El acusado que incriminó a sus compinches en el crimen del Carpio se desdice ahora
Una delación de Fernando, uno de los acusados de la muerte de un ganadero en El Carpio de Tajo el 5 de marzo de 2013, fue clave para que la Guardia Civil resolviera este caso tres meses después. Sin embargo, el principal testigo de cargo de la Fiscalía se desdijo ayer y, al igual que sus tres presuntos compinches en el homicidio de José Angel Juan Blázquez, negó también su participación en los hechos.
El paso atrás de Fernando se escenificó en la Audiencia Provincial de Toledo. Allí, entre fuertes medidas de seguridad, los cuatro acusados llegaron esposados y procedentes de prisión, donde se encuentran desde su detención, hace casi dos años. Tres de ellos (los hermanos José Antonio y Juan José, además de Esteban) lo hicieron en un mismo furgón y con las caras descubiertas, mientras que Fernando llegó solo en otro vehículo y con el rostro completamente tapado (solo se le veían los ojos).
Con la sala repleta de público y con varios agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, el encartado afirmó en el juicio que todo lo que había contado al detalle a la Guardia Civil lo dijo por presiones policiales. Entonces, ¿porqué acusó a sus tres presuntos compinches, que durante la vista estuvieron separados de Fernando por un policía nacional? «Será por resentimiento» debido a disputas familiares, apuntó José Antonio cuando fue preguntado. «¡Él sabrá!», respondió lacónicamente Esteban.
El testimonio de Fernando
Sin embargo, dos de los investigadores de la Guardia Civil que resolvieron este crimen dejaron ayer muy claro que Fernando «se prestó a colaborar desde un principio», lo que supuso un enorme avance en las pesquisas. «Hasta entonces, las investigaciones no estaban tan avanzadas», reconoció uno de los guardias civiles, que llegaron a detener en un principio a dos personas por su presunta relación con el crimen.
Los agentes llegaron a Fernando siguiendo el rastro de la pistola empleada en el crimen, con la que mataron a la víctima a quemarropa en el recibidor de su casa, donde José Ángel vivía con sus padres. Un arma (de la marca Astra, calibre 9 mm. parabellum) que ya había sido utilizada en al menos dos tiroteos en Madrid.
Además de reconocer su participación en el crimen delante de un abogado de oficio, Fernando aseguró a los agentes que él y sus compinches fueron a la casa del ganadero porque recibieron un chivatazo de un conocido: José Ángel tenía dinero en casa porque iba a hacer unos pagos. En efecto, estaba esperando que un conocido fuera a cobrar cuando sonó el timbre. Confiado, la víctima no reparó en quién podía estar al otro lado de la puerta, abrió y se encontró inesperadamente con sus verdugos.
Fernando contó más detalles esclarecedores a la Guardia Civil: reveló cómo planearon y ejecutaron el golpe, en qué coche huyeron (un Hyundai Lantra antiguo y de color oscuro, propiedad de la pareja de Juan José, que habían visto varios testigos) y dónde se ocultaron tras el crimen.
Llegó a desvelar hasta el lugar en el que guardaron la pistola y la escopeta de cañones recortados, sustraída en Miguelturra (Ciudad Real), empleadas en el homicidio. En efecto, los agentes siguieron las indicaciones de Fernando y encontraron las dos armas debajo de unas piedras en una escombrera de una hectárea de superficie en el barrio talaverano de Patrocinio. La pistola estaba envuelta en una bolsa de plástico y la escopeta, en una lona de color rojo.
El relato de los dos investigadores de la Guardia Civil en la sala desbarató las versiones exculpatorias que los cuatro acusados habían ofrecido minutos antes, individuos que cambiaron de domicilio y de teléfonos después del crimen. Juan José suplantó incluso su identidad con la cartilla de sanidad y el carné de biblioteca de un sobrino.
Delante del Tribunal, José Antonio llegó a decir que el día del homicidio estuvo en su casa. «No tengo ni he tenido nunca armas», afirmó a continuación. También negó que tuviera antecedentes policiales, como también hicieron los demás acusados. «Multas por chatarra», espetó José Antonio.
No solo Fernando tuvo lapsus, intencionados o no, en el juicio. Esteban, otro de los encartados, no supo responder con certeza si había estado o no en El Carpio de Tajo alguna vez. Balbució que está en la cárcel y su cabeza está hecha un lío. Aunque Esteban estuvo todavía menos convincente cuando se le preguntó por una huella suya que se recogió en la bolsa de plástico en la que ocultaron la pistola homicida. Sí afirmó, en cambio, que Fernando no estaba diciendo la verdad cuando les acusó de ser los autores del crimen.
«Que me maten»
Hubo también por videoconferencia el testimonio de una testigo protegida, familiar de alguno de los acusados. No aportó nada, porque no se acordaba de nada, pero sí dejó claro que no había sido amenazada. «Y si no me acuerdo, ¿qué hago?», respondió al presidente del Tribunal, Manuel Gutiérrez, cuando le recordó que estaba bajo juramento. Otra mujer, que declaró tras un biombo y que reconoció que no sabe leer, contó sin embargo que entregó un papel a la Guardia Civil con datos que incriminaban a los acusados. «¡Si me quieren matar, que me maten. Saben quién soy!», exclamó.
Entre tanta falta de memoria, quien sí tuvo que volver a recordar aquel 5 de marzo de 2013 fue Vidal Juan, padre de la víctima y que estuvo ingresado 16 días debido a que una bala le hirió. Su relato emocionó a varias personas que había en la sala. «Tras golpearle con una barra de hierro y cuando estaba de rodillas, le pegaron un tiro», rememoró Vidal Juan, recio en su intervención pese a las preguntas enrevesadas de las defensas de los acusados. Hoy el juicio quedará visto para sentencia. La Fiscalía pide 29 años para cada uno de los procesados.