Análisis de Star Wars: Jedi Fallen Order: el videojuego que necesitaba la galaxia
La nueva entrega cumple las expectativas al recoger elementos efectistas de sagas como Uncharted o Tomb Raider mezclándolos con ejecuciones propias del exigente Dark Souls
Es el poder de la Fuerza. Esa desconocida pero poderosa atracción que equilibra la Galaxia. Solo los elegidos la entienden; solo unos pocos la dominan. Pero está ahí para el sonrojo de los enemigos. Un joven aprendiz de Jedi, Cal Kestis , se enfrasca en una aventura peculiar sin quererlo ni beberlo en « Star Wars: Jedi Fallen Order », nueva entrega de la saga de videojuegos. Una apuesta ambiciosa y efectista en la que ha logrado fundir con inteligencia algunos elementos de series antagónicas como la emblemática Uncharted y la exigente Dark Souls.
Sin cambiar las reglas del juego, este título funciona desde el primer momento. Alejándose de la controvertida fórmula multijugador de los últimos Battlefront, los jugadores se sumergen en una desafiante aventura en la que un chatarrero debe sacar a relucir el arma más carismática del universo, el sable láser. La trama se enmarca poco después del Episodio III, «La venganza de los Sith». La República ha caído. El malvado Imperio Galáctico domina con puño de hierro. Los hijos de Padmé Amidala y Anakin Skywalker son las únicas esperanzas, aunque nadie lo sabe y todavía quedarían muchos años para saberlo. La Orden Jedi está, para todos los efectos, acabada.
En este interludio se aprovecha la narrativa para adentrarse en momentos poco conocidos. La historia, original, deja un buen sabor de boca aunque resulta más plana de lo esperado. Su gran baza, en cambio, se encuentra precisamente en la parte jugable, en la diversión que garantiza durantes horas ponerse en la piel de un verdadero Jedi. Guerrero pero con personalidad, porque está recreado como una persona solitaria y melancólica. Rasgos definitorios que le sientan de verdad muy bien. Como este juego viene directo de la magia de Star Wars debe tener presencia algún robot. En este caso, el jugador está acompañado de BD-1, un pequeño robot de dos patas que, para el caso, podría ser el nuevo RD-D2.
Emulando a Lara Croft en Tomb Raider o Nathan Drake en Uncharted, los videojugadores deben superar obstáculos, escalarlos mediante un sistema de «parkour» clásico pero que funciona a las mil maravillas. Y, sobre todo, abrirse paso mientras se enfrenta a extrañas criaturas salvajes y a los soldados imperiales, que ofrecen diversos niveles de vitalidad. Algo que le lleva a pisar varios planetas como el verdoso Zeffo.
Es necesario superar algunos puzles que no revierten demasiada complejidad, pero sobre hay que orientarse bien por el mapa de los distintos escenarios para encontrar la salida. Es ahí donde hace su fugaz aparición Dark Souls, la exigente serie de videojuegos de rol. Aunque hay que marcar distancias, lo cierto es que Star Wars Jedi Fallen Order se viste algunos de sus elementos, como el desbloqueo de zonas, la limitada vitalidad del personaje y, sobre todo, en su sistema de combate.
Los enfrentamientos requieren paciencia, observación, rodar si es necesario. Se premia la precisión, tanto en los golpes como en los bloqueos. Pero el personaje, es cierto, se siente a veces algo lento. Hay enemigos que se comen gran parte de la energía del jugador, con lo que no hay que confiarse. Y si mueres, vuelves a empezar la secuencia hasta el punto de guardado, que no se encuentran a dos pasos. También se observan algunos detalles propios de planteamientos más propios del rol como las habilidades que va adquiriendo («aprendiendo», en este caso) el personaje, que le lleva a ser más poderoso.
Es cierto que cambia la experiencia en función del nivel de dificultad escogido, pero en un modo normal tiene más complejidad de lo que aparenta. Pero esa es, quizás, su mayor valor como obra interactiva. Su potencia gráfica, acorde a los nuevos tiempos, es otro aspecto a tener presencia, aunque mejorable en algunos aspectos como el manejo de la cámara y detalles que requieren un mayor pulido. Pero, en general, imprime emoción por los cuatro costados.