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La locura de Cervantes
Narradores en El Quijote
El Quijote empieza con un narrador en primera persona ( En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… ) que narra las aventuras de don Quijote en tercera persona, como cronista, como ese sabio imaginario para quien don Quijote habla con la idea de que aquellas aventuras suyas las recoja por escrito un futuro historiador.
Sin embargo, al final de la primera parte del Quijote , aparece un segundo narrador. El narrador inicial, el que no quería acordarse del nombre del lugar de La Mancha, acaba en el penúltimo párrafo del capítulo VIII, en el que empieza: Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno con la espada en alto , y que acaba: porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban .
Entra entonces, en el siguiente párrafo, en el último del capítulo VIII, un segundo narrador, que debería estar separado del anterior por un espacio en blanco. No lo está y es por esto que se confunden. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas .
Interrupciones jocosas
La aventura con el vizcaíno se interrumpe pues en el momento cumbre, cuando don Quijote va a arremeter contra él con la espada en alto. Las interrupciones del relato, en momentos cruciales, para suscitar el interés del lector, era un recurso frecuente en los libros de caballerías, y es claro que Cervantes utiliza este recurso con intención jocosa, una forma más de reírse de las novelas de caballerías. Pero al emplear el recurso, Cervantes hace aparecer un segundo autor, o no del todo. Si leemos con atención el último párrafo del capítulo VIII, veremos que este segundo autor aún no aparece, sino que sólo se insinúa. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido… Y así no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte .
Este segundo autor está considerado un personaje más por el autor verdadero de esta primera parte del Quijote. Pero ¿quién es este segundo autor, tercero, en realidad? En el comienzo de la segunda parte (capítulo IX) descubrimos que es el propio lector, es decir, es un narrador/lector, con lo que Cervantes consigue involucrar al lector anónimo, a multitud de lectores anónimos de todos los tiempos, yo incluido, sin perder potencia narrativa. La técnica de verosimilitud y a la vez de distanciamiento de la lectura, recordándole al lector que lo es, esto es, que está leyendo un libro, es fabulosa por lo que tiene de modernidad para su tiempo, de ingenio y libertad absoluta. Así, la segunda parte (capítulo IX) comienza de la siguiente manera:
Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas…; y en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba.
Y dice el nuevo (segundo narrador): Causome esto mucha pesadumbre . Es decir, este nuevo autor es un narrador/lector, es quien ha estado leyendo esa primera parte escrita por otro y el que se ha quedado con las ganas de seguir leyendo el desenlace de don Quijote con el vizcaíno. En definitiva, nosotros, cualquier lector, ya que el que haya leído el Qujote hasta este punto se queda igualmente en ascuas, deseando conocer el final de la contienda.
El narrador total
Al final, este segundo narrador (así definido por Cervantes, narrador total, en el párrafo final del capítulo VIII) nos cuenta de qué manera logró conocer el desenlace, es decir, continuar leyendo las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Y fue que estando él un día en el Alcaná de Toledo, calle mercantil de dicha ciudad, le compró a un muchacho un cartapacio que por tener caracteres arábigos no pudo leer, viéndose en la necesidad de buscar un intérprete, un morisco aljamiado, es decir, el que hablaba castellano y árabe. Y aquí de nuevo aparece otro narrador, el moro que toma el cartapacio para traducirlo, el cual, l eyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntele yo de qué se reía, y respondiome que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo: Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha».
Ya sabe el narrador que ha dado con lo que buscaba, con la historia de don Quijote. Le pide al morisco que le traduzca el título, y el morisco dice que dice: Historia de don Quijote de La Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Compra el narrador al muchacho todos los papeles y cartapacios y le pide al morisco que se los vuelva a lengua castellana sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese . A cambio de dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, el morisco le promete traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. El narrador se lleva al morisco a su casa para vigilarlo mejor, y en poco más de mes y medio tiene traducida la obra, del mesmo modo que aquí se refiere.
Y continúa la narración del vizcaíno, partiendo, eso sí, no de la propia escritura, sino de un dibujo en el que aparecen el vizcaíno y don Quijote, y no del todo igual al otro libro en el que el narrador leyó la primera parte; por ejemplo, a Sancho Panza también se le llama Sancho Zancas. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera.
Antes de meterse de lleno en la narración de la segunda parte, traducida, de las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, el narrador nos hace algunas advertencias: Si a ésta se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentiroso. O esta otra: En ésta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto.
De modo que en apenas nueve capítulos tenemos cinco narradores:
1. El sabio o mago que narra las aventuras de don Quijote en toda esta primera parte, para contárselas después a un historiador que a su vez las recoja por escrito
2. El segundo narrador que se nos insinúa en el último párrafo del capítulo VIII, y que se hará narrador principal de la segunda parte.
3. El narrador absoluto (Cervantes, que a pesar de ser un narrador absoluto pretende esconderse al nombrarse a sí mismo, con nombre y apellido, como autor de La Galatea durante el donoso escrutinio en la biblioteca del hidalgo manchego) que es quien nos advierte de la interrupción del capítulo y nos insinúa la participación de un segundo narrador. Este segundo narrador y Cervantes podían ser un mismo narrador pero en la ficción es imposible que lo sean porque uno menciona al otro.
4. El morisco que hace de traductor -que sabemos que es chistoso y que muy bien podría haber cambiado la traducción al castellano a su antojo.
5. El historiador arábigo Cide Amete Benengeli.
Admirable fusión
La pregunta es: ¿Lo hizo Cervantes a propósito? ¿O le salió sin querer? Normalmente el novelista sabe menos de técnicas narrativas que los críticos o eruditos, y es por esto mismo que el buen novelista consigue crear buenas novelas, inmortalizando su nombre, mientras que los críticos son pasado antes incluso de ganarse ningún sueldo. Yo creo que Cervantes no se planteó ninguna técnica narrativa novedosa, ni de ningún tipo. Lo que quería era dar verosimilitud a la historia de un modo un poco raro, mediante el distanciamiento del lector, seguramente para recordarle a éste lo que don Quijote no había sabido apreciar mientras leía, que lo que leía no era vida sino tinta en papel, es decir, un libro. No deseaba Cervantes que con su libro el lector se volviera tan loco como don Quijote, mezclando ficción con realidad, le quería dejar claro que aquello era sólo un libro. Pero el caso es que consigue todo lo contrario: mezcla ficción y realidad de una forma tan admirable, que sin duda Cervantes es digno de la locura de su don Quijote.
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