Menos de mil seminaristas en España: «No somos bichos raros»
Ante la cifra más baja de la historia, los obispos buscan soluciones para afrontar el déficit de curas
Los aspirantes al sacerdocio reivindican su «normalidad»: «Son jóvenes de este tiempo con ilusiones y gozos»
Los seminarios españoles se vacían: por primera vez el número de candidatos al sacerdocio baja de los mil

Si fueran una especie animal estarían en peligro de extinción. El número de seminaristas en España ha bajado por primera vez del millar (974 según los datos facilitados esta semana por la Conferencia Episcopal), el número más bajo desde que se lleva este registro. ... Lejos quedan los 1.736 del curso 2001/02 que abría este milenio y, desde luego, los inabordables 8.930 aspirantes al sacerdocio del curso 1959/60, la mayor cifra alcanzada en nuestro país.
Un descenso que, sin embargo, el presidente de la comisión episcopal de Seminarios, Jesús Vidal, no considera «drástico en relación a años anteriores» sino que supone «una tendencia constante de reducción entre el 3% y 5% anual». Para el también obispo auxiliar de Madrid, esta caída está relacionada con el proceso de secularización que vive la institución y que «afecta a todas las dimensiones de la Iglesia». Así, «descienden los matrimonios sacramentales, los niños bautizados y los que hacen la primera comunión, por lo que es normal que desciendan las vocaciones en la misma proporción». A ello, se une el «descenso general de jóvenesen nuestra sociedad y la disminución del compromiso en todos los aspectos sociales», añade Vidal como causas de esta situación.
En ese contexto, Vidal se muestra agradecido por el «hecho de que 172 nuevos jóvenes hayan entrado en los seminarios españoles». Son la generación de los 'centennials', enganchados a las redes, al TikTok y a la inmediatez. Unos jóvenes para los que las relaciones sociales son más virtuales que físicas y que se preparan para ocupar puestos de trabajo que hoy todavía no existen. ¿Qué lleva a 974 jóvenes de la 'Generación Z' a tomar una opción de vida tan radical y a recluirse siete años en el seminario para formarse como futuros sacerdotes?
Con 21 años, Alfonso es uno de ellos, de los más jóvenes en el seminario de Madrid. Lo es desde hace tres años, cuando entró, con 18, tras acabar el Bachillerato. Hace un tiempo, esa era la edad habitual de los que ingresaban. Ahora, la mayoría llegan más maduros, después de un largo proceso de discernimiento y tras haber transitado previamente por otros estudios universitarios. Incluso, hay casos, pocos, que llegan pasados los cuarenta.
Son los que hay en España en el presente curso. Casi la mitad de los 1.736 que había hace dos décadas
La decisión de Alfonso no sorprendió a su familia. Como la mayoría de los españoles, eran católicos no practicantes, aunque una «conversión muy fuerte» de su madre, cuando él tenía 11 años, le «arrastró, en el buen sentido, a la fe». Así, la adolescencia de Alfonso fue como la de cualquier joven de su edad, aunque su implicación en la parroquia de Santa María de Caná, en Pozuelo fue en aumento hasta que llegó a plantearse lo que Dios «quería» para él. Pero, «no era, de primeras, el sacerdocio».
Fue durante el último curso de Bachillerato cuando, «tras una experiencia de oración delante del Santísimo», tomó la decisión. «Mi familia se lo tomó muy bien, pero mis amigos no lo descubrieron hasta que terminé el Bachillerato», nos explica. «Mi colegio es cristiano, pero mis amigos no lo eran y temía burlas contra la Iglesia o contra mi vida». No fue así. «En mi graduación se dijo públicamente y fui muy feliz, porque lo recibieron súper bien».
Tampoco la familia de Guillermo, que ahora tiene 25 años, es practicante. «Nos bautizaron y tomamos la comunión, pero dejamos de ir a misa los domingos». Su vinculación eclesial llegó cuando le propusieron, en el colegio, iniciar la preparación para la confirmación. Retomó el contacto con la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción en Aravaca y eso «empezó a 'revolverme'», cuenta a ABC. Aun así, «yo estaba obcecado en que no quería ser sacerdote», afirma.
Son las de 2022, que apenas sirven para reponer el descenso medio anual de 400 curas que registra la Iglesia española
También, cuando tenía que entrar en la universidad se planteó la opción del sacerdocio. «Una catequista me dijo: 'Reza para saber lo que Dios quiere para ti'», nos cuenta. «Recé mucho, durante días y me eché novia así que dije 'ya está, Dios contesta con esta novia'» y comenzó a estudiar en Agrónomos. Pero, lejos de lo que él pensaba, el capítulo no estaba cerrado.
Su vida familiar se complicó en poco tiempo. Murió su tío, su padre enfermó de cáncer y su abuelo tuvo una operación a vida o muerte. «Todos esos sucesos se vivieron de forma traumática, y, en todos ellos, se recurrió a mí, por mi vinculación con la parroquia, para traer a casa lo que faltaba, la fe». «En esas situaciones me di cuenta de que lo nos traía el sacerdote era algo esencial, al mismo Dios», añade. Ver aquel consuelo que el párroco llevó a sus familiares le «revolvió» de nuevo. «La duda que tenía desde hacía tiempo se hizo ya enorme y había que responder. Me puse a 'rezarlo' de nuevo y hablarlo con un sacerdote», prosigue. Un año más tarde decidió «dejar la carrera, se terminó la relación con la chica y entré en el seminario».
Opción radical
No hay una norma, pero los ejemplos de Alfonso y Guillermo son muy similares a la mayoría de los 84 seminaristas que tiene la diócesis de Madrid, una de las pocas que hace público este dato. Son jóvenes que viven en una sociedad alejada de lo eclesial, incluso en su entorno más cercano, pero que en algún momento comienzan una implicación parroquialcada vez más fuerte que acaba desembocando en esa decisión.
«Cuando una persona se entrega a una opción tan radical por la vida de fe, es normal que llame la atención», explica Guillermo, aunque se resiste a pensar que ellos sean muy distintos a los jóvenes de su edad. «No somos bichos raros», afirma con contundencia. «La mayoría de gente a mi alrededor ha vivido prácticamente lo mismo que yo, aunque no tienen esta experiencia, yo pensaba ¿por qué yo y ellos no?», explica, a la par que insiste en su «normalidad».

Lo cierto es que los jóvenes que te encuentras en el seminario no son muy distintos a los que podrías ver en cualquier otro centro formativo de España. La mañana la emplean en las clases de Teología en la cercana Universidad San Dámaso. La tarde la dedican en su mayor parte al estudio, a otras formaciones o a las tutorías con los formadores a los que el obispado de Madrid ha encargado esta misión.
«El futuro sacerdote no es alguien ajeno a la realidad, no es una persona fuera de este mundo, son jóvenes de este tiempo, con ilusiones y gozos, pero sobre todo con una experiencia que les ha llevado a fiarse del Señor, querer seguirle y dar su vida en servicio de sus hermanos», nos explica el rector del seminario metropolitano de Madrid, José Antonio Álvarez.
Es fácil encontrar escenas similares a las de cualquier colegio mayor de Madrid. En una de las terrazas, donde han habilitado una zona de ambiente 'chill out', uno de ellos estudia sentado en el suelo. Escucha música con unos voluminosos cascos, mientras el tabaco de liar le espera sobre la mesa. Otros tienden la ropa que ellos mismos han lavado, aunque la mayoría se encuentra en su habitaciones. Es ahí, en la decoración donde encontramos alguna diferencia: los crucifijos y los iconos de la Virgen vencen por goleada a los pósters de cantantes o deportistas.
La opción del celibato
En ese ambiente, no sorprende que se pueda hablar con ellos abiertamente de temas que en otros momentos podían considerarse tabú, como el celibato, al que se comprometerán el día en que sean ordenados sacerdotes. «No es una carga, entenderlo así sería una visión errónea», explica Guillermo. «En el camino y el recorrido que voy haciendo, el celibato es una opción personal, me ayuda a ser libre, a entregarme enteramente a Cristo y a su Iglesia», dice con naturalidad.
Ese «estar en el mundo» también les hace conscientes de que la imagen actual de los sacerdotes no es positiva. En un reciente estudio sobre confianza de la sociedad española realizado por la Fundación BBVA, los sacerdotes eran (con 3,7 puntos sobre 10) los peor valorados por los españoles, tras los políticos (2,9) y los influencers y youtubers (2,4). El estudio no lo especifica, pero a nadie se le escapa que el constante goteo de casos de abusos a menores en el seno de la Iglesia y la gestión que de él se está haciendo por parte de los obispos, contribuyen a dañar esa imagen.
«El tema de los abusos es un drama y una tristeza muy grande»
Alfonso Blanco
Seminarista
«Tristemente vivimos en eso. El tema de los abusos es un drama y una tristeza muy grande», reconoce Alfonso sin tapujos, «pero yo también he conocido sacerdotes santos, que han marcado mi vida», añade. En el seminario tampoco son ajenos al problema y por eso «a lo largo de toda la etapa formativa se van viendo aspectos tanto afectivos, psicológicos y personales y viendo los rasgos de cada persona», añade. «Nos están dando mucha formación tanto afectiva como espiritual y personal para que verdaderamente pongamos el corazón en Cristo», concreta.
Balance positivo
Pero, a pesar de los problemas, el balance de Alfonso y Guillermo es positivo. «No creo que volvamos a cifras como las de antes -explica Guillermo- pero soy positivo porque cada vez veo a más jóvenes que, ante el vacío que viven sin Dios, lo acaban encontrando y viven una fe íntegra, con mucha alegría e implicación».
Mientras, los obispos tratan de buscar soluciones ante esta sequía vocacional. Por un lado, este curso han creado el Servicio Nacional de Vocaciones con el que pretenden «extender una cultura vocacional en que se valore que toda vida consiste en responder a una llamada que viene de otro», según explica el obispo responsable.
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Por otra, se preparan para lagrave crisis que tendrán que afrontar en la próxima década cuándo el decreciente número de sacerdotes (16.658 según los últimos datos) sea totalmente insuficiente para atender las 22.988 parroquias que hay en España. «Toda la Iglesia es misionera, no sólo los sacerdotes y por lo tanto, laicos y familias han de participar activamente en la misión. Estamos pasando de una Iglesia con mentalidad de conservación a una más misionera. Creo que el cambio ya se está dando en muchos lugares, pero debemos seguir creciendo», afirma Vidal.
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