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Poesía objetiva
El poema es un hecho en sí dice Palacios de poeta Curiel
En poetas de largo y depurado oficio la poesía más avanzada (no querría mentar vanguar dia) en muchas ocasiones tiende a expresarse en prosa; obteniéndose así trechos poéticos repletos de efectiva carga expresiva (conversacional) muy descargados de retórica. Surge entonces un discurso terso, sobresaliendo la calidad del léxico y la atractiva economía de la sintaxis; discurso tembloroso desprovisto de esas reglas métricas y esa escansión que pueden llevar a la apariencia de un mensaje inestable aunque bien se pretenda, por el contrario, una férrea firmeza semántica. Como afirma Rafael Escobar en el aclaratorio prólogo de este libro, el poeta, bajo esta tesitura, «siente la angustia de la elocución como un acto que no se puede hacer perdurable», siendo, además, consciente, añade el prologuista, «de que la lírica, si aún es posible, sólo podrá darse en la pura fabulación irracional, en el delirio ya sin ambición de conformar un significado».
La poética de Trabajos de purificación incide sobre la obsesión verbal. La conformación de su impronta figurativa se centra en una machacona imagen («Una vela es luz. Un panal es luz. Una fotografía es luz. Un hombre es luz. Una ventana es luz. Un poema debería ser luz»), donde los mismos elementos se ensamblan en diferentes imágenes («La luz comprada», «El corazón no es luz», «Una bola de agua y luz»).
Podemos claramente atisbar surrealismo en (en unas más, en otras menos) las composiciones de Trabajos de purificación. Pero, ¿cómo podemos valorar esta escritura surreal? Pues a mi juicio como escritura realista, objetiva. Escritura realista, claro, enlazada perfectamente con surrealismo. El surrealismo, en su definición, es una sobre-realidad; recuérdese que, en español, el término se ha traducido (antes más que ahora) por un exacto vocablo castellano: super-realismo. El estricto entorno que se plantea en estos poemas de Curiel se ciñe exclusivamente al solo ámbito del poema, sin remitir a ese exterior consuetudinario que se ha tenido muchas veces, erróneamente, como terco e intransferible emblema de la comunicación poética. Y esa expresión poemática que nuestro autor levanta tan resonante, tan sugerente y bella, refleja la realidad que transcurre hacia el mensaje del poema, inoculada, sin servilismos, sin febles subterfugios, de una resuelta identidad sabiamente acotada en los límites del poema. Terminemos esta reseña demostrando lo dicho con su poema «En la ventana»: «Me desnudé, tiré el cigarrillo al suelo y lo apagué con la planta del pie. Con algo frío me pinché. Me fui a la ventana y corrí la cortina azul. Todo el mundo pasaba desnudo llamándome por mi nombre. Se oía el violín de las ballenas, y esos nombres de ciudades y pueblos chinos dichos deprisa. De arriba y abajo ya son el más bello poema jamás escrito».
Apostillemos, finalmente, que, inspirados por estas palabras, podemos con holgura afirmar que el poema («el más bello poema jamás escrito») es un hecho en sí que no necesita de modelos ni precedentes ni medios auxiliares para valer. Un poema no escrito, sólo retenido en la mente, ya existe totalmente con independencia del emisor, el receptor y el proceso de la comunicación. El poeta Ángel Crespo especulaba en uno de sus aforismos planteando que en el supuesto de que el poeta piense un poema, lo escriba, rompa de inmediato el papel sin comunicarlo a nadie, a pesar de ello ese poema efímero, secreto (absoluto en su secreto), ya ha mejorado el mundo, la realidad engrandecedora que es infinitamente más amplia que el mundo.