o para templarios». Semejante mercadería llamó también la atención a la popular actriz Mary Pickford, quien junto a su marido Douglas Fairbanks visitó Toledo en mayo de 1924, coincidiendo su estancia en martes y llamándoles poderosamente la atención tan típico zoco, según relataron las crónicas de la época. Aunque se conserva alguna fotografía de la pareja en Zocodover, frente a la fachada del Café Español, no conozco ninguna de la glamorosa «novia de América» deambulando entre los cajones bien surtidos de los «marteros».
Tras el paréntesis obligado de la guerra, el «martes», como tantas otras cosas, hubo de resurgir en tiempos difíciles marcados por la escasez y la autarquía. En los años cuarenta, el pintor Guerrero Malagón reclamaba, en las páginas de la revista Ayer y Hoy, recuperar el protagonismo que el popular mercadillo tenía para Toledo y Zocodover: «Yo pido que no sea la plaza la que grite por que vuelva, sino que seamos nosotros los toledanos los que lo hagamos porque el martes, con sus tienduchas de lona, pinceladas blancas sobre fondos negros, sus puestos de rastro viejo y el ir y venir de la gente, son el alma de Toledo. Que vuelva, que vuelvan esas bargueñas curtidas por los fríos y los hielos en estos días de invierno, con esos rancios pañuelos, que tienen olor a viejos, y esas falduchas, anchas y largas, rebeldes a todas las modas». La reparación de los destrozos registrados en Zocodover durante el enfrentamiento civil y reformas posteriores de la plaza obligaron a que el «martes» se reubicase, temporalmente, en otros lugares como la Plaza Mayor, los jardines bajos del Alcázar o el Paseo del Miradero.
En junio de 1968, sus puestos se asentaron en Paseo del Carmen, no sin algunas protestas ciudadanas por el engorro que suponía subir cargado la empinada cuesta de la calle Cervantes de regreso a Zocodover. A pesar de ello, el mercadillo recuperó vigores pasados, aunque perdió parte del pintoresquismo que tuvo en otros tiempos. «De todo había en el “martes de antes de la guerra" –recordaba el escritor y periodista Luis Moreno Nieto a este respecto-: desde el charlartán que vociferaba ofreciendo relojes a cinco pesetas hasta el comerciante de tejidos que vendía trajes de caballero a veinte duros. Las bargueñas, con su atuendo típico, sentadas en el suelo, ofrecían huevos, higos, piñones y nueces, formando grandes montones, sobre los que se ostentaban aquellas medidas de fondo tan sorprendentes que, colmadas y todo, apenas cabían la mitad de lo que aparentaban».
Con la llegada del siglo XXI, el mercadillo, sus vendedores y sus asiduos hubieron de habituarse a un nuevo emplazamiento: el Paseo de la Vega. Allí, protegido por las estatuas de los antiguos reyes godos que ornan los laterales de su paseo principal, cada martes miles de personas se dan cita en busca de gangas que permitan estirar los presupuestos familiares, pues no en vano cuando Enrique IV firmó su privilegio lo hizo pensando en que sus precios fueran más baratos que el resto de días en los comercios toledanos. Y así continúa siendo quinientos cincuenta años después, tiempo en que el popular mercadillo hasta ha alumbrado un vástago que cada sábado asienta sus puestos en el barrio del Polígono.