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El Greco recobrado y difundido en el siglo XX (I)

El Greco recobrado y difundido en el siglo XX (I) ana perez herrera

por antonio illán illán y óscar González palencia

El siglo XX irrumpe con un vigor definitivo sobre la figura de El Greco. La crítica lo sitúa, finalmente, en el panteón de los grandes artistas y el gran público puede disfrutar del talento del candiota en exposiciones temporales y permanentes multitudinarias. Con el siglo XX, El Greco deviene en genio en el capítulo definitivo de su recuperación, y el opaco velo de los tópicos y los prejuicios queda rasgado para siempre. El gran maestro cretense y toledano se incorpora al patrimonio popular al tiempo que se multiplican los estudios sobre su obra, las indagaciones sobre su vida; también se enardecen las polémicas intelectuales acerca de su estilo, de las huellas de sus maestros, de la motivaciones que le instaron a componer el conjunto de su obra, de los capítulos de su vida pública y privada que sirvan para alumbrar los aspectos que la incomprensión despectiva o la leyenda exaltada habían dejado bajo un manto de hermetismo gratuito, subjetivo o inverosímil. Sin embargo, si el siglo XX es el clímax de una gradación ascendente en la valoración de nuestro pintor, hemos tenido oportunidad de comprobar que es en la segunda mitad del XIX cuando ese proceso se incoa, básicamente, en Francia, en Inglaterra y en Alemania, es decir, fuera de nuestras fronteras, y que es 1908, año de la publicación de la imprescindible monografía que José María de Cossío dedica al maestro de Creta, el verdadero punto de partida de la percepción de El Greco desde un nuevo prisma de realidad, que lo convierte en un sello identitario de Toledo y del mundo hispánico, en un foco de atención permanente para los historiadores y los teóricos del arte y para los propios artistas y, en suma, en un símbolo del imaginario colectivo.

La Institución Libre de Enseñanza: Giner y Cossío

Visto así, El Greco habría sido descubierto en el extranjero y finalmente recobrado en España. Sin embargo, hemos tenido oportunidad de demostrar que esto no es enteramente de este modo; es cierto que El Greco atrajo la atención de artistas y teóricos en los países del centro de Europa, pero es igualmente cierto que, en los círculos creativos e intelectuales españoles decimonónicos, la anodina clasificación de nuestro artista como pintor extravagante, tan extendida y aceptada durante las dos centurias posteriores a su muerte, comenzaba a ceder a favor de hermenéuticas más complejas. Uno de esos focos en los que se incuba el embrión de una nueva visión de El Greco en España es la Institución Libre de Enseñanza (la ILE). De hecho, debemos entender el libro de Cossío como una consecuencia de la idea que, sobre El Greco, se gesta en el seno de la Institución.

Merece la pena aportar algún apunte acerca de cómo la estética, la contemplación de obras artísticas, fue uno de los aspectos esenciales del programa educativo de la Institución Libre de Enseñanza. Un nombre propio se impone por derecho propio en la implantación de este pilar de la acción educativa de la Institución: Juan Facundo Riaño. Riaño había sumado a su condición de historiador del arte, un compromiso institucional muy estrecho por hacer del patrimonio una realidad de doble alcance, de tal manera que las grandes obras artísticas pudieran ser objeto de estudio por parte de los especialistas, pero también materia formativa entre los escolares. Así se lo hace saber al propio Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, con quien le unió una honda amistad, tan sentida como fructífera, largamente cultivada en la casa que el matrimonio de Juan Riaño y Emilia Gayangos poseían en Toledo , donde el propio Riaño persuadiría a Giner de la importancia de introducir el arte en los programas de estudios de la ILE. No es extraño, por tanto, que, en las exequias de Riaño, Giner le reconociera el eco que su autoridad intelectual y moral había dejado sobre el mismo Giner y sobre el conjunto de la ILE:

«(…) gran parte de los maestros de la Institución, el núcleo casi entero – se podría decir – de los que más han contribuido a acentuar la orientación de nuestra obra, aprendieron a entender y sentir la dignidad del arte y a darle, en su propio espíritu y en su acción colectiva, la parte que le corresponde como una función ennoblecedora de la vida intelectual y moral, y cuya sustancia penetra cada día con mayor intimidad en el mundo».

Es esta doctrina pedagógica la que preconizaría uno de los más importantes representantes de la ILE, Manuel Bartolomé Cossío, para quien el arte tiene una dimensión académica y moral insustituible:

«Hay que hacer del arte la base de la educación. Hasta que el hombre no esté acostumbrado a la belleza, no puede alcanzar la libertad espiritual que le permita percibir lo que es bueno y lo que es bello».

Y defiende, denodadamente, que sólo es posible desarrollar ese sentido estético en el espíritu humano por medio de una educación que ponga al niño en permanente contacto con los más elevados modelos artísticos. Recordemos que quien así piensa es un hombre más entregado a su labor pedagógica activa que a la edición de grandes obras académicas. Cossío fue hombre poco dado a publicar – pese a que era considerado una de las máximas autoridades en materia de arte de su tiempo -, y defendía que sólo debía editarse lo imprescindible, y que aún esto debía ser el resultado de un largo proceso de maduración para que lo que se dijera estuviera muy bien dicho. Su erudición quedó dispersa en clases y conferencias más que en la letra impresa. Ténganse en cuenta todos estos datos, para otorgar la importancia debida al estudio que publicaría sobre El Greco en 1908, lo cual da la medida, no sólo por su contenido – que constituye, en realidad, la aurora de una nueva visión del Cretense-, sino también por el peso que el propio Cossío y, por extensión, todos los institucionistas, dieron a El Greco.

Muy interesante es el proceso de lenta gestación que tuvo el imprescindible estudio de Cossío. Digamos que, la conocida y frecuente práctica que se lleva a cabo en la ILE de hacer excursiones a espacios naturales o artísticos para que se constituyeran en ámbitos educativos tiene una variante curiosa: la excursión sin alumnos, dentro de la cual, uno de los lugares más repetidamente elegidos es Toledo , donde, a la presencia ya mencionada de Juan Facundo Riaño, se sumaron Aureliano de Beruete, Martín Rico, y otros autores como Jacinto Octavio Picón, que mencionamos al ocuparnos de la recepción de El Greco en el siglo XIX. Cabe pensar que, en este hirviente clima intelectual, se intensificara el prurito de Cossío por conocer en profundidad a un pintor por el que había mostrado gran aprecio desde temprano, como lo demuestra el hecho de que, ya en 1885, escribiera una síntesis de la historia de la pintura española, donde el nombre de El Greco figuraba como uno de los más importantes de nuestra tradición pictórica. Un poco más adelante, en 1899, recibiría el encargo de una editorial inglesa para acometer un estudio sobre Murillo, proyecto que varió en el momento mismo que el propio Cossío persuadió a los editores del impacto que provocaría una monografía sobre El Greco , un maestro casi oculto. Es verosímil que el ritmo moroso con que Cossío escribía, por causa del rigor conceptual y la precisión expresiva, demorara la conclusión del libro hasta su desistimiento por parte de los editores; sin embargo, la tarea del maestro de la ILE dio su fruto en 1908 con la mejor exposición hecha hasta aquel momento sobre la vida y la obra del artista de Creta. Más allá de los muchos e importantes datos que Cossío aporta acerca de la vida de El Greco, destaca su visión enraizada en el historicismo -puesto que nos presenta a El Greco como un producto de su época-, en el nacionalismo –puesto que El Greco es un pintor del espíritu de un pueblo, el español, que había sabido captar y hacer suyo-, y en el regeneracionismo –puesto que El Greco era un signo identitario del ser hispánico y, como todas las figuras históricas relevantes de la nación, un referente para la conquista de un porvenir en progreso. Por lo demás, traza Cossío una evolución de nuestro pintor que va desde un periodo formativo inicial en Italia hasta una etapa de plenitud toledana que, a su vez, tiene tres estratos: una primera, realista; la segunda, más experimental; y la tercera y última, totalmente libre y llena de exaltación. En cuanto al carácter innovador que singulariza a nuestro pintor en el devenir artístico, señala Cossío que El Greco supo distinguirse del idealismo italiano que dominaba entre sus contemporáneos por medio de un realismo típicamente castellano. Otro tanto hizo con la gama cromática y el empleo de la luz, aspectos que, en El Greco, son, en opinión de Cossío, típicamente castellanos, si bien estos hallazgos no son el estado incipiente de una escuela española, sino una bisagra entre la pintura anterior a El Greco y el arte moderno, puesto que el candiota influiría no sólo en Velázquez, sino también en creadores como Manet.

En próximas entregas seguiremos desentrañando las visiones sobre El Greco en el siglo XX.

El Greco recobrado y difundido en el siglo XX (I)

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