La «segunda juventud» de Benedicto XVI en los jardines vaticanos
Tenía una constitución física frágil, pero nunca faltó al trabajo. Benedicto XVI sufrió dos ictus y dos caídas a lo largo de su vida, además de llevar un marcapasos
Cuando Francisco fue a Castel Gandolfo a visitarlo por primera vez, el mundo se llevó un susto al ver lo mucho que había envejecido y adelgazado

Cuando el Papa Francisco, pocos días después del cónclave, fue a Castel Gandolfo a visitar por primera vez a Benedicto XVI, el mundo entero se llevó un susto al ver lo mucho que había envejecido y adelgazado en sólo tres semanas de vida ... retirada.
Era totalmente natural. La tensión acumulada en los meses anteriores a su renuncia, sumado al extraordinario peso de gobernar la transición y las despedidas desde el 11 hasta el 28 de febrero de aquel 2013, fueron una carga agotadora.
«Para mí este es un día distinto de otros anteriores. Seré sumo pontífice hasta las ocho de esta tarde, después ya no. Soy simplemente un peregrino que empieza la última etapa de su peregrinación en esta tierra», había dicho Benedicto XVI en su último discurso como Papa, desde el balcón de Castel Gandolfo. «Quisiera trabajar todavía con mi corazón, con mi cariño, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, por el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad», aseguró.
Ese día, a las 8 de la tarde, se quitó el anillo del pescador, y libre ya de responsabilidad y oculto a los ojos del mundo, Benedicto XVI pudo, por fin, dejarse caer en un sillón. O, más bien, se desplomó como un náufrago que alcanza finalmente la playa.
Ganó peso y alegría
GEl Papa emérito seguía alarmantemente delgado cuando el 2 de mayo regresó al Vaticano, como se pudo ver en las fotografías de la bienvenida que le dio el Papa Francisco a la puerta del antiguo monasterio Mater Ecclesiae, adaptado como residencia.
A partir de ese momento, el traslado a su casa definitiva en la quietud de los Jardines Vaticanos y la llegada del buen tiempo empezaron a sentarle muy bien. Comenzó de alguna forma una 'segunda juventud'. Benedicto XVI ganó enseguida peso, color y alegría. Su salud seguía siendo frágil -como era lógico en una persona de 86 años con un marcapasos y una historia clínica de dos ictus-, pero dejó de ser preocupante.
Además, el cardiólogo Patricio Polisca, médico de los papas, estaba ahora siempre a un paso. Salvo el empeoramiento de la dificultad para caminar, llegó a cumplir los 95 en buena salud y brillantez mental.
En los últimos años, quienes lo visitaban decían que necesitaba silla de ruedas, estaba lúcido y hablaba con la voz muy baja, pues sus fuerzas se iban debilitando. También perdió prácticamente la vista en un ojo y tuvo un doloroso herpes en el rostro. «Es como una vela que se apaga poco a poco», lo describía su secretario Georg Gänswein.
«Es como una vela que se apaga poco a poco»
Georg Gänswein
Secretario personal del Papa emérito
Aunque había sido elegido con 78 años, Benedicto XVI no faltó ni un día al trabajo por enfermedad en casi ocho años de Pontificado. Nunca se le vio el mínimo síntoma de confusión o que se quedase dormido, y nunca sufrió caídas en público, aunque tuvo tres, bastante serias, en el cuarto de baño. Entre ellas, una en un viaje a México, que le llevó a plantearse la renuncia. Su único percance visible fue ser derribado por una muchacha ítalo-suiza demasiado entusiasta que saltó al pasillo de la Basílica de San Pedro en la misa de Nochebuena de 2009.
Donante de órganos
Quizás porque cuando era niño estuvo a punto de ahogarse en un lago en Aschau y sufrió una difteria casi mortal, Joseph Ratzinger siempre se sintió frágil, pero la verdad es que pasó toda su vida sin grandes problemas de salud. Había sido donante de órganos, y llevaba la tarjeta consigo hasta que fue elegido Papa.
Aparte de una herida juvenil durante la guerra, que le dejó una cicatriz en la mano, el primer problema serio fue un derrame cerebral en otoño del 1991, a los 64 años. Permaneció hospitalizado diez días y se recuperó bien. El episodio dejó algunas secuelas leves en su rostro. Desde entonces empezó a tomar habitualmente aspirina de 100 mg como precaución. En el verano del 1992, cuando estaba de vacaciones en Brixen -una ciudad italiana cerca de la frontera con Austria- resbaló en el cuarto de baño y se golpeó la cabeza contra un radiador, para lo que fueron necesarios diez puntos de sutura.
Su vida continuó sin mayores problemas de salud hasta el segundo ictus cerebral, leve, en algún momento entre el 2003 y el 2005, según se supo después de su elección. Fue entonces cuando los médicos le ordenaron enseguida reducir su actividad y descansar un rato después de comer si quería sobrevivir a la tremenda carga de ser Papa.
Benedicto XVI obedeció, y todo fue perfectamente hasta el verano del 2009, en que sufrió otra caída en el cuarto de baño durante las vacaciones. Este segundo accidente, en el chalet de montaña de Les Combes, resultó en una fractura de su muñeca derecha, que fue operada en el hospital de Aosta con anestesia local en tan sólo veinte minutos. Pero como escribía a mano con pluma estilográfica, la consecuencia amarga fue la imposibilidad de terminar aquel verano la segunda parte de su libro: Jesús de Nazaret.
Rechazo al deporte
Durante casi ocho años de pontificado, Benedicto XVI fue el primer Papa que nunca tuvo que cancelar audiencias o ceremonias por gripe o enfermedad, y que no pasó ni un día ingresado en el Policlínico Gemelli, un auténtico 'récord' incluso para personas jóvenes.
A Josep Ratzinger siempre le gustó pasear con tranquilidad. En cambio, detestaba el deporte, una de la 'obligaciones' más molestas en sus años de seminario. En su larga etapa romana, su 'deporte' era sencillamente subir las escaleras a pie en lugar de utilizar los ascensores.
En el verano del 2010 confesaba -en una larga entrevista con Peter Seewald- que no utilizaba la bicicleta estática porque «no tengo tiempo para hacerlo y, además, por el momento no lo necesito, gracias a Dios». Una situación envidiable en una persona que tenía entonces 83 años.
En el otoño del 2011 empezó a utilizar la plataforma móvil -heredada de Juan Pablo II- para recorrer el largo pasillo central de la Basílica de San Pedro al comienzo y al final de las ceremonias. Caminar con los ornamentos, la mitra y la cruz procesional resulta pesado, sobre todo en los meses de calor. También resulta fatigoso saludar y bendecir a los fieles a ambos lados del pasillo. Termina doliendo el brazo. En marzo de 2012, durante su visita a México, al levantarse por la noche no encontró la luz del baño, se golpeó con un lavabo, se hizo una herida profunda en la cabeza y necesitó recibir algún punto. En ese viaje entendió que ya no tenía energías para realizar viajes internacionales, exigentes pero imprescindibles para su trabajo. Y así empezó a madurar la idea de la renuncia al pontificado.
Nadie puede imaginar el enorme esfuerzo que supone ser Papa. Benedicto XVI lo realizó desde los 78 años hasta los 85. Después, con realismo y humildad, el alemán cedió el paso a una persona «más joven y más vigorosa».
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