OPINIÓN
EN NOMBRE DE LOS SIN TECHO
¿No hay pisos sociales vacíos, ningún local municipal donde puedan acogerse estos pobres?
Amo esta ciudad en la que nací y en la que vivo. Pero a veces siento vergüenza de las instituciones que nos gobiernan. Hoy he tenido este sentimiento cuando he hablado con un sin techo, sentado en el portal del BBVA de la calle Ancha, en el corazón de nuestra ciudad. Allí duerme desde hace más de un mes. Es un hombre grueso; con las piernas hinchadas, amoratadas y supurando. La noche anterior la policía local llamó a una ambulancia y le trasladaron a urgencias del Hospital, donde le hicieron una cura. Y en la madrugada subió caminando hasta su «casa» del portal de la entidad bancaria, donde como todas las noches esperaría el amanecer. Vende lotería y no tiene otra casa, que no podía pagar ni luz ni alquiler. Alguna noche ha dormido en el albergue de Cáritas. Él, como otros indigentes y pobres, se guarece donde puede. O donde le dejan. Todos pasamos y miramos a otro lado. ¿A quién corresponde buscar una solución para ese ciudadano convertido en mendigo? Mi mujer no puede desviar la mirada: «no podemos irnos a nuestra casa y dejarle allí», me dice. Hablamos con él. Nos ofrecemos para acompañarle al albergue de Cáritas. «No me van a coger», nos asegura, «…ya estuve dos días».
Hablo con un amigo voluntario de Cáritas que me comenta que tienen un programa de estancia de medio plazo; «llama a la policía local y seguro que le acompañarán». Hablo con el 092. El agente, amable, me dice que no podemos obligarle a ir al albergue. Le digo que está conforme en ir allí pero tiene miedo de que le rechacen. Al fin hace una gestión y me dice: «mando una patrulla y le acompañarán a Cáritas; ya he hablado con el albergue». Se lo digo al hombre. Está contento. Tiene que tomar medicinas. Pero cuando llega la pareja de la Policía Local me dicen que por protocolo no pueden llevarle; que ellos llaman a una ambulancia para el hospital. Les decimos que este hombre necesita una cama donde descansar. Pero no es su problema. Tenemos una escena de tensión. Les decimos que si no es su problema no sabemos para qué han venido. Mi mujer va a casa y le prepara unos sandwichs y tras comérselos en el portal llamamos a un taxi y nos dirigimos al albergue. Le conocen. Pensamos que le van a rechazar, por la reacción inicial. «No podíamos dejarle en el portal», le decimos. Finalmente el vigilante le hace pasar.
Sentimos su mirada llena de gratitud. Pero otros muchos como él pasarán la noche en cualquier parte, a la intemperie o en cualquier rincón. A algunos no les veremos. Tienen miedo de ser expulsados pues huelen mal, molestan, estorban en nuestra sociedad. Están en parques, en pisos a medio hacer, en casas abandonadas… ¿Y qué soluciones damos? La policía local dice que no es su competencia. Antes, incluso cuando encontraban un indigente le llevaban a una pensión. Ahora la crisis ahoga la solidaridad municipal. El Ayuntamiento nos cobra impuestos: yo pido que una parte de lo recaudado sirva para que los sin techo puedan tener un hogar donde comer, ducharse, dormir… Cáritas hace mucho, pero ante tanta necesidad no puede ofrecer más. ¿Qué hace nuestro Ayuntamiento? Me dice: podían convertir el centro de turismo (Toletvm) en un gran albergue. Cosas más raras se han visto: el Papa Francisco ha ordenado poner duchas para pobres en la columnata del Vaticano. ¿No hay pisos sociales vacíos? ¿No hay ningún local municipal donde puedan acogerse a estos pobres? Él está empadronado en Toledo y dice tener derecho a que su Ayuntamiento se preocupe por él. Me habla de que en otras ciudades hay una policía local social. Aquí nada de nada. Mañana seguirá intentando sacar unos euros vendiendo lotería. Mientras tanto, ¿quién buscará una solución para estos excluidos? En el nombre de estos sin techo pido que ellos sean una prioridad del Ayuntamiento. Y de las demás instituciones. Como siempre, alguien me dice que en realidad no necesita ayuda, que tiene una pensión, que el problema es su vida desestructurada… ¿Y no es eso pobreza? Lo lamento mucho: hoy he sentido vergüenza de vivir como cómplice del abandono de estas personas.