artes&letras
Lugar para el reencuentro (29): Anónimos maestros
«El deseo de saber, unido al deseo de enseñar, hicieron de estas hedge schools verdaderos microcosmos de excelencia»
Hay historias bien conocidas, algunas sólo apenas oídas, y muchas otras desconocidas que nos hablan de verdades que perduran. Hace un buen número de décadas, en un pueblo remoto de la Castilla profunda, un hombre llevaba años cultivando unos modestos campos de su propiedad. Era un agricultor que se esforzaba para hacer de su terruño un pequeño gran paraíso de fertilidad y abundancia. Lejos quedaban ya los años en los que había ido a la escuela, pero saber leer le había abierto las puertas del mundo. El hombre era un filósofo. Tenía su propia visión de la vida y la valentía necesaria para exponerla. Era, pues, un maestro natural, alguien que enriquecía a todo aquel que se le acercaba. Sólo le conocían en su pueblo, pero no fueron pocos los que aprendieron cosas esenciales para su vida. Nadie le dio homenaje alguno ni en vida ni después de su muerte, ni existe calle con su nombre ni placa conmemorativa en su puerta. Pero fue un educador y, por tanto, un benefactor. No de muchos, aunque con un solo beneficiario habría bastado. Fue un hombre grande, a su manera anónima y humilde.
Un par de siglos antes de que el anónimo maestro naciera, en una entonces remota y pobre isla del Atlántico, un joven maestro irlandés (la isla aludida es Irlanda), enseñaba Gramática, Matemáticas, Historia y Latín a un grupo de muchachos descalzos y entusiastas. El maestro se jugaba mucho y enseñaba en la clandestinidad porque entonces las autoridades inglesas que dominaban la isla prohibían a los católicos irlandeses recibir educación. Bajo un seto y sentados algunos sobre un poco de heno amontonado, se quitaban con la mano la lluvia de la cara mientras sus ropas, empapadas, se les pegaban al cuerpo. Ni maestro ni discípulos tenían escuela. Sólo tenían algún seto al que arrimarse y recibir las lecciones del vocacional maestro clandestino. De ahí que estas escuelas sin techo se conocieran como hedge schools (escuelas-seto), scoil scairte en gaélico irlandés. El deseo de saber, unido al deseo de enseñar, hicieron de estas hedge schools verdaderos microcosmos de excelencia. Una tradición oral de siglos contribuyó igualmente a la dinámica y poderosa transmisión de conocimientos entre los campesinos irlandeses, de entre los que salieron figuras decisivas en el devenir histórico de la Isla Esmeralda.
Desde otro lugar, desde otro tiempo: Gracias, maestros.
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