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«¡Viva la paranoia!»

«El DRAE no contempla esta palabra y ofrece una única definición. En el diccionario de sinónimos online encontramos palabras relacionadas con anomalías psicológicas o perceptivas»

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Celebrando el cumpleaños de una conocida el otro día había entre los invitados uno orgulloso de ser de ciencias. Como nuestro grado de confianza era nulo y tal como las costumbres sociales exigen, me tuve que contener. Tras argumentar por qué me apasiona la lingüística y comentar muy superficialmente el tema de mi tesis doctoral su respuesta fue: ¡Qué paranoia!

Oír esta expresión fue como encontrarse tras muchos años con un viejo compañero de clase. Es un recuerdo un tanto entrañable, una duda que va y viene, un ¿qué habrá sido de esta criatura? Y luego se da uno cuenta de que ahí sigue, sobreviviendo en medio de la vorágine de tendencias y modas pasajeras que marcan nuestra lengua, sometida a la era de la información y al bombardeo diario de nuevos términos, deambulando entre los dilemas y la incertidumbre de lo que es moderno, lo que es correcto, lo que es apropiado.

En su día, esa palabra me obsesionó. Me irritaba (era un purista empedernido) lo sencillo que fue degenerar el significado original del término, para definir algo diferente: algo raro, inusual, fuera de lo común, lo nunca visto, algo difícil de creer (entre otras cosas). Era incluso triste (!) ver como una palabra, que definía algo tan preciso y puntual como una patología psicológica concreta, pudiera ser usada de una forma tan plástica. Habrá quien diga, que se utilizaba en sentido figurado, lo cual abre el siguiente interrogante: ¿cómo puede entonces alguien hablar de un término en sentido figurado, sin ni siquiera conocer qué significa el vocablo de por sí? Porque en su día, era la palabra que lo definía casi todo, sin que muchos se planteasen el significado real del término. True story.

Sería al cambiar el círculo de amistades, un entorno por otro, al madurar (o a saber por qué), que aquel engendro se perdió de vista. Aunque no se pueda generalizar y constatar una gran caída en la frecuencia de uso de la expresión, sí que se puede afirmar, con bastante seguridad de hecho, que tal acepción de paranoia no ha calado. El DRAE no la contempla y ofrece una única definición. En el diccionario de sinónimos online encontramos palabras relacionadas con anomalías psicológicas o perceptivas. El feto, no termina de cuajar. Y es aquí donde nos toca preguntarnos ¿por qué? Se supone, en realidad, que las lenguas son constructos perfectos. Entonces, ¿por qué siguen evolucionando? ¿Por qué hay irregularidades? ¿Por qué unos pronuncian la “i” en paranoia como tal y otros como si llevara una “ll”? ¿Por qué los hablantes nos empeñamos en crear o redefinir palabras para dar nombre a cosas que ya tienen un término? Si la lengua y su bagaje terminológico están registrados y normalizados, ¿podemos renegar de los neologismos innecesarios? ¿Podemos prever qué y cómo se hablará en 100 años? ¿Están condenadas ciertas lenguas a desaparecer, transformarse o dominar? Sabemos (casi con completa certitud) de dónde vienen las lenguas e incluso, qué las hace vivas, pero, ¿sabemos a dónde van? ¿Por qué vienen las modas lingüísticas y después desaparecen? ¿Puede alguien prever o forzar nuevas tendencias? O yendo ya más allá todavía: ¿podemos prever, evitar o forzar qué las lenguas desaparezcan? ¿Cómo podemos saber si las lenguas indígenas en América pueden seguir sobreviviendo o ser rescatadas? O si miramos más al norte, los latinos o hispanos en Florida, Texas o California, ¿terminarán hablando inglés o serán los estadounidenses los que sucumban ante la lengua de Cervantes? ¿O todo se quedará tal y como está? En ese sentido, ¿es la lengua castellana la amenazada por el inglés, o es el castellano una amenaza? Lo mismo incluso se crea una mezcla que ni los oxfordianos ni los vallisoletanos puedan entender y que habrá que normalizar.

Existen respuestas, algunas brillantes y muy pertinentes de hecho, a muchas de estas preguntas. Pero de lo que se trata ahora no es de hablar sobre ellas. A lo que voy es que, estas cuestiones, son apasionantes y dignas de captar nuestra atención y no, como aquí el colega dice, paranoias.

«¡Viva la paranoia!»

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