Cuando ser negro aún era exótico en España
Llevan años de residencia en nuestro país, pero fueron de los primeros. Nos cuentan cómo ha evolucionado el racismo y las asignaturas pendientes
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«Pocho, ¿te puedo tocar el pelo?», «No manchas», eran frases ocasionales que le decían a este artista textil guineano, Pocho Guimaraes Muatariobo, residente ahora en Lanjarón, cuando estaba en la Facultad de Bellas Artes de Valencia, a mediados de los 70. En esa ... época, Suzette Moncrief, ahora de 55 años, se enamoraba de Torremolinos, como lo había hecho su madre. Maestra puertorriqueña de Nueva York, en la década de los 60. Pocos años después, ya viviendo en La Carihuela, se acostumbró a ser 'la negrita' de la pandilla de sus amigos: «Es que era la única».
Único también ha sido siempre Wisdom Advizor Harris, casi 50 años y de Ghana, en las empresas tecnológicas donde trabaja: «Hay algunos que ponen cara de asombro cuando voy a reuniones, después de haberme comunicado con ellos por correo y en inglés».
En los noventa, ser negro era algo relativamente exótico. En 1998 los extranjeros apenas eran un 1,6% del total del censo. Hoy suponen el 11,6%. En 2010 España tuvo el mayor porcentaje de forasteros empadronados, con un 12,2%. Sin embargo, los españoles que consideran que el número de inmigrantes es insuficiente o aceptable no ha dejado de crecer. En 2016, según datos del CIS, alcanzó un 36%, el mayor porcentaje desde 2008.
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En estos años, además, el porcentaje de encuestados que consideran que hay demasiados inmigrantes se ha reducido prácticamente a la mitad (28,6% en 2016) con respecto a 2008 (47,9%). De hecho, según el último balance, apenas un 0,3% considera la discriminación por raza como un problema del país.
Disparidad de opiniones
¿Hay racismo en España? ¿Cómo es ser negro aquí? Varios de los que llegaron hace muchos años responden. No todos lo ven igual. Pero todos tienen anécdotas, triviales o dolorosas. Porque a Pocho, por ejemplo, en los 80 le pegaron dos veces unas pandas de 'skinheads' en Madrid. En una de ellas, un golpe con un bate de béisbol desde una moto le dejó tan malherido que le tuvo que socorrer un taxista y llevarle al hospital.
A Alain Patrick Alejun, del Congo, llegado en 1992 a Torremolinos, no le hicieron las preguntas que a Pocho 20 años antes. Sólo una vez, un señor, mientras él corría, delante de su familia, le señaló y le llamó «morcilla de Burgos». Él, educadamente, se volvió y le pidió explicaciones. Le dijo que seguramente él no querría que se metieran en el colegio con los niños por ser bajos, rubios o llevar gafas. «Se quedó blanco», añade.
Suzette Moncrief, de 55 años, muy querida en el jazz de Málaga, también ha tenido que poner a alguno en su sitio: «Había un niño amargado en el colegio que me llamó negra y yo le dije que menudo descubrimiento, que qué listo era. Pero era uno que se metía con todo el mundo», explica. Alain y Suzette están de acuerdo en que Torremolinos es un sitio cosmopolita y abierto.
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España entera no es igual. De hecho, Alain tuvo una novia profesora de Murcia, de cuando iba recogiendo fruta antes de ser transportista, y la familia de ella no le aceptó. Nada que ver con la de Gema Pérez, su mujer y madre de su hijo, actualmente diputada del PP en el Congreso. «La conocí en la iglesia porque yo había sido monaguillo y, al llegar a Torremolinos, lo seguí siendo y ella iba a esa parroquia», y no hubo ningún obstáculo.
Cuenta risueño y sin acritud que cuando Gema fue a matricular a su hijo al colegio, con el niño, le preguntaron si sabía la fecha exacta de nacimiento, porque era difícil a veces con hijos adoptados. «Les tuvo que decir que lo sabía muy bien porque lo había parido ella y el padre era negro. La señora que preguntó se disculpó», explica.
En 1998 los extranjeros apenas eran un 1,6% del total del censo. Hoy suponen el 11,6%
Pocho no tuvo muchos problemas para ligar, «porque éramos exóticos», se ríe recordando aquellos tiempos. Después de Valencia se fue unos años a estudiar a Kiev y allí constató que había más racismo que en España. Está de acuerdo también Harris, que vivió unos años en Alemania y conoce bien a los eslavos, porque está casado con una checa, con la que vive en Aranjuez.
Cuando Pocho volvió, todavía en los años 70, le paró la Policía en la Puerta del Sol y vio que, aunque tenía pasaporte apátrida, había pasado por Ucrania: «Negro y espía soviético se creían que era, joder», y se ríe. Tanto él como Harris tienen varios episodios de injusticia con la Policía: «El otro día, estaba en la estación de autobuses con un libro, vinieron hacia mí y me pidieron el DNI. Pregunté si lo hacían porque era el único negro», dice el guineano.
«Creían que era mantero»
A Harris, en otra ocasión, en la Estación Sur de autobuses de Madrid, un secreta le hizo abrir la maleta para ver si llevaba cederrones: «Se creían que era un mantero, y yo con mi portátil en la mochila». A Suzette también le han pedido la documentación en la estación del AVE de Málaga. Está claro que las estaciones son entornos hostiles. O pasearse por El Viso, un barrio de lujo en Madrid donde Pocho tiene una tía: «Iba andando y se paró un coche de policía a pedirme la documentación».
El diagnóstico, pues, es complicado. El informe de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales de 2019 indica que un 30% de las personas de raza negra encuestadas han sufrido racismo en los cinco años anteriores a la encuesta, y un 21% en los últimos doce meses, aunque sólo un 14% lo denunció a las autoridades. En España, de los 1.724 delitos de odio conocidos por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en 2021, 639 de ellos tuvieron un móvil racista o xenófobo, un 24,08% más que en 2019.
Fuera del ámbito penal, SOS Racismo recogió en su último informe 523 denuncias, la mayoría, el 34%, relacionadas con el racismo institucional, seguidas de la denegación de acceso a prestaciones y servicios privados (24%), conflictos racistas (16%) y discriminación laboral (11%).
El 34% relacionadas con el racismo institucional
Harris dice que hay racismo estructural, pero que hay «mucha gente buena». Y, sus hijos, en el colegio, están contentos. Los de Suzette se han sentido tan integrados como su madre. Su 'malagueñita', a la que tuvo con 15 años, es ahora maestra de primaria con plaza fija en un colegio de Torremolinos –«La Beyoncé del cole»– y su hijo estudia Relaciones Laborales en la universidad.
Alain, al llegar, procuró vivir siempre solo, mientras se forjaba su camino recogiendo frutas y limpiando apartamentos. «No quería nunca que me confundiera con lo que podían hacer otros de los que yo podía no saber nada», se explica. También cree que influye la forma de ser y si no le cogían en algún trabajo, tendía a pensar que era porque no le conocían lo suficiente, no por negro. No sintió que le miraran raro, por ejemplo, cuando preparó el acceso a la universidad para mayores de 25 años.
Sobre los insultos a Vinicius cree que hay más racismo en Brasil que en España: «De hecho, tiene un tatuaje de una organización a la que ayuda en su país para combatir el racismo». Pero se preocupa por ese ambiente en los campos donde se normaliza el insulto, racista o no: «Pero cuando alguien se saca el carné del club no sabes si va a insultar». No quiere hablar del racismo tribal que le tocó vivir en la guerra entre tutsis y hutus. Es una página que quiere enterrar.
Difíciles comienzos
Harris cree que el racismo se manifiesta en que son demasiados los que piensan en negros y sólo ven delincuencia, pateras, cayucos. Que, por eso, le costó encontrar pisos de alquiler en Málaga. En aquellos años, de todas maneras, agradece haber tenido la oportunidad de hacer cursos en sistemas informáticos en el Parque Tecnológico de Andalucía: «Lo podían haber hecho más negros y yo se lo decía, pero ellos creían que eran trabajos que sólo iban a dar a blancos». Y no fue fácil al principio.
En su primer trabajo de informática duró poco: el encargado español, en una empresa inglesa en Marbella, al entrar en el sótano en el que estaban, dijo que olía mal y deslizó que era él. Esos incidentes le han hecho fuerte —«no te tienes que fijar en la barrera, tienes que saltarla y sentir la satisfacción»— pero explica que a otros les ha podido dañar mucho: «El racismo duele en el alma». Sobre la satisfacción, cuenta cómo le cogieron para un trabajo complicado la última vez, al empezar a contestar una pregunta en la entrevista. «¿Cuándo puedes empezar?» Le dijeron enseguida.
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Suzette ha sufrido «tres anécdotas y media». De los comentarios desagradables, preferiría obviamente no haberlos tenido que escuchar. Y ha hecho de casi todo en la vida, además de cantar: modelo, limpiadora, profesora, traductora, azafata, bailarina. Sigue feliz en Torremolinos. Como Alain.
Luis tiene 16 años y, como gran parte de sus amigos, le encanta el rap y sigue los partidos de la NBA, además de jugar él mismo al baloncesto. Es amigo de Rodrigo, el hijo de Alain. No es extraño que, en la pandilla, digan que molaría ser negro. «Mira qué flow tienen», suelen decir cuando ven a uno. Y no sólo en la pandilla es habitual escuchar este tipo de comentarios.
En la calle estas reacciones son también usuales. Sin embargo, en este escenario priman los rechazos. Según los últimos datos recogidos por la Investigación Longitudinal sobre la Segunda Generación (ILSEG), un 43'3% de hijos de inmigrantes aseguran que donde más discriminación han sufrido es en la calle, frente a un 28'2% de los nativos. Estos últimos afirman que cuando más sufren es a la hora de buscar trabajo, donde el porcentaje de nativos e hijos de inmigrantes es el mismo, un 28'2%. Suzette prefiere quedarse con la música y cita a Michael Jackson en 'Black or White': «No voy a malgastar mi vida siendo un color».
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