Diez leyendas de Toledo que te encandilarán
La ciudad está llena de huellas legendarias. Solo hay que saber buscarlas. Aquí te proponemos una ruta por las leyendas toledanas más famosas guiados por el colaborador de ABC Mariano Calvo y su último libro, «Rutas literarias de Toledo»
![Diez leyendas de Toledo que te encandilarán](https://www.abc.eshttps://static.lavozdigital.es/Media/201410/24/4394835--644x362.jpg)
La ciudad está llena de huellas legendarias. Solo hay que saber buscarlas. Aquí te proponemos una ruta por las leyendas toledanas más famosas guiados por el colaborador de ABC Mariano Calvo y su último libro, «Rutas literarias de Toledo»
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![Cueva de Hércules](https://www.abc.es/Media/201410/24/4394835--644x362.jpg)
La Cueva de Hércules
Algunos cronistas sostienen que Toledo fue fundada por los judíos tras su cautividad en Babilonia o atribuyen la construcción de la ciudad a Túbal, hijo de Caín. Pero otros retrotraen sus orígenes a las fuentes de la mitología y aseguran que Toledo fue fundada por Hércules, que en el peñasco toledano engendró vasta descendencia y también edificó un fantástico palacio .
También se cuenta que Hércules cerró su morada palaciega con férreas puertas y cerrojos, a los que añadió el lacre de una maldición: «Aquel monarca que se atreviese a penetrar en el palacio y abriera el cofre en él depositado, perecería sin remedio y arrastraría en su caída a todo el reino».
El último de los reyes visigodos, don Rodrigo, irrumpió insensatamente en las estancias vedadas y rompió los candados del misterioso cofre, encontrando en su interior un pergamino con el anuncio de la inminente conquista musulmana. Tras esto, el palacio desapareció en las profundidades de la tierra, dejando solo un vestigio de bóvedas subterráneas –en realidad, un espectacular depósito de aguas romano- que los toledanos se apresuraron a bautizar con el nombre de « La Cueva de Hércules ».
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Don Rodrigo y la Cava
La bella Florinda, apodada la Cava, tuvo la ocurrencia de bañarse a orillas del Tajo a ojos del infausto don Rodrigo, el último rey godo. Seducida por el monarca, el padre de Florinda (el conde don Julián) vengó su deshonor permitiendo el paso de las tropas musulmanas por el estrecho de Gibraltar, cuya defensa tenía encomendada.
Toledo evoca aquellos hechos legendarios en un torreón junto al río Tajo , que se dice son los restos del baño de la hermosa cortesana. En realidad, se trata de la puerta de un antiguo puente de barcas, pero se dice que en las noches de luna llena se ve en lo alto el espectro de Florinda aguardando a que don Rodrigo regrese del Guadalete, donde perdió en la última de sus batallas.
Castigado don Rodrigo por la ira de Dios a morir encerrado en un sepulcro junto con una gran culebra de siete cabezas, el romance asegura que el desventurado rey gritaba: «¡Ya me come, ya me come por do más pecado había!». Y, aunque cueste creerlo, se refería al corazón.
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El Palacio de Galiana
En tiempos de los musulmanes, ocurrió –o al menos eso cuenta la leyenda- que el moro Abenzaide, enamorado de la princesa Galiana, retó en duelo al favorito de ésta, un cristiano llamado Carlos, al que, pasado el tiempo, el mundo conocería con el nombre de Carlomagno. El sangriento duelo se saldó con la muerte del sarraceno, ante la algarabía del pueblo toledano, puesto unánimemente del lado del cristiano.
A partir de entonces, el rencoroso espectro del moro se paseaba noche tras noche por las almenas del palacio de Galiana profiriendo terribles amenazas contra la taifa toledana, hasta que cierto día vio la ocasión de convertir a Alfonso VI en instrumento de su venganza, trasmitiéndole secretos estratégicos para la conquista de la ciudad.
Desde que el rey Alfonso VI entró victorioso en Toledo, el espectro de Abenzaide dejó de aparecerse sobre las almenas del palacio de Galiana , satisfecha ya su inmensa sed de venganza.
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La Casa del Diamantista
Construida sobre las piedras del río encontramos esta preciosa casa que se asoma al Tajo. Actualmente es una escuela de restauración . Antes se llamaba Casa del tinte del barco. En el siglo XIX vivió en ella un orfebre, Don José Navarro, que hizo la corona real de Isabel II y de ahí su actual nombre.
Cuenta la leyenda que la futura reina Isabel II encargó una corona para el día de su coronación al mejor orfebre de Toledo, cuya fama había llegado a sus oídos pues tallaba las piedras como ninguno. El orfebre se puso presto a dibujar el boceto de la corona, pero no se le ocurría ninguna idea. Pasaron muchos días con sus noches mientras el orfebre se consumía de desesperación y cansancio.
Una noche se quedó dormido y a la mañana siguiente el orfebre encontró el boceto de una bella corona, pero no recordaba haberla hecho. Rápidamente, se puso a tallar las piedras, trabajaba muchas horas y siempre se quedaba exhausto ante su mesa de trabajo. Curiosamente, al despertar encontraba el trabajo hecho. Una noche fingió dormir y vio cómo duendecillos de colores salían del Tajo, y se ponían afanosamente a trabajar. A la mañana siguiente encontró terminada la más bella corona que nadie pudo imaginar.
5
La Piedra del Rey Moro
Una de las leyendas toledanas más populares se refiere a la llamada Piedra del Rey Moro , peñasco erigido sobre la curva del río Tajo, en su orilla izquierda. Desde allí, el infeliz sultán que perdió Toledo lanzaba al cielo sus lamentos ante la impotencia de reconquistar la ciudad y poder reunirse con su concubina favorita, cautiva de los cristianos.
La enamorada acabará muriendo de melancolía durante la larga espera y el rey moro, después de jurar que no levantaría su campamento hasta reconquistar Toledo, pereció a su vez en una de las incursiones bélicas a manos, como no podía ser menos, del Cid Campeador , según cuenta la leyenda.
Se dice además que el desgraciado rey fue enterrado en una tumba excavada en la roca que enseñorea la ciudad, donde puede verse aún su estremecedor sepulcro vacío. Y se asegura que, fiel a su juramento, el espectro del moro aparece noche tras noche sobre la piedra, que misteriosamente, si se le mira de perfil, parece una altiva cabeza con turbante.
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El Arroyo de la Degollada
Este es el sobrecogedor nombre con el que se conoce a un pequeño afluente del río Tajo que desemboca junto al Cerro del Bú . La leyenda cuenta que en tiempos medievales un estudiante llegó a Toledo para aprender de sus famosos sabios y que, por su pobreza, se cobijó en una gruta al otro lado del río.
Todos los días cruzaba el Tajo en barca para llegar a la ciudad, y con el trato asiduo terminó enamorándose de la joven barquera. Era ésta una bella judía llamada Esther, que acabó convirtiéndose al cristianismo.
Al enterarse el fanático padre de la joven, la degolló en la orilla del arroyo, salpicando la escena del crimen con el rojo de su sangre. En Toledo se afirma que los granates que abundan en las rocas de la zona son testimonio del aquel espeluznante parricidio.
7
El Pozo Amargo
La calle del Pozo Amargo toma su nombre de un pozo salobre que aún existe en ella y que da pie a una de las leyendas más populares de Toledo. Según se cuenta, en dicha calle vivía un viejo judío llamado Leví cuya única fuente de alegría era su hija, la bella Raquel.
Furioso al enterarse de los amores de su hija con un cristiano que la visitaba cada noche, de nombre Fernando, el judío perpetró la muerte de éste, procediendo luego a arrojar su cadáver al pozo del jardín. La joven no pudo evitar contemplar el crimen y, presa de un desesperado arrebato, se arrojó junto a su amado a las fauces del pozo.
Desde aquel día el pozo tornó sus dulces aguas en amargas, por lo que el judío Leví se quedó en un solo día sin hija, sin yerno y sin agua potable.
8
![Portada del Museo de Santa Cruz](https://www.abc.es/Media/201410/24/6072406--644x400.jpg)
La Judía de Toledo
La Crónica General de Alfonso X el Sabio ha dado origen a una larga secuela de versiones sobre los imaginarios amores del rey Alfonso VIII y la judía Raquel .
Se dice que el rey se enamoró perdidamente de una hebrea con la que se encerró en sus aposentos privados durante siete años, desatendiendo completamente los asuntos de Estado. Esta prolongada dejadez de sus funciones alarmó a los nobles y consejeros del monarca, que al fin convinieron en deshacerse de la judía por el medio más expeditivo: «degolláronla y a cuantos con ella estabana», según cuenta la Crónica General.
Alfonso VIII acabó reconociendo la buena intención de sus cortesanos y, en expiación de su propia culpa, fundó el monasterio burgalés de las Huelgas Reales.
Los aposentos que acogieron los amores de Alfonso VIII y Raquel podemos suponerlos en el lugar que hoy ocupa el Museo de Santa Cruz, solar de los antiguos palacios reales.
9
Alfileritos
La calle de Alfileritos debe su nombre a la hornacina que hay en uno de los rincones exteriores de la iglesia de San Nicolás, en el Casco histórico de Toledo, y que cobija a una imagen de la Virgen de los Dolores. En este pequeño santuario las jóvenes acostumbran a depositar un alfiler para que les salga novio. Así rememoran las toledanas una vieja tradición que tuvo como protagonista a doña Sol y al alférez don García de Ocaña.
Según cuenta la leyenda, enrolado don García en las campañas de ultramar, su enamorada acudía todas las tardes a esta hornacina para rogar por la suerte de su prometido. Era frecuente, sin embargo, que la joven cayera en poder del sueño, por lo que ordenó a su ama que la pinchase con un alfiler tan pronto como observara que el letargo la vencía.
El final feliz de esta historia –con el regreso sano y salvo del alférez, ya convertido en flamante capitán- incentivaría entre las toledanas la costumbre de depositar alfileres en la hornacina, que aún se mantiene vigente.
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La mujer del arquitecto
Sobre el arco central del puente de San Martín se incrusta un relieve tallado en piedra blanca que representa al arzobispo don Pedro Tenorio, su restaurador. Pero la creencia popular asegura que se trata de Águeda, la esposa del arquitecto del puente, la cual, enterada de que la obra de su marido adolecía de un grave defecto que causaría su irremediable desplome, urdió un plan para solucionarlo.
Una noche, que se describe con huracanados vientos y sombras procelosas, la intrépida mujer tomó una antorcha y, deslizándose entre los andamiajes, prendió fuego a las cimbras, cuerdas y tablados, con lo que el puente se vino abajo, sin que a la mañana siguiente nadie sospechase la causa verdadera del suceso.
De este modo, el honor profesional del arquitecto quedó salvado por la audacia de su esposa, que, pese a no poder exhibida como modelo deontológico, figura entre las heroínas legendarias de la ciudad.