ALFILERITOS
EL TRASVASE QUE NUNCA CESA
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, recurre el último trasvase de 20 hectómetros cúbicos desde los pantanos de la cabecera del Tajo a la cuenca del Segura. Y lo hace porque se encuentran en paupérrimas condiciones, están por debajo de la reseva de agua trasvasable, y en muchos municipios de la cabecera se tienen que abastecer con cisternas. Jamás nuestra región ha puesto pega alguna para que el agua de Entrepeñas y Buendía vaya camino del Levante para el consumo humano, pero otra cosa es remitir sin ton ni son hectómetros cúbicos del preciado elemento para regar los cultivos de Valencia y Murcia, cuando los pantanos apenas almacenan agua.
Y para más inri, según denuncia García-Page, los regantes del Levante tienen una deuda contraída con nuestra autonomía de más de tres millones de euros por las remesas acuáticas enviadas con anterioridad. No se explica por qué siempre debe salir perjudicada la cuenca del río Tajo en beneficio de la huerta levantina que, haya sequía o no, pide y pide el agua trasvasada para que no se detenga la producción agrícola que enriquece a unos entes autonómicos y empobrece al de siempre, que tiene que observar cómo por su amplio y seco territorio pasa el agua con destino a cultivos que amplían año tras año su superficie porque los trasvases «son irrenunciables», según señala Pedro Antonio Sánchez, presidente de la Comunidad de Murcia.
Cuando llueve con regularidad y los pantanos se encuentran con las reservas suficientes, es lógico el mantenimiento de estos trasvases, pero cuando Entrepeñas y Buendía se encuentran a tan solo el 17% de su capacidad, cualquier hectómetro cúbico de agua debe mantenerse en los mismos en espera de tiempos mejores, climatológicamente hablando. Nos encontramos, dicen, soportanto la peor sequía de los últimos 150 años, y de ahí que al escasear el agua haya que ser muy comedido con la intencionalidad del trasvase Tajo-Segura y remitir tan solo lo que aquellas regiones precisen para el consumo humano, pero no para ver crecer la cosecha de melocotones y sandías que también necesitan de esta agua para hacer mucho más rentables sus economías. Y mientras, por la ciudad de Toledo, pasa un río con las aguas faltas de oxígeno y con el olor nauseabundo de un curso degradado y sucio.