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Lugar para el reencuentro (22): Año nuevo, vida entera
«Esa 'vida nueva' que promete la publicidad es, en realidad, un desprecio a lo que cada uno es
Se repite tanto eso de «cambiar de vida», se insta incluso a ello, y con tal insistencia que nada parece hoy día más deseable que el abandono de todo, hasta de uno mismo, en busca de lo «nuevo», palabra ésta que ha adquirido poderes equiparables a los del flautista de Hamelín. Esto lo saben muy bien los publicistas y todos aquellos que buscan que les siga el mayor número de gentes posible.
«Vivir el presente», «mirar hacia el futuro» y, por supuesto, «olvidar el pasado», son nuevos mandamientos, impuestos a base de mostrarlos como incuestionables. El presente se vive cada día, a cada paso y a cada minuto, el futuro es algo que miramos, deseamos, tememos, construimos.
El pasado es la memoria, la raíz, lo que nos ha traído a donde estamos. No se trata de idolatrarlo acríticamente, pero sí de conocerlo, de ver en él el origen, y parte fundamental de nuestra vida y nuestra historia. No se trata de no cambiar lo que sea necesario: cuando es preciso, naturalmente que hay que cambiar o regenerar lo que haga falta, pero esa «vida nueva» que promete la publicidad es, en realidad, un desprecio a lo que cada uno es, a su experiencia, a todo aquello que ha conformado su vida y su carácter.
Esa «vida nueva» no viene a ser nada más que la busca y la idolatría de lo nuevo, como si el hecho de que algo sea nuevo lo hiciera necesariamente bueno. Un desarraigo, en última instancia. Una vida entera se nutre de cada recuerdo, de cada sueño, de cada batalla, de cada paso. Una vida entera se nutre de cada tiempo. Que cada tiempo, con el afán de cada día, sean los nutrientes de la vida entera que se nos abre un año más.
Cosas y vida
que nos salen al paso:
risa y herida.
Viene y se pasa
y la vida nos lleva
de nuevo a casa.
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