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Jorge Manuel Teotocópuli: más que el hijo del Greco

«Hay fervor en él por el arte sublime de su padre pero también un claro y permanente intento de explorar vías y maneras propias»

Jorge Manuel Teotocópuli: más que el hijo del Greco

por antonio lázaro

Las pocas veces que oía hablar de Jorge Manuel, percibía, expreso o tácito, un deje de desdén: «El hijo de El Greco». Curiosamente, los numerosos cuadros suyos, o a él atribuidos, han constituido la verdadera sorpresa, la cara B de lujo, que sin ellos habrián hecho casi protocolaria la magna muestra «El Greco, arte y oficio». Solo los lienzos de Luis Tristán y los de su propio hijo aportan un toque de distinción, se desmarcan, sorprenden (los del Maestro ya no pueden hacerlo, siguen maravillando).

Jorge Manuel innovó y ensayó otros géneros. El familiar, por ejemplo. Así, su magnífica «Familia de El Greco», con su gato entre egipcíaco y baudelairiano, obra maestra que retrata a su familia y no a la de su padre (si la hubo) y que, además, fue pintada por él.

Porque él, acosado en sus frágiles esposas (sensualmente ascéticas como las Magdalenas de Doménico) por las epidemias del siglo, llegó a formar no sé si tres o hasta cuatro familias en una existencia que no alcanzó más allá del medio siglo. Tanto amaba a la familia: él, que nunca la tuvo, al que llegaron a certificar oficialmente una legitimidad de hijo de soltera.

Rostros ensimismados y carentes de expresividad, mejor toque para los pliegues de las túnicas que para las cabezas… Tecnicismos nuevos para un injusto descrédito antiguo. La muestra sobre el taller de El Greco (Arte y oficio) evidencia que los oficiales ejecutaban con protocolario oficio el arte del maestro. Lo que no es poco, desde luego. Frente a ello, en Jorge Manuel hay fervor por el arte sublime de su padre pero también un claro y permanente intento de explorar vías y maneras propias.

Así, en su cuadro de gran formato sobre Pentecostés que se custodia en Asturias. Frente al de su padre y sobre una minuciosa arquitectura de fondo, las cabezas de María y de los Apóstoles exhalan las llamas, no están separadas de ellas. Visualmente todo cambia, intensificándose a favor de la imagen de Jorge Manuel.

Arquitecturas. Se magnifica la categoría o dimensión arquitectónica de El Greco, que nunca pasó del esbozo, del apunte, de la «pequeñita forma». Por el contrario se minimiza la arquitectura que, efectivamente, diseñó y/o ejercitó Jorge Manuel, que sí fue arquitecto y de mérito. Con fábricas tan magníficas como el palacio municipal de Toledo o la capilla mozárabe.

Es duro ser hijo de un genio. Jorge Manuel heredó junto a la luz de la grandeza, la miseria de un incumplimiento o deuda (el asunto del Hospital de Afuera), que lastró y acortó su vida.

Pero fue capaz de proponer otras imágenes, sensaciones distintas, una personal recreación: la primera lectura pictórica del arte de su padre, tan inmenso que hubo de aguardar a las vanguardias del siglo XX para encontrar continuadores dignos.

Por todo ello, siempre me interesó Jorge Manuel.

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