UN SACERDOTE CONSISTENTE

JOSÉ ÁNGEL SAIZ MENESES

El Papa Francisco ha declarado ‘Venerable’ a don José Rivera Ramírez, sacerdote diocesano del presbiterio de la archidiócesis de Toledo, que fue mi director espiritual en el Seminario Mayor y en los primeros años de ministerio sacerdotal, hasta que nos dejó, el 25 de marzo de 1991. Cuántos recuerdos de su enseñanza en las clases de teología, en la dirección espiritual, en los retiros y ejercicios espirituales, en sus escritos.

Si tuviera que resumir en una sola palabra mi percepción respecto a su persona, diría que daba una sensación de gran consistencia personal. La palabra consistencia significa solidez, firmeza, fortaleza; también tiene un sentido de estabilidad, de permanencia; por último, significa coherencia entre los elementos de un conjunto. Pues bien, yo diría que don José rezumaba consistencia en el triple sentido de solidez, estabilidad y coherencia.

Fui un testigo directo y privilegiado de sus prácticas ascéticas, que me remitían inevitablemente a las biografías de los santos: Dormía en una tabla de madera unas tres horas, excepto los viernes, que no solía dormir nada porque pasaba la noche en oración; comía una vez al día; vivía en una casa sin las comodidades más elementales; y así un largo etcétera.

Pero lo que a mí me llamaba la atención mucho más que sus prácticas ascéticas era su consistencia personal, la coherencia de su personalidad, de su vida, la sensación de armonía y equilibrio profundo, la estabilidad de que hacía gala en todo momento, su buen humor continuo, el no verle jamás perder el control de sí mismo, incluso en las circunstancias más dolorosas y difíciles, sobre todo en los momentos de humillación y de cruz.

No me fue difícil llegar a la conclusión de que el secreto de esa consistencia radicaba sobre todo en su intensa vida de oración, en la inmersión en la Santísima Trinidad, en las largas horas orando en el silencio de la noche, como en un Tabor que se actualizaba antes de cada jornada. Recuerdo cómo insistía en que la oración cristiana es una relación personal, inmediata y filial con Dios, a la luz de la fe, en amor de caridad. Lo peculiar de la oración es precisamente la inmediatez del encuentro con Dios. Todo el día estamos mediatamente unidos a Él, a través de nuestras ocupaciones ordinarias, pero lo propio de la oración es la inmediatez, la focalización de toda la persona –mente, corazón, atención- en el mismo Dios.

Don José era diferente del estándar típico del sacerdote bueno, piadoso, preocupado por la formación y más o menos caritativo. En la dirección espiritual no pretendía formar buenos sacerdotes asegurando unos mínimos de piedad, de estudio y de celo pastoral. No, un elemento diferencial muy propio suyo consistía en no poner límites a la esperanza respecto a la acción del Espíritu Santo sobre él mismo y sobre los demás, por principiantes que llegáramos a ser. Estaba tan convencido del amor de Dios y de su acción transformadora en la vida de las personas, que las expectativas que depositaba eran las máximas posibles, es decir, que creía realmente en la llamada universal a la santidad.

Vivimos tiempos de pensamiento débil, de fe débil, de praxis débil. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha acuñado la metáfora de la liquidez para describir nuestra contemporaneidad. Hemos pasado de una modernidad sólida y estable a una posmodernidad líquida y voluble, en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para consolidarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos.

Tiempos líquidos, sociedad líquida, amor líquido, que desembocan en un hombre líquido, sin consistencia, sin estructura, sin compromiso. Cada vez escasean más los modelos y referencias que vayan acompañando el crecimiento de las personas. Es preciso reavivar la esperanza. Doy gracias a Dios por haber puesto al venerable José Rivera en el camino de mi vida como un verdadero maestro en la fe, como un testigo del amor de Dios.

+ José Ángel Saiz Meneses, obispo de Terrassa

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