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Francisco Martínez y Diego de Cetina, dos conquenses en los centenarios de Cervantes y Santa Teresa
«Tuvieron la oportunidad de estar muy cerca de dos de las grandes personalidades de nuestra historia cultural»
Durante el año 2015 celebramos la conmemoración de dos centenarios; por un lado el relativo a la publicación de la segunda parte del Quijote y por otro el del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Este breve artículo no tiene más pretensión que poner de relieve la cercanía de dos conquenses tanto a Miguel de Cervantes como a la santa de Ávila.
En 1915, D. Rogelio Sanchiz Catalán, archivero-bibliotecario y correspondiente de la Real Academia de la Historia, escribía una obra titulada El conquense Licenciado Francisco Martínez, casero de Cervantes; en la misma daba cuenta de la vinculación de D. Miguel de Cervantes con el licenciado Francisco Martínez. La figura histórica de este sacerdote conquense se agranda y enaltece por su relación con el autor del Quijote. Una muestra de la confianza que Cervantes depositó en él fue nombrarlo su testamentario; además, Martínez asistió al Manco de Lepanto en los últimos instantes de su vida.
El trato de Cervantes con Francisco Martínez pudo nacer del conocimiento y parentesco que Cervantes tuvo con hijos de Cuenca. La relación de la familia Cervantes con la ciudad data del año 1523 en que el Licenciado Juan de Cervantes, abuelo de don Miguel, desempeñó en ella el cargo de Teniente del Corregidor. Si a esto añadimos que Luisa de Saavedra, hija natural y única del escritor, se casaría con el también conquense Luis de Molina, parece obvia su relación con Cuenca. El padre del licenciado Francisco Martínez (tal vez con toda la familia) abandonó la ciudad hacia el año 1590 cuando este contaba diez años; de haber estudiado Francisco Martínez en el seminario de Cuenca, es posible que recibiera las órdenes sagradas por el año de 1605. En cualquier caso, lo claro y evidente es que en 1608 se encontraba ya en Madrid y que ya tenía amistad con Cervantes, pues éste en dicho año residía en la capital de España.
El P. Martínez fue capellán y confesor de las monjas trinitarias descalzas de Madrid, en cuyo convento, y como parece haberse confirmado hace poco, tuvo Cervantes su lugar de enterramiento. No fueron, en verdad, muy lucrativos ni brillantes los cargos que en toda su vida desempeñó este sacerdote; en realidad, se reducen prácticamente a la capellanía que acabamos de mencionar, puesto que desempeñó desde la fundación del convento hasta 1638; en esta fecha pasó a Majadahonda como Coadjutor o Teniente de su hermano Luis Antonio, en cuyo cargo le sorprendió la muerte ocurrida el 2 de septiembre de 1654.
En cuanto a Diego de Cetina, sabemos que nació en Huete en 1531 y murió en Plasencia en 1568. En el artículo El Padre Diego de Cetina, primer confesor jesuíta de Santa Teresa de Jesús, escrito por José Gómez Centurión (correspondiente de la Real Academia de la Historia) y publicado en el Boletín de la misma, se dan toda una serie de datos de nuestro interés. En las últimas dos centurias -dice Gómez Centurión-, mucho se ha escrito acerca de las personalidades más significativas tanto en la Orden Carmelitana Descalza como entre los jesuitas; pero se deja notar una omisión en relación con el P. Cetina que hace suponer un desconocimiento de la documentación por parte de biógrafos contemporáneos de la santa de Ávila. En escritos del P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, el P. Ribera y fray Luis de León queda probado que el P. Diego de Cetina fue el primer director espiritual y confesor de la Teresa de Jesús.
Cetina, de familia acomodada, cursó Artes en Alcalá desde 1546 a 1550, Teología en Salamanca hasta 1554 y al año siguiente estuvo en Ávila, donde fue confesor de la Santa, marchando después a Burgos, Toledo y Plasencia, ciudad ésta en la que murió en 1568. El reconocer tan preferente lugar junto a la santa al P. Cetina se basa en el propio Libro de la Vida, cuyas notas marginales, con datos del P. Cetina, están escritas de puño y letra por el P. Jerónimo Gracián en un ejemplar que hoy se conserva de la primera edición de 1588. Ya desde el monasterio de la Encarnación, en 1555, recién fundado el Colegio de san Gil por parte de la Compañía, en Ávila, Teresa contactó con los jesuitas. A lo largo de su vida, la ayuda y el magisterio de éstos serían decisivos para ella. Hubo un enriquecimiento mutuo por parte de ambas espiritualidades. A destacar el interés que tuvo siempre la santa por encontrar directores espirituales jesuitas, entre los que habría que enumerar a Cetina, Prádanos y B. Álvarez, y para asuntos especiales solía consultar a Francisco de Borja. Hasta 23 consejeros y confesores jesuitas de la madre Teresa se han contado. Ya desde el primero, el jovencísimo Diego de Cetina, la madre Teresa valora no sólo el ser avisado, sino también, y de qué forma, el dominio del lenguaje como presupuesto para la comunicación espiritual.
Como vemos, pues, un par de conquenses estuvieron cerca de estas dos figuras de las que celebramos este año sus centenarios. Es verdad que no se trata de personajes muy relevantes, pero sí resultan curiosos, por cuanto tuvieron la oportunidad de estar muy cerca de dos de las grandes personalidades de nuestra historia cultural.
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