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Padilla, el monumento anhelado durante dos siglos
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Después de dos siglos de intentos, la ciudad de Toledo ya tiene un monumento dedicado a Juan de Padilla . Con su erección se pone punto final a un añejo propósito ciudadano que comenzó a forjarse a principios del siglo XIX. En ese tiempo, las tentativas fallidas han sido tan profusas como las oscilantes valoraciones sobre el levantamiento comunero: para unos, paladines de la libertad; para otros, retrógrados y feudales.
Tras el ajusticiamiento de Padilla en la localidad de Villalar, el 23 de abril de 1521, la bandera de la lucha comunera fue enarbolada en Toledo por su viuda, María Pacheco , quien mantuvo su causa durante unos meses. Su derrota se saldó con el exilio a Portugal y la demolición de la casa señorial del mártir castellano, siendo sembrado su solar de sal para que allí no creciese nada. Así surgió un amplio espacio que ha pervivido en el tiempo bajo el nombre de plaza de Padilla, si bien en alguna época también fue conocida como de los Tueros. Allí se ha levando su estatua.
Hubieron de pasar los Austrias y el absolutismo borbónico para que los liberales comenzasen a reivindicar el legado comunero, como símbolo de rebelión contra el poder real y la tiranía. Figuras destacadas en ese empeño fueron Manuel José Quintana, diputado en las Cortes de Cádiz, quien en 1813 escribió una apasionada O da a Padilla y el guerrillero Juan Martín Díez , «El Empecinado», quien militaba en una organización masónica llamada «Sociedad de los Caballeros Comuneros (Hijos de Padilla)».
En 1821, ante el tercer centenario del ajusticiamiento, «El Empecinado», general gobernador de Zamora, quiso saber dónde estaban enterrados los comuneros y nombró una comisión encargada de buscar sus restos en la plaza de Villalar, rendirles homenaje y levantar un monumento a su memoria. Remitió una carta a todas las ciudades castellanas convocándolas a sumarse a los actos: «¿Qué español –decía- no arderá en amor patriótico al ver las dignísimas cenizas de los que, si vivieran, serían el más fuerte antemural de nuestro Santo Código? [...] Corred, pues ciudadanos, a llorar sobre su frío sepulcro, a derramar en él sufragios religiosos y lágrimas de ternura, y a jurar por sus manes o muerte o libertad». La recepción de esta misiva en Toledo, cuyo original se conserva en el Archivo Municipal, fue el detonante que prendió la idea de materializar también aquí una estatua dedicada a Padilla.
Aunque en la excavación promovida por «El Empecinado» se localizaron restos humanos, hoy está probado que los mismos no se correspondían con los líderes comuneros, sino que pertenecían a otros cuerpos exhumados de un osario local y enterrados allí ex profeso. Fueran o no los huesos buscados, Álvaro Gómez , jefe político provincial de Toledo, asumió el espíritu reivindicativo y remitió un escrito al Ayuntamiento toledano proponiendo que se celebrase una función religiosa fúnebre en honor a Padilla y que tras la misma se procediese a colocar la primera piedra de un monumento que «recuerde eternamente su memoria, su valor, su virtud, su amor a la patria, y su entusiasmo por la libertad». El firmante sugería que para tal fin se abriese una suscripción popular, comprometiéndose a iniciarla él con la cantidad de 400 reales. Aunque la iniciativa no fraguó, algunos pasos si debieron darse, pues el Consistorio abonó unos meses después 320 reales al arquitecto Marichalar por elaborar un proyecto para construir el monumento. Así comenzaron las sucesivas tentativas para rendir homenaje el comunero toledano, que, como e n estas páginas ha recordado Eduardo Sánchez Butragueño , quedaron arrumbadas hasta en siete ocasiones
Estas dilaciones, evidencia del desdén con que en ocasiones la ciudad de Toledo trata a algunos de sus más destacados protagonistas, también tenían correlato en el ámbito nacional. En pleno Trienio Liberal, en abril de 1822, Fernando VII rubricaba un real decreto declarando «Beneméritos de la Patria» a los capitanes comuneros, ensalzándolos como «defensores de las libertades de Castilla», ordenando que se pusieran sus nombres en una lápida del Salón de las Cortes y que en la localidad de Villalar se erigiese un monumento a su memoria costeado por la Hacienda Pública. El encargo se demoró casi setenta años, hasta 1889. Mientras tanto en Toledo, a falta de otro reconocimiento, en 1836 se ubicó una columna coronada con una lápida negra, con letras doradas, donde se leía: «Aquí estuvieron las casas de Juan de Padilla, Regidor que fue de esta ciudad, a cuya buena memoria dedican este monumento sus conciudadanos».
Mediado el siglo XIX, el mito de Padilla, Bravo y Maldonado, fue recogido por los pintores del romanticismo histórico. La muestra más destacada es el famoso cuadro «Los comuneros de Castilla» de Antonio Gisbert, presentado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1860, que pese a su extraordinaria calidad causó discrepancias entre los miembros del jurado, pues los más conservadores lo consideraban como una crítica a la opresión del poder absoluto, al presentar a quienes iban a ser ajusticiados como mártires triunfantes en defensa de las ideas de justicia y de libertad. El lienzo se conserva hoy en el Congreso de los Diputados, disponiendo el Ayuntamiento de Toledo de una copia ubicada en el Salón de Plenos. Junto a Gisbert, otros artistas abordaron la figura de los comuneros, contabilizándose, al menos una veintena de obras sobre esta temática pintadas en aquel periodo. De esos años es el proyecto de ordenación de la plaza toledana, redactado por el arquitecto Blas Crespo, en el que se reservaba un espacio central para el grupo escultórico.
Con la llegada de la Restauración, el furor comunero quedó atenuado y cuestionado ante la defensa de la Monarquía como garante de la unidad patria. Menéndez Pelayo sostenía, por ejemplo, que la victoria de los sublevados hubiera supuesto la vuelta al caos vivido antes de los Reyes Católicos. Otros historiadores consideraron que Padilla y sus compañeros fueron personajes movidos por intereses particulares.
A pesar de ese ambiente, la ciudad de Toledo no renunciaba a su proyectada esfinge. En diciembre de 1888, la Diputación nombraba una comisión encargada de impulsarla, abriendo una nueva suscripción popular. El Ayuntamiento capitalino encabezó las donaciones con 5.000 pesetas. El alcalde, Antonio Bringas , dictó un bando invitando a los ciudadanos a sumarse al empeño: «Los que hemos nacido en esta Ciudad –decía-, cuyos recuerdos y grandezas se perpetuarán tanto como el mundo, tenemos el patriótico deber de conservar, cual las antiguas vestales, el fuego sacro de esa especie de culto, que se merecen las ilustres personalidades que enriquecieron nuestros anales con hechos trascendentalísimos y gloriosos». Tan enardecidas palabras no removieron muchos bolsillos y, en enero de 1891, el montante apenas superaba las seis mil pesetas.
Ángel Ganivet y la Generación del 98 también cargaron contra los comuneros, considerándolos contrarios a las esencias nacionales y representantes del atraso y la barbarie frente a la modernidad que incorporaba al r eino Carlos V . Los regeneracionistas, por su parte, razonaban que los apoyos al emperador suponían un elogio a la extranjerización de España y un desprecio de lo autóctono.
Con motivo del cuarto centenario del ajusticiamiento, en 1921, el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura, dispuso que la localidad de Villalar se denominase en lo sucesivo «de los Comuneros». Ante la efeméride, los alientos al posible monumento en Toledo se reavivaron en aquella década, destacando el impulsado por la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas en 1926 , que de nuevo abocó en fracaso. Con envidia, los «padillistas» toledanos habían visto como en 1922 la ciudad de Segovia inauguraba con todo boato una escultura dedicada a Juan Bravo.
La llegada de la II República alentó, otra vez, el espíritu comunero, incorporando a su bandera el color morado que tradicionalmente se ha identificado con su pendón. Manuel Azaña fue uno de los más firmes defensores de su legado. Durante el franquismo, la lucha de Padilla y sus compañeros volvió a ser considerada como una traición al espíritu imperial. En esa tesis se alinearon escritores como Ramiro Ledesma o José María Pemán . Incluso el doctor Marañón razonó que se trataba de un movimiento tradicionalista, representativo del feudalismo y la reacción, llegando a describir a Padilla como talento mediocre y de exigua voluntad con el seso trastornado por la ambición feudal de su mujer. Las interpretaciones y controversias sobre el significado de este episodio histórico han continuado en el tiempo, siendo reseñables las aportaciones realizadas en las últimas décadas por historiadores tan destacados como J oseph Pérez, José Antonio Maravall (quien lo calificó como la «primera revolución moderna») o Fernando Martínez Gil en el ámbito de nuestra ciudad.
Durante la Transición, el legado comunero se convirtió en bandera de quienes apostaban por la libertad, la democracia y sentimiento autonomista castellano. Convirtiendo la localidad de Villalar de los Comuneros en lugar emblemático y simbólico, haciendo de la fecha del 23 de abril una fiesta reivindicativa.
En Toledo , celebradas las elecciones municipales de 1979, el nuevo Ayuntamiento retomó la posibilidad de afrontar el monumento, si bien quedó pospuesto a que se diese una solución urbanística a la plaza de Padilla, convertida en zona terriza utilizada como aparcamiento indiscriminado para vehículos. A falta de monumento, la Diputación Provincial encargó un cuadro de gran formato al pintor Pedro Sánchez-Colorado , para que el recuerdo de los héroes comuneros estuviese presente en su palacio oficial.
En julio de 1993, a propuesta del entonces concejal Emiliano García-Page, el Ayuntamiento aprobó una moción contemplando un proyecto de monumento diseñado por Julio Martín de Vidales, trasladándose a la Junta de Comunidades una petición para que asumiese su coste. Corporaciones posteriores también barajaron, no con mucha convicción, culminar tal homenaje. De nuevo, en junio de 2008 y con motivo del ingreso del citado escultor en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo , García-Page, ya alcalde, anunció que retomaría el encargo. Y así, siete años después y con patrocinio de la Fundación Soliss, por fin el ansiado monumento, ejecutado con acusadas trazas historicistas, como si el tiempo de espera no hubiera transcurrido desde principios del siglo XIX, ha sido inaugurado.
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