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José García Nieto, el poeta que fue niño en Toledo
Se cumplen cien años de su nacimiento
Este año se cumple el centenario del nacimiento de José García Nieto, el miembro más garcilasista y enamoradamente toledano de la generación poética de la postguerra. Secretario perpetuo de la Real Academia Española de la Lengua y Premio Cervantes, en Toledo transcurrió su infancia desde los 8 hasta los 14 años de edad, en el número 14 de la calle de Santa Fé, con vistas a la plaza de Zocodover.
«Tiene Zocodover unos balcones
que se abren a mirar desorbitados,
eternamente, por los ojos míos».
Las evocaciones toledanas reaparecerán insistentemente en su obra, revelando que el periodo toledano conformó en su memoria algo similar a un paraíso perdido —«La única patria feliz es la de los niños», dijo Rilke— en el que tuvo lugar su primer encuentro con la poesía y se advierte la huella indeleble del primer amor.
Como un magma subyacente, los recuerdos toledanos acaban por aflorar en tres poemarios íntegramente dedicados a la ciudad de su despertar adolescente: «Toledo», «Corpus Christi y seis sonetos» y «Facultad de volver». En este último, a modo de colofón, se consagra la persistencia evocadora que tuvo Toledo a lo largo de su vida:
«Tú eres la antorcha, tú quien me conduce.
Toledo, no me dejas de la mano».
Nacido el 6 de julio de 1914 en Oviedo, su padre, abogado, periodista y secretario de Ayuntamiento, murió cuando el futuro poeta contaba tan solo seis años de edad. Su madre entonces se vio obligada a marchar a Zaragoza, a casa de un hermano militar, pero al ser trasladado éste a África, madre e hijo van a vivir a Toledo junto a su abuelo materno, que era ciego, y otra hija de éste.
La ceguera de su abuelo y su circunstancial papel de lazarillo son vivencias que fructificarán en forma poética:
«Yo he sido lazarillo y sé mi oficio;
sé llevar las tinieblas en su carro
de ruedas que vacilan en las piedras
con giros torpes y desconcertados.
Mi abuelo era la noche, y yo empujaba
la sombra; sostenía con cuidado
la ceguedad del bosque…»
El futuro poeta y su abuelo invidente recorren las calles de Toledo componiendo una estampa como extraída de añeja literatura. En un poema del libro «Memorias y compromisos» retrata a ambos subiendo torpemente las escaleras del Arco de la Sangre para venir a sentarse en un banco de Zocodover al lado de una pareja de novios, a quienes su presencia no tiene por menos que perturbar.
«En el otro lado del banco
una mujer y un hombre se estrechaban.
Si él se acercaba más,
la mujer le advertía.
El hombre, con un gesto, señalaba a mi abuelo
para tranquilizarla:
Era ciego»
El ciego y su lazarillo tuvieron que caminar con pasos quedos por el espacioso Miradero, y el niño trataría de describir al anciano el paisaje de Galiana abrazado por el meandro del río y la pose augusta de San Servando, dos iconografías que se repetirán en el repertorio de sus versos toledanos:
«Estoy en la atalaya del Miradero: miro
cómo se acerca el río, tan quieto en sus meandros,
cómo piden ternura las torres de Galiana,
cómo eleva su pecho de oro San Servando…»
En cierto momento, aludiendo a los escenarios de su infancia —Asturias, Soria y Toledo— escribe: «Asturias son mis padres, Soria mi paisaje, Toledo mi albedrío…». La clave de lo que representaba Toledo para el poeta es eso —«mi albedrío»—: la ilusionada potencia con la que se estrena la vida.
También llega a decir: «he sido un niño de Soria; muy brevemente, un niño de Zaragoza; más tiempo, un niño de Toledo». Si la patria del hombre es su infancia —otra vez Rilke—, García Nieto tiene censada su alma en la ciudad que, años después, definiría como «síntesis no sólo del alma y de la mística española, sino de la potencia del espíritu en el mundo».
En Toledo hace la primera comunión a los ocho años. En ese tiempo su madre da clases particulares y él se prepara para acceder al Instituto. El joven estudiante se interesa por las matemáticas hasta que un día toma en sus manos unos libros de versos procedentes de la biblioteca paterna y a partir de entonces el embrujo de la poesía lo hará suyo para siempre. Sus primeros balbuceos poéticos, mitad en broma y mitad en serio, consisten en unos octosílabos en forma de quintillas, a imitación de Alfonso Camín, Campoamor y Gabriel y Galán; y hasta ensaya a escribir una novela de aventuras en colaboración con un amigo.
Un día, en uno de esos momentos decisivos que marcan una vida, descubre a Garcilaso: «En Toledo leí a Garcilaso por primera vez. Los nombres Toledo-Garcilaso-Poesía están unidos en mi obra y en mi vida».
También en Toledo despertó a los reclamos del amor adolescente. A través de sus versos descubrimos que el futuro poeta encontró a su Julieta asomada en un balcón y que, a falta de nombre cierto, la bautiza con el nombre de Galiana. Las orillas del Tajo prestaron su complicidad a los iniciáticos juegos de Cupido. Juegos de amor que no se olvidan nunca:
(“Tú sabes”)…«de aquel bosque de cañas
que nos cubrió un estío interminable».
A sus catorce años de edad, la familia debe abandonar Toledo porque la tía que les acoge ha sido destinada a Madrid. El adolescente dice adiós a las callejuelas tortuosas que terminan «junto a un río sin sueño». Sin embargo, Toledo no abandonará jamás su corazón. De cuantos paisajes plasmó en sus versos, el de la ciudad de Garcilaso fue el que gozó de sus preferencias, como se deja ver en los cálidos versos de «Facultad de volver»:
…«Una tarde como ésta —cuántos años
hace?— casi alcanzando la tiara
de tu catedralicia torre, cerca
de la enorme campana,
miró un niño, con ojos que no olvidan,
tu colmena encantada»…
La perdurable vinculación de José García Nieto con Toledo tuvo su anclaje de oro en la figura de Garcilaso de la Vega. El nombre del poeta toledano rotula la célebre revista de poesía que fundó y dirigió entre 1943 y 1946: «Garcilaso».
La elección del nombre de Garcilaso tuvo intención de manifiesto estético, pero acaso también comportaba un homenaje íntimo a Toledo. Así lo parece indicar el editorial del primer número: «En el cuarto centenario de su muerte (1536) ha comenzado de nuevo la hegemonía literaria de Garcilaso. Murió militarmente como ha comenzado nuestra presencia creadora. Y Toledo, su cuna, está ligada también a esta segunda reconquista, a este segundo renacimiento hispánico, a esta segunda primavera del endecasílabo».
La revista fue estandarte de una poesía de carácter formalista y descomprometida respecto a la realidad del momento, marcada por la inmediata Guerra Civil, lo que motivó una agria reacción entre los autores que adoptaban posiciones más inconformistas. En «Facultad de Volver», García Nieto apunta los sinsabores que le produjo su postulado «garcilasista», en cuanto que se entendió como una fórmula de esteticismo escapista:
Viví, lloré, canté todo lo mío,
y tomé de tu cofre algunas veces
la moneda, y el son, y el atavío;
también, por serte fiel, hasta las heces
he bebido mi copa de amargura
que me ha pagado tu amistad con creces».
«Sus versos duelen por inocentes», llegó a decir Francisco Umbral, que asimismo dejó dicho de él: «Pepe era el hombre más bueno del mundo. Monstruos como Cela y Fernán-Gómez le han tenido por su mejor amigo (…) vive en mi recuerdo como el hombre que, con su sabia conversación y sus colaboraciones, le hizo a uno posible».
En verdad, su único compromiso fue con la poesía, y desde esta actitud existencial contribuyó positivamente al deshielo cultural de aquellos grises años de posguerra. Por encima de controversias, su generoso talante personal le granjeó la amistad de muchos poetas de su generación, incluso situados en posiciones antitéticas como José Hierro, Crémer o Gabriel Celaya.
Especialmente entrañable fue su vinculación con Camilo José Cela, con quien compartió los ambientes literarios de Madrid. El futuro premio Nobel escribió un emotivo artículo de despedida a la revista «Garcilaso»: «Garcilaso fue una revista juvenil, limpia, llena de buena intención, que vivió sin anuncios, sin subvenciones, con sus puertas abiertas de par en par a todos los encontrados vientos de la poesía…».
A lo largo de este año en el que se conmemora el centenario del nacimiento de José García Nieto, se ha reeditado su antología «Poesía» a cargo de Joaquín Benito de Lucas y se ha publicado una edición con la correspondencia cruzada entre García Nieto y Gerardo Diego. Asimismo, el Ayuntamiento de Madrid ha acordado por unanimidad de todos los grupos municipales dedicarle una calle en la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida y en la que murió en 2001.
Toledo, escenario principal de su infancia y objeto venerado de muchos de sus versos, bien podría sumarse a la celebración del centenario con una lápida en la fachada de la que fue su casa toledana, amortizando así una deuda de gratitud con quien tuvo en la ciudad de Garcilaso una asidua fuente de inspiración, de devoción y de nostalgia.