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Una pintura del alma
«El Greco es un pintor cuyos cuadros no se agotan en el horizonte cerrado del marco, porque sus pinceladas se fraguaron con el metal de las más oscuras obsesiones»
![Una pintura del alma](https://s2.abcstatics.com/Media/201501/07/publico%204--644x362.jpg)
Siempre me han fascinado los cielos cárdenos y tormentosos del Greco, su visión casi onírica de la ciudad de Toledo envuelta en una luz mágica e irreal: ese Toledo casi levitante bajo densos nubarrones de entre los que parece emanar un dramatismo de intensas tormentas interiores. Un cromatismo que resulta aún más subyugante porque se diría que sus reflejos no proceden del paisaje, sino del interior mismo del artista.
Ese misterioso dramatismo, y esa cualidad densa y sólida del aire, aparecen también, con diferentes matices cromáticos, en otros de sus cuadros más conocidos: en el Apocalipsis, donde los cielos se tiñen de tintes tenebrosos; en Laoconte, donde los grises se vuelven amenazadores, o en la Piedad, donde adquieren tonalidades opresivas. Pero en todos los casos, esos celajes tormentosos transmiten una sensación turbadora y convulsa, como si más allá de su puro valor escenográfico, pretendieran reflejar un turbulento estado de conciencia o la inquietud de un alma atormentada.
La propia distorsión de sus formas, la espiritualización manierista de sus figuras, quizás obedezcan no tanto a una cuestión formal de técnica y estilo, sino a esa perturbada visión que procede de los más íntimos fantasmas del pintor, reflejo de un mundo interior sombrío, pero a la vez rico y sugerente.
Hay pintores de cámara y pintores de paisajes, que buscan en los interiores domésticos o en los espacios exteriores la fuente de su inspiración; también hay pintores de bodegones, que intentan darle apariencia de vida a las naturalezas muertas; y hay pintores del cuerpo, que reducen sus cuadros a una pura lección de anatomía o a un catálogo de matices sensoriales.
Pero hay, sobre todo, pintores del alma, y el Greco es uno de ellos. Uno de esos pintores cuyos cuadros no se agotan en el horizonte cerrado del marco, porque sus pinceladas se fraguaron con el metal de las más oscuras obsesiones. Por eso sus obras son perdurables, porque no sólo son un simple reflejo de su cultura o de su tiempo, sino también una imagen del alma de su creador. Y esa pintura del alma (al contrario de lo que ocurría con el retrato de Dorian Grey) jamás envejece.
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