La única brújula
«Ese oficio no reporta muchas veces gloria mundana ni reconocimiento, a veces ni siquiera el de sus hijos, los católicos»

El duro viaje de Francisco a Canadá permite observar un aspecto misterioso que pertenece a la entraña del ministerio de cualquier sucesor del apóstol Pedro: ser objeto de contradicción y, en ocasiones, incluso de escarnio. Un cierto sector ha llegado hasta el insulto porque ... el Papa insiste en pedir perdón por hechos que sucedieron hace más de un siglo. Otros le advierten que no espere que con sus excusas todo quede arreglado. Lo más doloroso es cuando el ataque llega desde dentro, pero San Pablo, el más avispado y combativo de los apóstoles, advertía, no sin cierta ironía, que a ellos les está reservado el lugar de la burla y el escarnio: «vosotros, qué listos», decía el de Tarso a sus acusadores, «nosotros (los apóstoles) qué tontos».
El Papa está realizando en Canadá lo propio de su oficio, que es guiar a la Iglesia, un cuerpo vivo y herido que desde la resurrección de Jesús recorre la historia, a veces con brillo y otras en agonía, pero siempre caminando con los hombres y mujeres de cada generación para ofrecerles la única respuesta a su deseo de justicia y de felicidad. Ese oficio no reporta muchas veces gloria mundana ni reconocimiento, a veces ni siquiera el de sus hijos, los católicos. Si un Papa viviera pendiente de esas cosas, estaría muerto. Su única brújula debe ser la misma palabra de Jesús al Pedro humillado junto al lago: «todo esto, a ti ¿qué?, Tú sígueme». Es lo que ha hecho Francisco.
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