Ömer, a los pies de los restos del edificio donde vivía su hija: «Sé que es un milagro sobrevivir, pero no pierdo la esperanza»
Adana se convierte en la puerta de entrada de una ayuda que, sin embargo, no llegará a las víctimas en Siria
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Ömer espera a su hija Emine. Los segundos son horas para los familiares, vecinos y amigos que asisten con impotencia a los trabajos de los equipos de rescate. Las máquinas excavadoras retiran escombro del edificio de catorce plantas derrumbado en el Bulevar Baris Manço ... de Adana, ciudad del sureste turco convertida en la principal puerta de entrada de los equipos internacionales que han respondido a la llamada de Turquía tras el devastador terremoto del lunes. La ayuda llega, pero la situación es muy complicada por lo que Recep Tayyip Erdogan anunció el establecimiento del estado de emergencia durante tres meses en las diez provincias afectadas. El número de fallecidos asciende ya a al menos 5.434, lo que sumado a los más de 1.8500 de Siria supone ya más de 7.000 y el número no para de subir según avanzan las labores de desescombro.
El de Emine es uno de los cientos de edificios afectados en la ciudad, algunos han quedado totalmente destruidos, otros están severamente dañados y se ha ordenado la evacuación de todos los vecinos ante el riesgo de que se caigan con alguna de las numerosas réplicas. Era ingeniera y vivía en la sexta planta. Su padre marca una y otra vez su número y el teléfono da señal, pero nadie responde. «En este edificio quedaron 80 personas sepultadas, entre ellas mi hija. En las últimas horas han sacado cuatro cadáveres. Sé que es un milagro sobrevivir, pero no pierdo la esperanza», cuenta Ömer desde el perímetro de seguridad levantado por la Policía. Llegó aquí dos horas después del temblor y no se moverá hasta que su hija aparezca.
Las excavadoras retiran más y más escombros y algunos bomberos utilizan martillos de percusión. El rugir de las máquinas calla en cuanto alguno de los rescatadores percibe alguna señal de vida. Entonces se hace un silencio total. Un ligero hilo de voz sobrepasa los escombros, tan ligero como esperanzador para los seres queridos que asisten en directo a esta labor titánica en la que les va la vida.
Tras una primera noche a la intemperie la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias (AFAD) comenzó a levantar tiendas para los desplazados en el centro de Adana. Uno de los principales bazares se transformó en un campamento improvisado para gente como Özlen Siperci y los cinco miembros de su familia cuya casa no ha quedado destruida, pero esperan la revisión de los expertos para confirmar que no hay riesgo de derrumbe. «Preferimos pasar frío que volver a sentir cómo tu casa se mueve como una góndola, así que aquí nos quedamos», cuenta Özlen, que tuvo que salir con lo puesto de casa, pero no se olvidó de salvar a su periquito. Vecinos del bazar trajeron de sus casas mantas para los nuevos vecinos que para su primera noche solo habían recibido una tienda vacía y heladora.
Desde Ankara, Erdogan ofreció un discurso en el que detalló que habían enviado a la zona afectada «54.000 tiendas de campaña y 102.000 camas, entre otros materiales», pero Özlen no está demasiado contenta con la respuesta del Gobierno y piensa que «se puede hacer mucho más por tu gente y, sobre todo, se puede intentar prevenir este tipo de situaciones si se vigila más de cerca el tipo de construcción».
Isil Sirkintili es profesora de educación primaria y a ella también le parece que desde Ankara se podía hacer más, pero lo que más le preocupa en estos momentos es que «puede haber un nuevo terremoto, uno muy fuerte que arrase aún más la zona». Isil tampoco puede entrar en su casa y ni se lo plantea porque un edificio contiguo es uno de los que se ha venido abajo. «Los especialistas insisten en la tele en que podemos tener otro en breve, solo de pensarlo me entra el pánico», asegura.
Ayuda a Siria
En el aeropuerto de Adana descansan aviones llegados de todo el mundo. La comunidad internacional ha respondido al llamamiento turco, pero no parece que esa ayuda se vaya a extender a la vecina Siria donde la capacidad de respuesta es muy precaria. «Es una oportunidad única para restablecer el enfoque humanitario y despolitizarlo. Tiene que suceder muy rápido porque todos los días, cada hora que dejamos pasar esto, la gente está pagando el precio», declaró Fabrizio Carboni, director de Oriente Medio del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR), quien llamó a mostrar el mismo grado de solidaridad a los dos lados de la frontera. Urge «separar la labor humanitaria de las divergencias políticas y militares», insistió Carboni en un mensaje claro sobre la necesidad de aliviar el bloqueo que sufre el régimen sirio y que pagan sobre todo los civiles.
En Adana ven cómo su aeropuerto está colapsado por la llegada de vuelos de todo el mundo, una gran parte de ellos militares. Los diferentes equipos coordinan con Turquía el despliegue y parten hasta los lugares más afectados. En el caso de los españoles, al equipo de bomberos de ERICAM le asignaron Iskenderun y a los militares de la UME, Gaziantep. Toda ayuda se queda pequeña ante la magnitud del desastre.
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Es noche cerrada en el Bulevar Baris Manço de Adana y Emine sigue sin aparecer. Los rescatadores encienden las luces y se abrigan para una larga noche. Ömer recibe una llamada. Sueña con escuchar la voz de su hija, pero no es ella. Este padre no se moverá hasta que su hija aparezca. Le esperá otra larga noche.
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