China concluye tres años de aislamiento: «Es la primera vez que van todos los aviones llenos»
Cada vez más países añaden restricciones a los viajeros procedentes del gigante asiático, ante el impacto de una crisis sanitaria que el régimen trata de ocultar
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
Durante veintiún siglos, China erigió una Gran Muralla a lo largo de su frontera norte para protegerse de los bárbaros. En 2020, la pretensión resultó aún más colosal: sellar todo el país, interponiendo una barrera biológica para blindar a su población de un ... coronavirus que, desde la ciudad de Wuhan, había asolado el planeta. Hasta hoy. Tres años de aislamiento llegan a su fin. China vuelve a abrir sus puertas a un mundo que contempla el proceso con inquietud.
Ambos proyectos comparten, además de un propósito hermético, su fallido desenlace. Los mongoles acabaron por colarse entre los huecos de la fortaleza, como también hizo el patógeno. Tras varias incursiones sofocadas, el rebrote irreductible coincidió, en noviembre, con el hartazgo de una sociedad que demostró no estar dispuesta a tolerar más restricciones por medio de históricas protestas, la mayor crisis de legitimidad del régimen en décadas.
Más que una retirada gradual, aconteció entonces una demolición. La política de covid-cero, que hasta ese momento regía cada centímetro de la cotidianeidad, saltó por los aires de la noche a la mañana, y con ella el discurso oficial. El 7 de diciembre las autoridades hincaron rodilla, instaurando cuarentenas domiciliarias en lugar de desplazamientos masivos a campos de aislamiento. El 14 dejaron de publicar el reporte diario de casos asintomáticos. El 25, los casos en general. Y el 26, por último, programaron la reapertura de fronteras para el 8 de enero, hoy.
Así, el área internacional del aeropuerto de Pekín –que como cualquier otro en China explicita, por imperativo político, la inclusión de Hong Kong, Macao y Taiwán– ha retomado desde primera hora la actividad, aunque todavía lejos de aquellos niveles prepandémicos que le convertían en el segundo más transitado del mundo. Esta mañana apenas una decena de aviones despegan rumbo al extranjero, hacia destinos próximos como Singapur, Tokio o, el más distante, Los Ángeles. «Es la primera vez que van todos llenos», confiesa un operario.

Sin embargo, esta operación salida provoca asimismo una reacción defensiva. La de todos aquellos países que, cuando China retira su muro, levantan empalizada propia, temerosos ante las consecuencias de una crisis sanitaria fuera de control cuyas dimensiones el régimen trata de ocultar. La gama de réplicas comprende desde el requerimiento de presentar certificado de vacunación o prueba negativa, como España, hasta la limitación de visados, como Corea del Sur, o incluso un veto absoluto, como Marruecos.
«Es un alivio no tener que hacer cuarentenas»
«A mí no me importa», zanja displicente un hombre que rehúsa dar su nombre, «yo voy a Canadá y allí no hace falta mostrar nada». Hoscas declaraciones que adelantan un sugestivo enredo –por desgracia ajeno a esta crónica– pues Canadá, de hecho, sí exige un test a los viajeros procedentes de China, pero este avanza a toda prisa y ya es imposible avisarle.
«Lo entiendo, China acaba de abrir su frontera y el número de casos está creciendo muy rápido. Es lo mismo que China hizo antes, pedir que gente que venga de otros países muestre una prueba», argumenta Michael, joven chino que se dirige a Boston para continuar sus estudios de ingeniería mecánica. En los últimos tres años ha vuelto a casa otras tantas veces. «He experimentado todos los tipos de cuarentena, veintiún días, quince, diez... No tener que hacerla más será un gran alivio», exclama sonriente.
Principio de reciprocidad
Las autoridades de su país, en cambio, no se lo han tomado con tanta filosofía. «No debería haber medidas discriminatorias, y aún menos medidas usadas para la manipulación política», protestaba la portavoz del ministerio de Exteriores, Mao Ning, durante la rueda de prensa diaria del organismo celebrada este viernes. «En respuesta a las medidas irrazonables de algunos países China tomará, de acuerdo a la situación de covid y la necesidad de una respuesta, medidas correspondientes basadas en el principio de reciprocidad».
Cuando ABC incidió en que, precisamente, las pruebas seguirán suponiendo una obligación para los recién llegados a China, la representante gubernamental señaló que las restricciones «no deben afectar a un país en particular». Por este motivo, otros como Tailandia, cuya economía depende del turismo y en particular del chino, han optado por recuperar los test para todos los viajeros con independencia de su origen, para de este modo resguardarse sin soliviantar a sus mejores clientes.
Secretismo chino
Las restricciones impuestas por la comunidad internacional tienen poco impacto en términos prácticos, pero evidencian cómo tras el estallido de la pandemia China ha perdido credibilidad a ojos del mundo. Contribuye a ello la negativa inicial respecto a la transmisión entre humanos, la lentitud a la hora de dar la voz de alarma, y los obstáculos a la investigación de la OMS sobre el origen del virus en Wuhan, expresadas por la propia institución.
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Tampoco ayuda el hermetismo sobre la situación actual. Las cifras oficiales han perdido cualquier mínimo parecido con la realidad. El registro total de fallecimientos marca 5.267 decesos, mientras que estimaciones de la firma británica Airfinity colocan la cota diaria en 9.000. Es decir: las cuentas que el régimen pretende hacer pasar por el cómputo total de los últimos tres años responderían, más bien, a las últimas doce horas. La prueba de esta disonancia está en el colapso de hospitales y crematorios, que ABC ha podido atestiguar.
Datos de la Comisión Nacional de Salud china filtrados la semana pasada calculaban que en los primeros veinte días de diciembre el número de contagios alcanzó 250 millones de personas. Es decir, las cifras auténticas existen, pero son secretas. La OMS ha vuelto a quejarse. «Creemos que los números presentados por China minimizan el auténtico impacto de la enfermedad en términos de ingresos hospitalarios, ingresos en UCI y, en particular, fallecimientos», sentenciaba esta semana Mike Ryan, director de emergencias del organismo.
«China alertaría ante nuevas variantes»
Queriendo demostrar lo contrario, un artículo reciente del tabloide oficial 'Global Times' daba en el clavo. «China nunca dejaría de alertar ante nuevas variantes». En materia de recursos médicos, las cifras oficiales también manipulan los hechos. China, por ejemplo, contabiliza como «vacunación completa» tan solo dos dosis, y las UCIs han pasado de 4 camas por 100.000 habitantes en noviembre a 12,8 en diciembre.
De este modo, el régimen reescribe la realidad sobre la marcha. En un mostrador del aeropuerto de Pekín, cuelga esta mañana un código de salud arrugado, prueba de un aislamiento que fracasó. A diferencia de la Gran Muralla, de la política de covid-cero pronto no quedará nada.
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