Una noche (en el cine) de verano
En el parque de las Tres Culturas, el proyector se enciende a diario. Aquí la crónica de un primerizo
![Una noche (en el cine) de verano](https://s3.abcstatics.com/Media/201507/11/cinedeverano--644x362.jpg)
El primer dilema que uno se plantea cuando decide, después de siglos, volver al cine de verano es: ¿en qué momento hay que comerse el bocata? Porque, claro, lo lógico sería a la mitad de la proyección: si se va al fútbol, toca en el descanso; si se va a los toros, a la muerte del tercero. Pero y si no hay descanso, ¿aguantamos hasta la medianoche a lo Gandhi? Pues va a ser que no. Conclusión: mejor no jugársela. El bocata (buenísimo) de tortilla con mayonesa del «Rincón de Peter» cae incluso antes de llegar al parque de las Tres Culturas.
Ya allí, resulta que el que escribe no es el único pardillo. Hasta las puertas del anfiteatro llega una señora con dos sillas más propias para la playa de Gandía. Solo le falta el «Hola», ¡qué despliegue! «Lleváis mucho sin venir», le dicen en la rudimentaria taquilla al grupito que acompaña a la dama. «Y tanto, es la primera vez», responde la mujer, que tiene que desandar sus pasos para dejar las sillas en el coche.
La entrada, cuatro euros per cápita, asequible; el calor, inasequible al desaliento: para guardarlo en botellitas de plástico y repartirlo por el norte con el sello «Made in Toledo»: mazapán, espada y 40 graditos de regalo.
Antes de que se encienda el proyector, breve paso por boxes. El quiosco situado a la derecha de la gran pantalla da palomitas y bebidas con pajita. No hace falta más, este cine ha pasado la prueba del algodón. Ni siquiera sería necesario que proyectasen la película, pero el protocolo obliga. Eso sí, antes un par de matrimonios eligen sentarse «aquí, que corre un poco más el aire». Pues se han debido de quedar con toda la atmósfera, porque el resto de la concurrencia (entre unas 200 y 250 personas que completan más de la mitad del aforo) suda como si estuviese jugando al pádel.
El caso es que a las diez y diez empiezan los tráileres de tres filmes digamos que con títulos sugerentes: «Relatos salvajes», «A cambio de nada» y «Requisitos para ser una persona normal» . Este último lo ponía yo una y otra vez en el Congreso de los Diputados...
La película de la noche (del pasado jueves y de hoy, sábado) nos lleva de viaje al Cambridge del 63. Las imágenes son «vintage» total. «La teoría del todo» narra la vida de Stephen Hawking, el físico y enfermo de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) más famoso del mundo. Por su interpretación, a Eddie Redmayne le acaban de dar el «óscar» al mejor actor.
Con el nudo en la garganta
Hasta aquí los formalismos, vayamos a la chicha. Hawking es un genio, pero friki como él solo. Y se dice y no pasa nada: mira que rechazar la invitación a bailar de Jane (Felicity Jones en la vida real; «un quesito», según el compañero de la butaca de al lado). No tiene perdón de Dios.
Las bromas iniciales pasan a mejor vida cuando poco a poco Hawking va dejando de andar, de tragar y hasta de hablar. Con el nudo en la garganta se encienden las luces del descanso. Efectivamente, hay descanso y toca jalar fiambre. ¡Ay, ansioso! ¿En qué punto exacto de la geografía humana estará ahora el bocata? Las luces se apagan, vuelve el drama y también la versión más ligona del físico británico. A la salida, el «compi» se va a casa con su propia lección: «Con las mujeres, cuanto menos abras la boca, mejor». Amén.
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